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“Moby Dick, la ballena gigante”: Madrid ya recibió la visita de una ballena en 1954... y no acabó bien

'La ballena gigante', en Moncloa en el año 1954.

Raúl González

Madrid ha despertado este viernes con una sorpresa: un cachalote varado en Madrid Río desde primera hora de la mañana. Después de que los vecinos hayan pasado unas horas elaborando teorías sobre cómo había llegado hasta ahí, el Ayuntamiento ha terminado por desvelar que se trata de una campaña de concienciación por los océanos. Pero este no es el primer cetáceo que ha pasado por la ciudad

Hace más de 60 años, en 1954, los madrileños también vivieron de cerca la llegada de otra ballena a la ciudad, aunque en esta ocasión la historia sería muy distinta. El 14 de abril de ese mismo año, una tripulación de 13 hombres capturaba una ballena de 20 metros de largo y 60 toneladas de peso en el Océano Atlántico, según publicaba La Vanguardia entonces.

Con la intención de sacar el mayor beneficio económico posible, al grupo de captores se le ocurrió exhibir el cadáver por distintas ciudades de España cobrando entrada, como si de una atracción de feria se tratara.

Así pues, cargaron a la ballena en “el camión más grande del mundo”, como rezaba la publicidad de los periódicos, y el 13 de junio el animal llegaba a Madrid. Bautizada bajo el nombre de Moby Dick, se presentó al público en una carpa levantada para la ocasión en la plaza de la Moncloa.

“Moby Dick; por primera vez expuesta en su estado natural sobre el camión más grande del mundo”, anunciaba un letrero de la carpa, a la que había que pagar 2 pesetas por acceder. Dentro de ella se encontraba la ballena tumbada a lo largo del camión, con carteles que indicaban dónde estaban los ojos o las aletas.

La ballena se convirtió en un fenómeno y durante las dos semanas que estuvo expuesta fue el tema del momento en Madrid. Tanto fue así que hasta tuvo su propio espacio dentro del NO-DO, bajo el nombre 'Pintoresco y extraño' (minuto 1:20).

Aunque las dos semanas de estancia en pleno verano pasaron factura al cadáver, que empezaba a desprender un olor putrefacto que acabaría por ser insoportable para los vecinos, despertando el enfado de muchos. De hecho, entre los madrileños se empezó a popularizar la expresión “oler a ballena”.

De un día para otro desapareció la carpa con el animal, que tomó rumbo a Zaragoza para ser expuesta unos días. Y a pesar del estado de descomposición de la ballena, sus captores aún seguirían estirando el chicle y la exhibirían después en Barcelona hasta el 4 de agosto, donde sería expuesta por última vez.

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