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Anciano y gay: la fórmula de la sexualidad escondida

Jesús Herrero durante una entrevista.

Noemí López Trujillo

Jesús Herrero sorbe su café sentado en la terraza de un bar mientras aparta las moscas con la mano. Lo hace con el mismo gesto con el que se ha sacudido durante años la palabra “maricón” en boca ajena. A sus 75 años vive su sexualidad con menos pudor que cuando tenía 20. En voz baja, porque así es como se hacen las confidencias, dice: “A veces veo un chico en el metro y pienso: 'Ay, qué guapo'. Pero nunca les digo nada, eso les puede violentar”.

Es tan “religioso como marica”, asegura. Estudió Filosofía y Teología en un seminario de Francia, su sueño era ser misionero en África pero le expulsaron por ser gay: “Me dijeron que era muy nervioso. Sutilezas”. Su orientación sexual fue durante décadas como vestir de luto y guardar silencio.

Jesús es un ejemplo de esa generación LGTBI que va más a misa que al barrio de Chueca, polo de liberación gay en Madrid. Aquella que nació en los años 30 y 40 del siglo XX. El mundo en el que despertaron carecía de libertades. En España ahora se permite el matrimonio igualitario. Muchos de ellos, sin embargo, aún sienten que viven en los márgenes.

“A esta gente le costó mucho salir del armario, no quieren volver a uno. Saben que en una residencia convencional no se van a sentir aceptados, no podrían exhibir su sexualidad en un sitio así”, explica Federico Armentero, director de la Fundación 26 de Diciembre, una organización que trabaja con personas de la tercera edad y del colectivo LGTBI. Muchos de ellos rompieron lazos con su entorno cuando sus familias les dieron la espalda al saber que eran homosexuales.

“Te haces viejo y estás solo. Te invitan a una boda y te dicen: '¿Vas solo?'. Sí, voy solo. Yo querría ir con un hombre, agarrado del brazo… Cuando eres joven no te importa, pero con los años comprendes que estarás solo siempre”, cuenta Jesús.

El viejo verde y la mujer invisible

Culturalmente, la senectud no se asocia a lo carnal, analiza la sexóloga Marian Pontes. “Hay una creencia de que en la vejez el sexo no se hace desde un lugar natural. En los hombres está la figura del 'viejo verde' y las mujeres ni siquiera cuentan porque en una sociedad patriarcal, como ya no pueden procrear, el sexo pierde sentido. La sexualidad está asociada a la genitalidad y a la belleza física y eso nos esclaviza”.

“Nuestro colectivo ha vivido una sexualidad muy reprimida, buscando en las cloacas. Eso no es saludable. Aquí les enseñamos a que el placer es mucho más que eyacular”, explica Armentero. La organización ofrece servicios sexuales: “Aquí la gente no llega y dice: 'Quiero una paja'. Bueno, igual sí, pero no funciona de esa forma. Es un proceso. ¿Quieres sexo? Vale, vamos a ver cómo. Hay personas enfermas que ya ni tienen erecciones. Con ellos pasas más tiempo lavándoles el cuerpo, les das aceite, les acaricias durante el baño, les masajeas, les tocas el pene... No es algo impuesto o algo que nosotros creamos que necesitan. Se habla y según lo que la persona demanda, se hace”, añade.

Jesús es uno de los usuarios de este servicio. Si la persona lo puede costear, la fundación solo les ayuda a encontrar a alguien adecuado: “Nuestra gente tiene muchos complejos. Unos con cáncer de próstata, otros con VIH, otros que creen que su cuerpo da asco... Aquí trabajamos con escorts que saben tratarles. Estás muy equivocado si piensas: Tienes servicio de chapero, qué bien'. Aquí se trabaja la sexualidad, no se les masturba y ya está. Les hacemos saber que tienen derecho a sentirse queridos y deseados, y que se puede hacer de una forma saludable”, apunta Armentero.

El rechazo erosiona la autoestima. Jesús recuerda cuando contrató los servicios de un prostituto: “Él eyaculó y cuando acabó, le dije: 'Me toca a mí'. Se negó”. También cuando conoció a otro hombre que le pidió que no se quitase la camiseta: “No me quería ver, le daba asco”.

La fundación le puso en contacto con el escort que acude a su casa dos veces al mes: “Le pago 200 euros. Es como un amigo, solo que él se gana la vida así. Llega y me da un beso, me acaricia, me escucha. A veces solo se tumba a mi lado y hablamos. Otras veces la cosa se anima un poco más”, dice riendo.

La brecha de género

Iván Zaro, trabajador social de la asociación Imagina Más que asiste a prostitutos, explica que a las personas de más de 60 años “se les condena al ostracismo” en el terreno sexual. “A las mujeres, directamente, se les amputa el deseo”. Algunos de los trabajadores sexuales que acuden a esta ONG ejercen para la Fundación 26 de Diciembre: “Los hombres mayores que requieren estos servicios están en una situación de vulnerabilidad física. A esas edades, si el prostituto quiere pegarle una paliza al cliente anciano, lo hace”, señala Zaro.

El trabajador social apunta que el género influye en las relaciones de poder que se establecen en la prostitución: “En la masculina, la trata es prácticamente inexistente. Ya partiendo de esa base, es muy diferente el servicio que requiere un hombre gay anciano que el que pide un hombre hetero”. Zaro también reconoce que apenas hay mujeres que hagan uso de este servicio.

En la propia Fundación 26 de Diciembre asumen que hay una brecha de género: “Hay muy pocas mujeres. Vienen sobre todo trans, y lo especifico porque son mujeres con pene que se han visto abocadas a ejercer la prostitución. Con ellas hacemos trabajo psicológico porque han aprendido que su sexo solo lo buscan aquellos hombres que se excitan cuando ven dos pechos y un pene en un mismo cuerpo. Es injusto para ellas. Están en los márgenes de los márgenes”, señala Federico Armentero.

“Primero tienen que desaprender que no son simples objetos sexuales; después intentamos que aprendan que hay muchos otros puntos de placer. A menudo, al hormonarse pierden deseo sexual. O simplemente, por presión social, el pene es algo traumático para ellas y rechazan alcanzar placer a través de él”, añade.

Dice Jesús que le hubiese gustado no ser homosexual, tener una vida “facilita”. “Acepté mi orientación ya casi con 60 años. Me habría gustado envejecer junto a alguien pero no podía decir: 'Mi novio'. Era 'el amigo con el que vivía'. Cuando ya no tuve que esconderme más resultó que ya era anciano”. Su discurso no es el del romanticismo, sino el de alguien que sufre la soledad como si fuese un alimento abandonado en una nevera: “No es que sea necesario estar con alguien, pero que estar solo sea una elección”.

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