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El año más difícil para los funerarios: “El primer día que llegué al tanatorio era como si se hubiera estrellado un avión”

Morgue de Collserola, en Barcelona.

Alberto Ortiz

14 de marzo de 2021 23:10 h

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Si Vanessa viaja con la mente a marzo y abril de 2020, recuerda el paseo de la Castellana de Madrid vacío bajo las primeras luces del día, las ambulancias corriendo y la música a todo volumen en su coche para no pensar. “Pero cuando llegaba al portal de mi casa, a las ocho de la mañana, me tiraba media hora en el asiento hinchándome a llorar”, cuenta. Un año después del estallido de la pandemia de COVID-19, los trabajadores de servicios funerarios hacen balance de unos meses que recuerdan como los más duros de su vida

Son las 12 de la noche y Vanessa Adrao espera, al otro lado del teléfono, que sea una jornada tranquila. Trabaja de madrugada en las oficinas que tiene la Empresa Municipal de Servicios Funerarios en un hospital del norte de Madrid, donde atiende y asesora a las familias de los fallecidos. Allí pasó la mayoría del tiempo en los peores meses de la pandemia. “Todavía hoy llegas en alerta. Estamos muy cansados, sobre todo de pensar que puede volver a pasar”, dice. 

Le cuesta dejar de pensar en los días previos al estado de alarma. Estaba pasando unos días fuera de Madrid con su familia cuando se decretó el confinamiento. “El primer día que llegué al tanatorio la sensación era como si se hubiera estrellado un avión. Yo preguntaba: ¿pero cuántas familias hay que atender? Y mi jefe me decía: no lo sé, en las pantallas salen 300, pero porque no caben más”, recuerda. 

Según la estimación del Instituto Nacional de Estadística (INE), durante 2020 hubo cerca de 86.000 muertes más que el año anterior. Es un dato frío que toma forma en el día a día de los funerarios en los hospitales, los tanatorios o los cementerios. “En Madrid, antes de la COVID fallecían 75 personas de media al día; durante los peores días de la pandemia morían 400 personas. Los trabajadores están exhaustos, han hecho un esfuerzo tremendo este año para atender a las necesidades de las familias y también para contener su dolor”, explica Alfredo Gosálvez, secretario general de la Asociación Nacional de Servicios Funerarios (Panasef). 

"Llamas a una familia y te dicen: ‘menos mal que habéis llamado, no sabía qué hacer, llevo 48 horas con el cuerpo aquí y nadie me había dicho qué hacer. ¿Ya venís a por él?’. Y le tienes que decir que todavía no. Son cosas muy fuertes"

Vanessa Adrao Trabajadora de la Empresa Municipal de Servicios Funerarios de Madrid

Andrés (nombre ficticio) trabaja desde hace diez años en una de las funerarias más grandes de Madrid. Cuando le preguntan cómo ha sido este año se le aparecen las filas de cajones almacenados. “Esto fue una locura. Llegamos a ver 500 féretros apilados. Salían ciento y pico por día, entre entierros e incineraciones”, repasa. Durante el primer mes de la pandemia apenas libró cuatro días y las jornadas se alargaban hasta las 14 o 16 horas. “Te ibas a casa pero te quedabas fastidiado porque veías todo el trabajo que le quedaba a tus compañeros. Fueron días de mucho trabajo, mucho”, sostiene.

“Si no es por los militares, muchos se habrían descompuesto”

Al principio, además, el caos se mezcló con el miedo al contagio. Andrés y sus compañeros entraban a los hospitales, a las residencias de ancianos, a los domicilios. “Nosotros hemos estado y estamos en primera línea. Al principio había mucho miedo al contagio. Cuando íbamos a buscar un cadáver a una residencia, había otros siete fallecidos esperando. Fue algo surrealista”, añade.

Lo peor fue, dice, cuando las cámaras de los hospitales y también de los hospitales estuvieron a punto de colapsar y tuvieron que hacer un trabajo meticuloso para evitar que se descompusieran los cadáveres. “Normalmente a los fallecidos se les aplica formol. Teníamos que ir colocando los féretros como cajas de fruta, priorizando, para que no se pudrieran. Si no llega a ser por los militares, muchos muertos se habrían descompuesto”, precisa.

“Llamas a una familia y te dice la señora: ‘menos mal que habéis llamado, no sabía qué hacer, llevo 48 horas con el cuerpo aquí y nadie me había dicho qué hacer. ¿Ya venís a por él?’. Y le tienes que decir que todavía no. Son cosas muy fuertes”, relata Vanessa. 

En Segovia, el volumen de muertes quizá no fue tan elevado como en la capital del país, pero el miedo al contagio cundió entre los trabajadores. José Pozas se dedica desde hace años a transportar y enterrar cuerpos en una empresa funeraria de la ciudad. Cuando comenzó a dimensionar la gravedad de la situación, tuvo que dejar en casa a su mujer embarazada y mudarse con un compañero que estaba en una situación parecida. “Al final, era el miedo a llevar a tu casa el virus, porque lo podíamos coger trabajando. Hemos estado muy expuestos”, comenta. 

“Teníamos que ir a recoger a los fallecidos nosotros mismos y estabas en contacto directamente. Te tocaba entrar a los domicilios y tampoco había PCR suficientes, no sabías si quienes estaban dentro estaban contagiados”, continúa. Aunque, asegura, la empresa les brindó desde el primer momento la protección adecuada (EPI, gafas, monos dobles, guantes…), el miedo a contraer el virus no se disipaba. 

El presidente de la Asociación Española de Profesionales de los Servicios Funerarios (Aesprof), Fernando Alcón, se muestra disgustado en este aspecto con las diferentes administraciones. “Hemos sido el último mono en esta pandemia. En general, siempre somos los más apestados, pero cuando empezó todo esto tuvimos problemas para acopiarnos de EPI y de material de protección. Nos quedamos a dos velas y tuvimos que abastecernos como pudimos”, protesta. 

Fatiga psicológica: “Si te llevas el dolor a casa estás perdido”

Alcón incide además en el cansancio psicológico que acumulan los trabajadores del sector después de meses de trabajo y aún sin un horizonte claro de cuándo terminará la pandemia o la incertidumbre de si volverán a ver situaciones como las de marzo y abril del año pasado. “Hay gente que lleva esto de forma más profesional porque llevan más años, pero aún así te afecta. No es solo el volumen de las muertes, sino ponerte enfrente de las familias, decirles que no pueden ver a su familiar, que no pueden despedirse”, explica. 

Ángel San Frutos es tanatopractor, también en una funeraria segoviana, y reconoce que este punto le ha afectado especialmente estos meses. Durante el primer estado de alarma no pudo reconstruir, embalsamar, preparar los cuerpos para el velatorio, que es cuando, opina, “comienza de verdad el duelo”. “Entre marzo y junio no pude preparar ningún cuerpo. Los cadáveres de fallecidos de COVID están considerados de tipo 1, altamente contagiosos, como el ébola y otras enfermedades. No puedes tocar ni manipular, tienes que cumplir la normativa: meter el cuerpo en un sudario estanco y no tocarlo más”, detalla.

"Hemos estado y estamos en primera línea. Al principio había mucho miedo al contagio. Cuando íbamos a buscar un cadáver a una residencia, había otros siete fallecidos esperando. Fue algo surrealista"

Andrés Trabajador de una funeraria

Durante estos meses ha trabajado como comercial, atendiendo a las familias, un trabajo para el que, dice, “no vale cualquiera”. “Es muy duro decirle a una familia que no se puede despedir. Decirle a un hijo que no verá más a su padre. Yo considero que esto nos pasa factura, no somos de piedra, por mucho que estés preparado”, dice. José coincide con su compañero: “Hemos visto a familiares cuyo último contacto con su fallecido ha sido vernos a nosotros cubiertos con los trajes metiendo el féretro en el furgón. Es una carga emocional muy fuerte. No son condiciones, pero era lo que teníamos que hacer”.

“Al final te tienes que poner una coraza –añade Vanessa–. Yo hablaba con las familias, las escuchaba, las atendía, pero no me daba tiempo a pensar realmente, porque después de esa familia había otra, después otra y después otra”. Trataba, cuenta, de no llevar esa carga emocional a casa, con su marido y su hijo: “Me levantaba a las tres de la tarde, comía y necesitaba seguir durmiendo para tener fuerzas al volver a trabajar”. Andrés también trataba de dejar el dolor en el umbral de la puerta: “Para trabajar en esto no hay que pensar, porque si te llevas el dolor a casa estás perdido”.

Aunque dice que esta tercera ola no ha visto ni de cerca el volumen de fallecidos que hubo durante el confinamiento de la pasada primavera, reconoce que cuando empezó a ver tres o cuatro fallecidos por COVID al día se asustó. “Ahora, después de Navidad, en enero, te saltaban las alarmas porque pensabas que iba a pasar lo mismo. Gracias a dios no ha sido así”, cuenta.

A la espera de la vacuna

Gosálvez, de Panasef, denuncia que las administraciones no tengan en cuenta al sector tampoco a la hora de elaborar el cronograma de vacunación. “Nosotros no somos un sector vulnerable y entendemos que hay gente que tiene que ir primero, pero sí que somos sector esencial y a estas alturas no podemos permitirnos que una empresa funeraria cierre”, apunta. Asegura que solo tres comunidades –Cataluña, Aragón y Madrid– se han comprometido a incluirlos en el programa de vacunación, pero pide mayor concreción de plazos. 

En la misma línea, Alcón expresa que se han producido numerosas bajas por contactos de COVID entre los empleados funerarios. “Hay mucha funeraria de volumen pequeño que si se contagia uno tiene que cerrar. Si hay una cuarta ola puede colapsar el sector. En enero estuvimos a punto de estar en esa situación”, lamenta, a la vez que desea que, algún día, “las administraciones empiecen a pensar que somos un colectivo necesario, de primera necesidad”.

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