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Héroes

El doctor Felipe Calvo, volver a aprenderlo todo con 65 años para curar el cáncer con protones

Eva Baroja

20 de abril de 2021 22:35 h

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Cada vez que un paciente termina su tratamiento y hace repicar la campana de la puerta, el mundo se detiene. Todos los doctores, enfermeros y trabajadores se acercan a aplaudir. Es el símbolo de un nuevo comienzo. La señal sonora que alienta la esperanza de médicos y pacientes de la Unidad de Oncología Radioterápica de la Clínica Universidad de Navarra. “Tienes que ver su mirada de esperanza y de emoción, cómo esperan ese día, cómo hacen venir a sus seres queridos para que les acompañen… Para nosotros que suene la campana es grandioso, una transmisión de energía palpable”, confiesa con voz muy suave el oncólogo Felipe Calvo. Debajo de su mascarilla FFP2 se intuye una sonrisa de satisfacción. Está pletórico. Acaba de debatir con otros colegas sobre la deriva en el tratamiento de un chico extranjero con un sarcoma facial y les ha convencido de su postura: primero protonterapia, la técnica por la que tanto ha luchado, y después cirugía. 

Este médico madrileño, que nació frente al Gregorio Marañón —hospital en el que trabajó con pasión durante un cuarto de siglo—, se marchó hace un par de años a la Clínica Mayo en Minnesota (Estados Unidos) para volver a aprenderlo todo. Como si fuese un residente que tiene el mundo por descubrir, hizo un paréntesis en su vida personal, familiar y profesional para empaparse de una tecnología que pretende revolucionar el tratamiento contra el cáncer. “Cuando los protones se cruzaron en mi camino, tuve que aprender desde lo básico, cambiar completamente mi manera de pensar en términos de radiación y anatomía humana”. Aunque, en su caso, con cuarenta años de trayectoria profesional a sus espaldas en una especialidad tan vertiginosa como la Radioterapia, estaba muy curtido en eso de reinventarse. Cuando empezó, ni siquiera existía un software para definir los tumores: “He tenido que renovar todos mis trucos, aprender a usar muchísimos aparatos y adaptar cada cambio tecnológico al uso clínico para ayudar a los pacientes”. 

Tras infinitas horas de estudio, experimentación y búsqueda de recursos económicos y académicos, el chaval de ojos despiertos que pasaba los veranos en el laboratorio de su padre, catedrático de Química, consiguió sacar adelante la primera y más avanzada Unidad de Protonterapia en Europa. El desarrollo de este tratamiento, que consigue evitar los efectos adversos que conlleva la radioterapia, fue vetado hace unos años por PP y Ciudadanos para implantarlo en la sanidad pública madrileña. El doctor Calvo cree, sin embargo, que se acabará extendiendo en el sistema de salud. “Evita que los pacientes oncológicos se expongan a una radiación que no necesitan y no desarrollen en un futuro tumores radioinducidos o secuelas. Tiene un beneficio tan explícito y tan evidente que se acabará imponiendo, pero hay que hacerla más pequeña y unirla a los hospitales”, explica desde el interior de la sala de tratamiento conectada a un acelerador de protones.

“Trabajo terminado, misión cumplida” 

De pequeño, este médico de mirada afable y gesto risueño, soñaba con dedicarse a la investigación. Sin embargo, cuando en tercero de carrera rotó por el Hospital La Paz en Neurología, se dio cuenta de que lo suyo era acompañar y cuidar de los enfermos: “Vi auténticas catástrofes, demencias, personas con grandes problemas neurológicos y aquello me conmovió... Fue un momento cósmico que me enseñó que ese era mi camino”. Hoy en los pasillos de la Unidad de Protonterapia que dirige, hay dibujadas cada pocos metros ilustraciones de astronautas y naves espaciales. Esta es la metáfora que utilizan médicos, técnicos y enfermeros antes de que los niños y bebés entren dentro de la máquina. “Les hacemos partícipes del tratamiento, les dejamos que sujeten la mascarilla de la anestesia y que sus padres estén con ellos. Muchos se convertirán en grandes supervivientes”, explica orgulloso el doctor que con 65 años tuvo que volver a aprenderlo todo. Hoy sabe a ciencia cierta que el próximo día que toquen la campana en su cabeza resonará de nuevo esa frase que le da sentido a todo: “Trabajo terminado, misión cumplida”.

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