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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Los mayores influencers

Un profesor en un aula

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Maestros y profesores. Leí atentamente los comentarios a mi anterior columna. Coincidieron todos en la importante labor de los docentes. De ahí que comparta ahora con ustedes estas reflexiones mías sobre los mayores influencers de nuestras vidas.

Si algo tenemos todos en común es haberlos gozado y sufrido. Ninguno escapa a la experiencia de ser alumnos y todos conservamos vivencias al abrigo de un buen o mal maestro. Maestros que explican; profesores que se bajan al barro y lo dan todo; otros que miran desde su estrado y no ven lo que tienen delante –que no en frente. Delante hay un material sensible con el que se pueden obrar maravillas. Dejando a un lado otros debates (sobre planes de estudio, leyes supuestamente educativas, y demás despropósitos), al final la enseñanza es aquello que ocurre dentro de un aula entre maestro y alumno compartiendo muchas horas de vida.

Ese material sensible, al que me refiero, son personas diversas a más no poder, circunstancias variadas, educación familiar heterogénea… Una bomba de relojería a mis ojos. Un reto para todo el que hoy se dedique a la enseñanza. Pero material sensible, en esencia, y es por ello que habría que hacer un ejercicio de honestidad antes de decidirse a ser maestro o profesor.

Pienso en los profesores y considero que, en estos tiempos, más que nunca, la profesión de enseñante debiera ser vocacional. No mera vía profesional para ganarse la vida dignamente. Para eso hay otras profesiones que no exigen tratar con personas en desarrollo y sus complejidades. Es como la pediatra que, tratando de revisarle los oídos a mi hija de nueve meses, me dijo que no podía porque la bebé, que no paraba de llorar, tenía los oídos “rojos como tomates”. Oiga, si fuera forense, no tendría pacientes llorones.

Se nota, se siente cuando el profesor ama lo que enseña. Se palpa y se saborea cuando el docente ama y se entusiasma con enseñar. Los alumnos están obligados a ir a la escuela hasta los dieciséis años. Pero el docente, el enseñante, el maestro o el profesor elige enseñar. No es tarea fácil. Dicen que la Educación ha cambiado mucho. Yo también lo percibo. Pero más que nunca hacen falta maestros vocacionales. “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”, decía Confucio.

A mi modo de ver, los maestros son los mayores influencers. Para bien y para mal. Lo que puede llegar a desestabilizar a un alumno un mal profesor lo sabemos todos. Y al contrario, el enorme calado que tiene en nuestra vida un buen maestro. En mi corazón llevo un buen puñado de ellos. Hoy me alegra tener entre mis contactos de Whatsapp algunos de los que marcaron mi vida para bien, que fueron modelo, inspiración y apoyo en años en los que las personas descubrimos de qué va esto de la vida. Y les confieso que les sigo admirando. Sus vidas y su forma de estar en el mundo son un estímulo, incluso ahora, en otras etapas vitales distintas. Tenían madera. La tienen.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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