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Asexualidad, la orientación invisible: “Cuando la descubrí, todo encajó”

María López, en las inmediaciones del centro cultural Matadero Madrid

David Noriega

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Cuando María era adolescente sentía que no encajaba, que algo funcionaba de forma diferente en ella. No entendía por qué sus amigas se iban de la discoteca con sus ligues en el punto álgido de la noche. Ella, que no sentía atracción sexual por nadie, llegó a pensar que sus compañeras se estaban inventando que les gustaban los chicos. En aquella etapa, creía que era por la edad del pavo, con las hormonas revolucionadas, y que tal vez ella había madurado más rápido.

Al llegar a la universidad, María se dio cuenta de que la gente a su alrededor seguía sintiendo esa atracción sexual por otras personas. “Pensaba que no podía ser la única que no sentía eso”, cuenta en conversación con elDiario.es. “Una noche de fiesta me puse en una situación de peligro, de obligarme a vivir ciertas cosas para demostrarme a mí misma que podía, que lo sentía o que era como tenía que ser”, recuerda.

Aquello no salió bien y, al llegar a casa, decidió buscar en internet qué era lo que le pasaba. “No sé muy bien qué busqué. Me apareció una página web y leí por primera vez el término 'asexual' y algunos testimonios. Se me abrió el mundo, sentí una paz mental increíble. Vi que había gente que vivía con ello y me identificaba con todo. Todavía la recuerdo como la mejor noche de mi vida”, explica.

“La asexualidad es una orientación sexual que implica que no se experimenta atracción sexual hacia otras personas. Como cada persona es una combinación única de ingredientes, hablamos de asexualidades”, explica la psicosexóloga y directora del centro de sexología 'Con mucho gusto!', Martina González Veiga. De hecho, el activista David Jay definió el llamado espectro ACE, un modelo en el que se incluye a todas las personas que se salen de los parámetros normativos de la sexualidad. Eso puede ser, bien porque puedan llegar a sentir atracción sexual, pero con muy poca frecuencia o intensidad o solo en circunstancias específicas –lo que se conoce como grisexualidad–, o bien porque son personas que solo sienten atracción sexual secundaria, es decir, cuando establecen un vínculo muy fuerte con una pareja determinada –demisexualidad–.

Sandra siempre tuvo una pequeña idea de que no era “como los demás”. Durante la adolescencia experimentaba esa sensación cuando le insinuaban que podía “hacer algo” con su pareja o cuando no quería intimar con ella. “Pensaba, sinceramente, que en algún momento eso despertaría, que había un botón que estaba apagado. Siempre decía que no me gustaba nadie, pero hablaba con mis amigas de sus novios o de sus parejas y les ayudaba a ligar. Eso nunca me pareció violento”, explica. “He tenido relaciones, pero nunca he llegado a intimar con nadie”, señala esta joven, que ahora tiene 20 años.

"Yo quería mucho a mis parejas, pero mucha gente piensa que si no haces nada físico es porque no lo quieres

Sandra Asexual

En su caso, el hecho de no querer mantener relaciones sexuales fue un problema con sus parejas. “Yo quería mucho a mis parejas, pero mucha gente piensa que si no haces nada físico, no lo quieres”, explica. En su cabeza, siempre rondaba una pregunta: “¿Por qué no quiero, si debería querer?”. Como María, hace unos meses, decidió meterse en internet para tratar de identificar qué le pasaba. “Empecé a leer, hasta que vi que encajaba bien en esto y asumí que era asexual. Es algo que sabes, pero a la vez no sabes. Por una parte te explicas muchas cosas que te han pasado, pero también es algo nuevo, que te descuadra. Me dio mucho miedo, no por el hecho de serlo, sino por admitir que soy distinta”, explica Sandra.

A ella le ocurrió algo en lo que coinciden muchas personas asexuales al relatar sus experiencias. “Pensaba que igual no me acercaba a los chicos y me tenía que acercar a las chicas. Pero fue un 'no' rotundo”, reconoce. Y es que conocer solo la heterosexualidad, la homosexualidad y la bisexualidad limita las opciones a esas tres.

El 1% de la población

En 2004, el sexólogo Anthony F. Bogaert publicó un estudio en el que estimaba que alrededor del 1% de la población es asexual. No hay datos oficiales pero, desde entonces, esa es la cifra que se ha tomado como referencia para el estudio de esta cuarta orientación sexual. Pese a que ese 1% de la población se traduce en unos 76 millones de personas en todo el mundo –y cerca de medio millón en España–, el desconocimiento y la invisibilidad son dos factores que favorecen que muchas personas asexuales no sepan que lo son, porque ni siquiera saben que existe esa etiqueta.  

Es lo que le ocurrió a Celia Gutiérrez, de 19 años. “Empecé a cuestionar mi orientación sexual y lo encontré en internet por casualidad”, explica. Como le costó dar con aquello que se ajustaba a lo que ella es, echó en falta más información. “Encontraba artículos, algún vídeo o testimonios, pero me faltaba un sitio en el que estuviera todo unificado, sobre todo en español, así que decidí hacerlo yo”, cuenta sobre el libro que acaba de publicar, La revolución (a)sexual (Egales), una guía que trata de aclarar conceptos, seguramente desconocidos para el grueso de la población, y que pone sobre la mesa los mitos, prejuicios y estereotipos sobre las personas asexuales. Celia ha decidido firmar su libro con pseudónimo, el mismo que ha pedido utilizar en este reportaje, porque prefiere mantener su anonimato.

“La principal discriminación –acefobia– es el estigma, del que derivan el resto. Existen unos estándares de cómo debería ser la sexualidad y como las personas asexuales no se ajustan a ellos, eso lleva a la patologización. Por un lado, por ellas mismas, que pueden creer que tienen algún problema debido a ese desconocimiento, y por otro, por el resto de personas, familiares o amistades, que tienen ese mismo razonamiento y se lo dicen. En el ámbito médico también existe mucho desconocimiento y pueden llegar a patologizar a personas sanas y hacerles terapias porque creen que tienen algún problema de salud”, explica Celia.

Pero las personas asexuales no lo son porque padezcan ningún problema. “Pueden tener excitación, que no es lo mismo que tener baja libido, no está causado por ningún trauma, ni reprimen sus deseos sexuales, ni tienen ningún problema orgánico, ni es celibato”, enumera la psicóloga y sexóloga Silvia Sanz. Precisamente, ser asexual no implica que esas personas no puedan enamorarse y tener o desear una relación de pareja, a no ser que sean arromanticas, otro de los conceptos que desgrana Gutiérrez en su libro. “Para tener relaciones sexuales no hace falta amar a la persona y con esta categoría de personas asexuales también podemos comprobar que puedes amar a una persona y no tener sexo”, apunta la experta, que es autora del libro Sexamor.

"La ausencia de referencias y referentes imposibilita o dificulta la integración de la identidad sexual, lo cual influye en la salud sexual y mental de las personas

Martina González Veiga Psicosexóloga

“La ausencia de referencias y referentes imposibilita o dificulta la integración de la identidad sexual, lo cual influye en la salud sexual y mental de las personas, que no pueden autoidentificarse, autodefinirse e integrar su orientación sexual acorde con su proceso de desarrollo en la infancia y la adolescencia”, indica González Veiga, que considera que la invisibilización de esta orientación sexual se debe “a que se sale de la heteronorma” y a que “la erótica está tan en el centro de nuestra sociedad que la atracción sexual se considera parte de lo que nos humaniza”. En muchos casos, este desconocimiento lleva a las personas asexuales a plantearse orientaciones que no se corresponden con la suya.

“Empecé a descubrir que era asexual porque no sentía placer sexual con mis parejas, ni me fijaba en el físico de nadie. Me sentía raro, como que no encajaba, como si tuviera algún problema psicológico, pero no sentía que lo fuera. No pedí ayuda porque no quería que nadie me obligara a hacer algo que yo no quería hacer”, cuenta Jorge. “Parece que tienes un problema de salud o que estás mal por no tener sexo. El caso es que no lo puedes decir por vergüenza o por miedo”, continúa. “Yo ponía una cara que no era la mía, porque no podías decir que no te gusta tener relaciones sexuales. Me sentía obligado y algunas veces vomitaba al final. Me sentía mal por dentro, porque no quería. Ahora me siento feliz por ser lo que soy, lo que siento y no estar engañado toda mi vida”, explica.

El 16% tiene relaciones por mantener a su pareja

Asexual Community España, la asociación de personas asexuales más importante del país, que ahora preside María, publicó hace unos meses el 'Informe Censo Comunidad Asexual España 2020–2021', con 615 entrevistas a personas asexuales. Se trata de una encuesta abierta a través de las redes sociales, que puede dejar fuera a un espectro amplio de la población, pero que arroja algunos resultados que preocupan a los responsables del estudio. Por ejemplo, que solo el 27,8% de los encuestados mantiene relaciones sexuales por placer propio o que el 20% lo hace por diversión, mientras el 39,5% acepta tener sexo por complacer a otra persona y el 16,3%, por mantener a su pareja.

“Calibrar la sexualidad pasa también por la cantidad de violencia que sufren las personas o a la que se tienen que ver sometidas durante años, porque se supone que a los 17 años tienes este constructo social por el que pierdes la virginidad. Así, van surgiendo una serie de violencias por las que, aunque no quieren compartir su cuerpo, se ven obligadas”, apunta la educadora social y sexual Pitu Aparicio. “El hecho de que salgan personas o tengan reconocimiento público hablando de que son asexuales hace que la etiqueta tenga mayor peso y haya quien se lo pueda plantear o darse cuenta de que lo es”, indica en línea con el resto de expertas.

Luis se identificó como asexual hace cuatro años, cuando tenía 33. Ocurrió en un cumpleaños, en el que estaba una amiga asexual. “Estuvimos jugando a 'Feminismos reunidos' y me salió una pregunta sobre demisexualidad. Respondí mal y cuando me corrigieron dije: yo soy así. Al día siguiente tuvimos una charla sobre el tema y un montón de teclas empezaron a hacer 'clic' en mi cabeza. Sentí que todo encajaba”, explica.

Al principio, Luis pensaba que era un “hetero muy raro”, porque las mujeres le gustaban “estéticamente”. Tras el descubrimiento con el juego, se identificó como demisexual, pero al final se dio cuenta de que “lo que cuadra” con él es la asexualidad. El proceso de descubrimiento y autoaprendizaje es habitual en todos los testimonios recabados para este reportaje.  “Yo soy sexo–positivo. El sexo me parece una práctica bastante placentera, pero si no siento atracción es muy difícil que me apetezca, aunque esto no quiere decir que no pueda disfrutarlo. De hecho, hasta me masturbo”, matiza.

“La asexualidad evidencia lo que ya veíamos en las consultas de sexología; atracción sexual, deseo sexual y excitación, aunque puedan guardar relación entre sí, son conceptos diferentes que no van siempre de la mano. Y que no se den los tres no tiene porqué significar per se que exista algún problema”, señala González Veiga.  

Yo el síndrome del impostor lo he sentido muchas veces, porque parece que si no lo dices desde el principio te sientes mal o estás engañando a la otra persona

María López Presidenta de Asexual Community España

“La invisibilidad, el silencio, el miedo y la discriminación nos hace sentirnos inferiores. Parece que tenemos que cumplir ciertas cosas y entrar en una dinámica de obligarnos a hacer cosas de las que a veces es difícil salir”, indica María. Que dentro del imaginario colectivo esté asumido que después de una buena primera o segunda cita haya que subir a casa o que si conoces a alguien en una fiesta tenga que ocurrir 'algo más', son mantras que persiguen a estas personas. “Yo el síndrome del impostor lo he sentido muchas veces, porque parece que si no lo dices desde el principio te sientes mal o estás engañando a la otra persona”, añade. “Es un nivel de sufrimiento pensar que una fase lleva a otra y que tienen que dar explicaciones”, desarrolla Aparicio.

“Me encanta estar con ella... pero no me pone”

“Dentro del colectivo asexual hay gente que tiene relaciones y gente que no”, continúa María. En su caso, en algunas ocasiones ha tenido relaciones sexuales, “pero nunca han estado atravesadas por el componente 'me pones'”, sino que concibe el sexo “de una manera diferente a los códigos que nos han enseñado”. “Para mí habita en un segundo plano que no tiene que ver con mi emocionalidad hacia otra persona, sino con momentos personales míos”, desarrolla. “Me ha costado entender que una persona me puede atraer por mil cosas, que me encanta estar con ella, que me genera esa 'adicción'… pero que no me pone”, dice para explicar que “los afectos o los vínculos románticos los sentimos como cualquier otra persona”.

Para afrontar una relación de pareja entre una persona asexual y otra alosexual (aquellas que sí sienten atracción sexual), las expertas dan los mismos consejos que para cualquier otra: “Las relaciones se construyen y funcionan desde la intención de conocerse, conectar, empatizar y construir un vínculo en el que se sientan seguras, en confianza, libres de ser quienes son, alegres. No hay una fórmula universal para todas las personas, la que sea buena para ellas está genial. Que no se comparen con nadie y se centren en su bienestar”, indica González Veiga.

Silvia Sanz insiste en la idea de una buena comunicación. “Hay que distinguir muy bien entre el sexo y el amor y entender mucho al otro para encontrar un equilibrio”, indica. En juego entran fórmulas igual de válidas que las de una pareja tradicional: desde no mantener relaciones sexuales hasta abrir la pareja, mantener relaciones poliamorosas o pactar cuándo se van a mantener relaciones.

En 1948, los biólogos Alfred Kinsey, Wardell Pomeroy y Clyde Martin desarrollaron la escala de calificación heterosexual–homosexual, conocida como 'escala de Kinsey', donde se recogía que las personas –inicialmente el estudio se realizó sólo con hombres y años después se amplió a mujeres– no encajaban exclusivamente en las etiquetas 'heterosexual' y 'homosexual' y establecía cinco grados entre un extremo y otro. Fuera de la gráfica, en una octava categoría que llamaron 'X', se incluía a los individuos que no tenían 'contactos o reacciones socio–sexuales'.

Tres cuartos de siglo después de aquel informe, una de las peticiones del activismo asexual, que ha despuntado en España en los últimos años, es que sus reivindicaciones se asuman por parte del colectivo LGTBI. En 2019, su manifiesto se incluyó en el Orgullo Crítico madrileño. “El colectivo LGTBI agrupa a todas aquellas orientaciones e identidades que están fuera de la heteronorma y la asexualidad lo está, pero no está incluido porque la historia del Orgullo y sus reivindicaciones se basan en el conocimiento de las identidades. Igual que antes era el 'colectivo gay', porque las lesbianas estaban invisibilizadas y se desconocían las realidades bisexuales o trans, que se han ido incorporando, con las personas asexuales ocurre lo mismo”, explica Celia. Para Pitu Aparicio, “añadir la 'A' a las siglas no cuesta nada y es una forma de reivindicar y ganar espacio”. 

Para esta experta, que imparte talleres de sexualidad, si hubiera espacios en colegios e institutos en los que hablar de esto “sería muy liberador para las criaturas, sobre todo en su proceso cognitivo y para tener referentes”. Por eso, pide: “Que no pase como en nuestra generación, que no teníamos información ni acceso a los recursos. Ahora ellos tienen las redes, pero no tienen espacios de cuidado donde hablar de toda esa información y de las dudas que les genera”.

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