ENTREVISTA
José de la Tomasa: “Un cantaor encerrado en el flamenco olvida que la música tiene dos mil colores”

José de la Tomasa

Alejandro Luque

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José Georgio Soto (Sevilla, 1951), más conocido como José de la Tomasa, vive un año dulce. Aunque olvidado por muchos programadores, está considerado uno de los grandes guardianes de la tradición en el cante flamenco, motivo por el cual la pasada primavera recibió la Medalla de su ciudad. Un galardón que, para algunos de sus seguidores, llega un poco tarde. “Las cosas surgen así”, le quita importancia el artista. “Lo importante es que la familia se siente orgullosa, y yo más sevillano y representativo de los cantes de la Alameda”.

José de la Tomasa, que será cabeza de cartel el próximo sábado del Festival de la Guitarra de Marchena (Sevilla), cree que la falta de reconocimiento institucional a los flamencos “es más que nada olvido, porque los políticos carecen de la cultura flamenca y del conocimiento de los cantaores que hay. Hasta que alguien les dice, ‘oye, a Fulano de Tal le van a hacer un homenaje en Madrid’, y entonces se enteran y corren a darte una medalla”.

El cantaor compartió esos honores con Gualberto, uno de los iconos de la fusión entre el rock y el flamenco, y con Kiko Veneno, que fue nombrado Hijo adoptivo. Dice no sentirse “en absoluto incómodo” con esa compañía, porque él mismo, aunque modelo de ortodoxia, ha sido alguien muy abierto a todas las músicas. “Yo trabajé con Triana y también con Gualberto, porque me gusta todo lo que tenga calidad. Un cantaor que se encierra en lo suyo se olvida de que la música tiene dos mil colores”.         

Uno entre mil

Entre los colores que le gusta frecuentar, enumera “a Ella Fitzgerald, a la que llevo dos días escuchando en el coche. Antes he estado unos días escuchando al Caruso de su primera época, y a Mozart. Me gusta toda la música clásica menos Wagner, que es muy fuerte. Ese hombre se peleaba con la música, cuando a la música hay que darle besos. Y cómo no, siempre tengo presentes a los Beatles, que me descubrieron un mundo nuevo cuando yo era joven. Fue escucharlos y decir, ‘pero bueno, ¿yo en qué país vivo? Esta gente haciendo una música tan linda, y nosotros aquí viviendo -en sentido figurado- con los calzoncillos llenos de agujeros”.

“Todos esos discos, Otis Redding, James Brown, Wilson Pickett, Noches de blanco satén… fueron un descubrimiento para mí y me han acompañado toda la vida”, prosigue. Sin embargo, nunca se ha apartado del flamenco de sus antepasados, Manuel Torre, Pepe Torre, Pies Plomo. Ahora contempla el panorama con cierto pesimismo: “No hay afición. Hoy los chavales se hacen famosos cantando otras cosas, no hay cariño hacia esas fuentes tan hermosas, hacia nuestras raíces. Hay grandes imitadores, grandes escuchadores de cante que clavan lo que oyen… Pero no es lo mismo cantar por seguiriyas que nadar en la seguiriya”.

En este sentido, José de la Tomasa acusa “a las entidades culturales oficiales que dicen protegerlo; eso lo llevo oyendo desde que era joven, pero ese empeño no aflora. En todo caso, para mí lo bonito es hacer lo que me gusta, lo que me emociona. Si entre mil personas hay una que llora con un tercio de seguiriya, yo me doy por satisfecho”, asegura.

Nostalgia de otros tiempos

De hecho, ni siquiera le gusta del todo la palabra flamenco, por lo mucho que ha acabado englobando, y prefiere hablar sencillamente de cante. “Echo de menos mi época, esos compañeros que dábamos la vida en el escenario, y que en el camerino no parábamos de hablar de nuestro arte: ¿has escuchado esto del Cojo Málaga? ¿Y aquello de Pepe el Culata? Ahora en los festivales solo se habla del coche de seis cilindros que se han comprado o de la casita en el campo”.

"El escenario, lo digo siempre, es mi psiquiatra. Cuando termino de cantar, parece que me han sacado las tripas y las han echado en un cubo, me siento relajado

Compañeros como Fosforito, Juan El Lebrijano, Juan Habichuela, Chano Lobato, Beni de Cádiz o Curro Malena, toda una generación de flamencos de la que él es el último superviviente. “Cuando salía a las tablas, me temblaban los tobillos, porque había una pelea muy bonita por hacer las cosas bien. Pero si Chocolate había cantado antes por seguiriyas y alguien me las pedía a mí después, yo hacía otra cosa por respeto al cantaor. Eso ya tampoco lo ves”.

No todo está perdido, sin embargo. A José de la Tomasa le cabe el orgullo de tener un hijo, Gabriel Pies Plomo, “que tiene diez jilgueros metidos en la garganta”, cantando en el Ballet Nacional, y a su nieto, el joven Manuel de la Tomasa siendo también aclamado allí donde va. “Todos los días me habla de cante. Y no mira por el dinero, sino cómo ayudar a su familia. Él podría grabar cosas modernas, pero lleva esto en los genes. Yo le digo que nuestra familia es una bandera, que tal vez ganaremos menos haciendo lo que hacemos pero el orgullo de ver tu sangre yendo hacia delante es más importante”.

El Betis y la pesca

Junto con la afición flamenca, José sigue cultivando otras dos pasiones fundamentales en su vida. Una es el Betis, “que forma parte de mi vida, desde que de chiquillos íbamos los chavales de la calle Betis dándole patadas a las naranjas de la Palmera para que nos dejaran entrar diez minutos en el estadio”, recuerda; y la pesca, aunque ya no tiene el barquito con el que solía navegar por las aguas de Chipiona. “El mar ha sido una de mis fuentes de inspiración. Imagínate cómo suena una soleá en medio del mar, en medio de ese silencio tan hermoso y esas aguas azules”.

A sus 72 años, José de la Tomasa se siente aún con cuerda para rato: “El escenario, lo digo siempre, es mi psiquiatra. Cuando termino de cantar, parece que me han sacado las tripas y las han echado en un cubo, me siento relajado. Mi cante siente como siento yo. El día que no esté cogeré una depresión, porque no voy a irme a Egipto a jugar al fútbol. Me quedaré en mi tierra y me consolaré compartiendo lo que sé, como he hecho durante todos estos años”.  

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