El día que en la Feria de Sevilla se bailaron sardanas y se cantó 'Els segadors' en honor de un presidente de la Generalitat

Companys y Martínez Barrio, en el interior de una caseta.

Antonio Morente

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Abril de 1936. Diego Martínez Barrio, nacido en Sevilla en 1883, es presidente de las Cortes y por eso accede de manera interina a la Presidencia de la República tras la destitución de Niceto Alcalá Zamora. Será poco más de un mes, del 7 de abril al 10 de mayo, antes de pasarle el testigo a Manuel Azaña. La primera de las grandes fiestas de primavera de su ciudad natal, la Semana Santa, le cogió en plena faena, porque asumió el cargo el Martes Santo. Pero la segunda, la Feria de Abril, la exprimió a fondo desde un punto de vista político con una operación no exenta de riesgo: la invitación a Lluís Companys, presidente de la Generalitat catalana, sólo un par de meses después de ser amnistiado y salir de la cárcel, donde cumplía una condena de 30 años por proclamar (el 6 de octubre de 1934) “el Estado catalán de la República Federal española”.

El propio Martínez Barrio dejará escrito en sus memorias que el viaje tiene dos objetivos, uno de los cuales es “pulsar el estado de ánimo” de Sevilla, que “no había recibido la visita del jefe del Estado desde la caída de la monarquía” y se pretende palpar sobre el terreno el ambiente tras la victoria en febrero del Frente Popular.

El otro es “provocar una reacción afectuosa de Andalucía hacia Cataluña”, para así tender nuevos puentes tras un año y medio muy convulso. “Con este gesto, Martínez Barrio intenta paliar la campaña que hay contra Cataluña y aliviar la tensión con el Gobierno de España”, apunta Leandro Álvarez Rey, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y experto en la figura del político sevillano.

En cierto modo, se esgrimen argumentos similares a los utilizados ahora por el Ejecutivo de Pedro Sánchez para justificar la Ley de Amnistía: recuperar la normalidad y la convivencia, volver a caminar juntos, pasar página... En Cataluña, de hecho, se toman tan en serio el viaje que mandan a Sevilla una nutrida delegación en la que incluyen hasta al Orfeón Catalán. “La visita transcurre con mucha cordialidad y no hubo ninguna muestra de hostilidad a Companys”, apunta Álvarez Rey, que subraya que lo que se busca es un “gesto simbólico de reencuentro” para “reencauzar las relaciones entre España y Cataluña con Andalucía haciendo de puente”.

Acogida multitudinaria

Pero vamos al lío, ¿cómo fue esa visita? Hubo dos periódicos (el sevillano El Liberal y Heraldo de Madrid) que publicaron crónicas muy detalladas, “el resto eran de derechas y pasaron del tema, sacaron reseñas muy breves”. Lo que es evidente, porque así lo reflejan las fotografías, es que fue multitudinario el recibimiento al tren en el que, el 21 de abril de 1936, llegaron ambos presidentes a la estación de Plaza de Armas. “El gentío ocupaba totalmente los andenes y hasta los techos de los vagones que se hallaban en la estación”, relata el cronista, al tiempo que se resalta que “Sevilla apreció el acto de Cataluña al enviar a quien la representa”.

Las autoridades principales se repartieron en dos coches de caballos descubiertos y salieron de la estación “con grandes dificultades a causa de la masa de gentes”. El recorrido hasta el hotel “constituyó una apoteosis de entusiasmo y fervor republicano”, resaltan los diarios con un verbo florido, incidiendo en que tanto Martínez Barrio como Companys mostraron su satisfacción “por el cariñoso recibimiento que Sevilla les había tributado”. Hubo recepción en el Ayuntamiento con el alcalde, Horacio Hermoso, al frente, y hasta “actuó con mucho éxito la agrupación catalana La Cobla, ejecutando sardanas” ante la puerta de una Casa Consistorial engalanada con colgaduras.

Álvarez Rey apunta que con esta visita a Sevilla a la que invita a Companys, “Martínez Barrio quiso darse un baño de multitudes en su ciudad”, y de hecho el presidente en funciones sabe que juega con ventaja, tal y como deja escrito en sus memorias: “En cuanto a mí, las demostraciones de afecto tenían otro carácter. Sevilla tomaba para sí el honor de que un sevillano ocupara la más alta jerarquía del Estado. Al honrarme y agasajarme, se honraba y agasajaba la ciudad misma”. El caso es que la jugada le salió bien.

La “intensa emoción” de Companys

“Los honores afectuosos tributados a mi tierra me han emocionado intensamente, y así se lo transmitiré a los catalanes”, señalaría Companys en su parlamento, que incidió en que “Sevilla y mi tierra son dos pueblos de sentimiento y de corazón”. Desde luego, la experiencia en la capital tuvo que ser muchísimo más grata para el presidente de la Generalitat que la anterior, cuando pasó por ella camino de la cárcel de El Puerto de Santa María, en Cádiz.

Del Consistorio hispalense ya pusieron rumbo al recinto ferial, que por entonces estaba en el Prado de San Sebastián, presentándose con unas maneras que hoy provocarían una algarada, ya que “los vehículos oficiales pasaban al paseo de peatones para no interrumpir la circulación”. Se fueron a la caseta de Unión Republicana, el partido de Martínez Barrio, que llegó primero “entre vítores y ovaciones”, apareciendo a los pocos minutos Companys que, “complacidísimo” del recibimiento, “elogió mucho el incomparable espectáculo de la Feria”. Los integrantes de su comitiva no se quedaron atrás, “llamándoles extraordinariamente la atención los caballistas y las muchachas vestidas de flamencas”.

“El paseo de los presidentes por la Feria fue apoteósico”, continúa la crónica, que resalta que “desde algunas casetas tocaban los pianillos y gramófonos el Himno de Riego”. El caso es que estuvieron poco tiempo, porque al momento se fueron a almorzar a la Venta de Antequera, aunque con el aviso de que volverían luego “pues quiere el señor Martínez Barrio que el señor Companys y sus acompañantes vean bailar sevillanas”. Finiquitada la comida tiraron para la Real Maestranza, en la que ese día se anunciaban novillos de Juan Belmonte para Diego de los Reyes, Torerito de Triana, Pascual Márquez y José Ortega Gallito. El morbo lo puso ver al presidente de la Generalitat en el palco real junto a su conseller de Finanzas, Martí Esteve, ambos puro en mano.

Sardanas e himno catalán

Al día siguiente, 22 de abril, tocó paseo por el Guadalquivir en un remolcador, lo que dio ocasión de escuchar los viva al pueblo de Cataluña de “gran número de obreros del puerto”, para a continuación plantarse de nuevo en un recinto ferial en el que muchas casetas “lucían jubilosas, junto a la bandera blanca y verde de Andalucía, la bandera nacional tricolor y la de Cataluña”. Les recibieron primero en la de Izquierda Republicana, para almorzar luego en la de Unión Republicana, donde la cobla barcelonesa “interpretó una sardana a la llegada de los ilustres visitantes, siendo objeto de un verdadero homenaje de admiración y simpatía”.

No quedó ahí la cosa, porque al finalizar el almuerzo la “notable agrupación musical cobla, oficial de la Generalidad de Cataluña”, interpretó el himno nacional, que puso en pie a todos los presentes. “A petición de estos se interpretó también Els segadors, que fue escuchado también de pie y acogido con vítores y aplausos”, relata el cronista. De ahí se puso rumbo a las instalaciones de Unión Radio Sevilla, desde cuyos micrófonos ambos presidentes “dirigieron la palabra al pueblo para agradecerle la acogida tenida con ellos, magnífica en verdad, sin tópicos falsos, ni oropeles, ni floripondios”. Esos mismos micrófonos son los que sólo tres meses después utilizaría el general Gonzalo Queipo de Llano para sus violentas arengas golpistas.

La siguiente estación fue un recorrido por el Alcázar antes de volver de nuevo a la Feria para pasar por algunas casetas en las que los ilustres visitantes fueron agasajados y se bailó en su honor, poniendo entre “constantes muestras de cordialidad” rumbo a la estación para dar por finalizada la minigira. La despedida fue de nuevo “en extremo entusiástica”, con miles de personas abarrotando otra vez los andenes. El cronista no ahorraba epítetos en sus últimas líneas, saludando lo ocurrido como “una jornada triunfal para la República” y “una batalla ganada para la Democracia nacional”.

“Un éxito de gobierno”

El mismo Martínez Barrio, en sus memorias, resalta que “el viaje se convirtió en un éxito de gobierno”. “Sevilla nos recibió amable y expectante. El saludo a Companys adoptó la forma de un desagravio a Cataluña”, y eso tendía el puente para “la vuelta de la sociedad, de una representación de la sociedad española, a la República, y la esperanza de mejores días...”. El presidente interino de la República pudo comprobar con este viaje que “se percibía, pujante, el anhelo general de que a las tempestades últimas sucediera un período de reposo y orden”, y no se le escapaba el simbolismo de la presencia de Companys: “La guerra social, desencadenada en Andalucía, consternaba a los andaluces, que intuían, con esa fina perspicacia que es su don, la gravedad de los futuros daños, si se dejaba que prosiguiera el combate”.

En aquellos años, afirma Álvarez Rey, “hablar del problema nacionalista en España era hablar de Cataluña”, que vio aplastadas sus reclamaciones de más autogobierno durante el Bienio Conservador (1933-1936) y cuyo Gobierno acabó al completo en prisión tras el 6 de octubre de 1934. “La historia de la relación de España y Cataluña es un diálogo de pingüinos”, comenta el catedrático, que está convencido de que “si las cosas no se solucionan al final vuelven”.

La brillante jugada política que supuso aquel viaje de Martínez Barrio y Companys fue “una oportunidad perdida”, porque se dieron unos primeros pasos de convivencia que destrozó la Guerra Civil. “El golpe lo cambia todo”, añade Álvarez Rey, y “muchos de los que aparecen en estas fotos son asesinados al poco tiempo”. El que se libra es uno de los presentes, el general de la División Orgánica, José Fernández Villa-Abrille, que “se calló la boca y miró para otro lado”: sabía de los preparativos de los golpistas y, aunque no se sumó, como máximo responsable militar en la capital ni opuso resistencia ni obedeció la orden de enfrentarse a los sublevados. Eso no le libró de ser detenido, dado de baja en el Ejército y condenado a prisión, “pero salvó la vida y fue de los pocos altos cargos militares que no ejecutaron”.

Lluís Companys fue fusilado en 1940, tras ser entregado al régimen franquista por la Gestapo tras arrestarlo en París, la misma ciudad en la que moriría en el exilio Diego Martínez Barrio, en 1962. En sus memorias, el político sevillano no esconde su cierta inocencia cuando apunta que el viaje le lleva a la conclusión de que “no estaba perdido el régimen, ni evaporado el fervor popular por la República, ni extinguida la confianza”. “Cuando arrancó el tren y sonaron escalofriantes las notas del himno nacional, yo estaba llorando. Lloraba de dulce alegría, ignorante, como el más confiado, de que aquella despedida era el último saludo de la tierra donde había nacido, y que ya no volvería a ver…”. Ya en el año 2000, sus restos mortales fueron enterrados con honores en el cementerio hispalense de San Fernando.

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