Llevo muchos años hablando y escuchando a otros hablar de integración. Ahora usamos “inclusión”. Con ella, el foco se ha puesto sobre el resto, sobre la mayoría, sobre los que no tienen (tenéis) discapacidad. Antes, la persona con discapacidad “se tenía que integrar” en ese ‘totum revolutum’ de la normalidad mayoritaria. Hoy es la normalidad la que tiene que incluir, la que debe ser y estar receptiva hacia la diferencia. ¿Son usted o su entorno inclusivos? ¿Está usted dispuesto a compartir espacio con el que se maneja en la vida de otra forma? Estoy convencida de que casi todos contestaríamos afirmativamente. Pero después, cuando verdaderamente hay que aplicar la receta, nos damos de bruces con una desagradable realidad.
Voy a ilustrarlo con un ejemplo muy cotidiano en estos tiempos. Cotidiano y extendido en la era de las relaciones virtualizadas.
Como usted, estoy en algunos grupos de WhatsApp. Unos de la familia, otros de los padres de la clase de mis hijas, otros de amigas, de trabajo, etc. Unos más estables y otros efímeros. En todos me conocen bien. No soy una extraña para ninguno de sus miembros. Saben que no veo. Constantemente se mandan fotos. Yo también. A menudo se hacen alusiones a las imágenes, surgen risas, comentarios sobre ellas. A veces entiendes de qué va la cosa por el contexto. La mayoría de las veces no te enteras de nada. ¿Qué sale en la foto? Pregunto. Una vez y otra. Siempre. Mi actitud originariamente ha sido integrativa. Ahora, que a todo el mundo parece gustarle más la inclusión, estoy a la espera de que los demás desarrollen su actitud inclusiva, puesto que yo, de momento, no he recuperado la vista y necesito que describan las imágenes.
En los grupos de los padres de la clase muchas de esas fotos son verdaderamente relevantes, porque son comunicaciones oficiales del colegio, bien circulares, bien una imagen de la pizarra con información de parte de la maestra. ¿Qué dice la foto? Pregunto y, entonces, alguien me lo cuenta. Rara vez es al revés. Las personas no tienen inconveniente en describir la foto, pero siempre “bajo demanda”.
Esto que comento no solo me ocurre a mí. Les viene sucediendo a todas las personas ciegas que pretendemos estar activamente en el mundo. A lo mejor nunca ha reparado en esta nimiedad, pero es un ejemplo de cómo no somos inclusivos en cuestiones tan cotidianas como describir someramente una foto enviada por WhatsApp, cuando sabemos que hay alguna persona que no puede ver al otro lado.
Como me gusta ser sincera, en honor a la verdad, sí estoy en un grupo de WhatsApp absolutamente inclusivo. El de Positivas. Amigas por internet, desde hace más de una década, cuando queríamos ser madres y nos costaba quedarnos embarazadas. Son las únicas que siempre, siempre, siempre, que envían una foto, puedo estar segura de que, a renglón seguido, encontraré una frase que comienza diciendo… “Nuria, en la foto se ve…”. Aunque geográficamente estamos distantes, desde que supieron que era ciega, describen las imágenes que envían.
La falta de tiempo no cuela como excusa. Si hay tiempo para enviar una foto, hay tiempo para escribir una frase. Mis Positivas son mujeres madres trabajadoras, que van a full todo el día, pero la diferencia es que en su realidad han incluido la mía. De eso tan esencial, y –por lo que se ve– complejo, va la inclusión.