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Una fosa de 400 muertos en los campos de Burgos

Diego Barcala

Una de las mayores matanzas de la Guerra Civil acaba de ver la luz. Los crímenes del monte de Estépar, cerca de Burgos, fueron desenterrados en forma de 70 esqueletos extraídos de tres fosas distintas. Son sólo una parte de los entre 300 y 400 civiles asesinados por falangistas, militares y guardias civiles franquistas que aprovecharon su puesta en libertad en la cárcel para asesinarlos en grupos.

Son las consecuencias de las famosas sacas que en 1936 sembraron de sangre diversos pueblos burgaleses. Las excavaciones, que se retomarán en noviembre, han sido llevadas a cabo gracias a una campaña de mecenazgo impulsada por la Coordinadora por la Recuperación de la Memoria Histórica de Burgos que ha conseguido recaudar 14.000 euros en 40 días para costear parte del trabajo de un equipo de 20 científicos a la órdenes del arqueólogo Juan Montero y el forense Francisco Echeverria.

“Aprovecharon que se trataba de un terreno baldío, con una tierra blanda fácil para enterrar, apartado del casco urbano para una vez ensayado una vez, repetirlo. Es el ejemplo perfecto para entender qué eran las sacas”, explica Echeverria. El número de cuerpos extraídos de cada fosa coincide con el número de presos puestos en libertad que se registraron en la cárcel de Burgos. “Te puedo decir que se trata de los que salieron de la cárcel en los días 29 y 30 de septiembre de 1936. Puede variar cualquier cosa, pero con identificar a uno de ellos y sus edades se puede saber de qué personas se trata porque la salidas de prisión están documentadas y se pueden consultar”, aventura el historiador local José Ignacio Casado.

El procedimiento demuestra la sistematización de una masacre tolerada. “Imagina que estás detenido en los días posteriores a la sublevación. Pasas unos días en la cárcel y como no tienen nada contra ti, te sueltan. Estás feliz por salir en libertad y en la puerta te esperan una panda de falangistas o los del pueblo que te suben a un camión y acabas en una cuneta a con un tiro de fusil en la cabeza. Esto pasaba, y en algún momento alguna autoridad de este país deberá documentar y oficializar estos sucesos”, reclama el forense Echeverria.

Entre los centenares de personas asesinadas en Estépar se encuentran personalidades de relevancia histórica como el compositor Antonio José, su hermano Julio maestro y periodista y el padre del escritor Francisco Ayala. Algunas informaciones aseguran que en esos parajes se encuentran también los restos del padre del escritor Fernando Sánchez Dragó aunque el investigador José Ignacio Casado asegura que los restos de Fernando Sánchez Monreal se encuentran entre los recuperados en dos fosas con cerca de 50 personas en Viallamayor de los Montes. Sánchez Dragó aseguró en una entrevista que se enteró del asesinato de su padre en 1956 cuando, durante una manifestación estudiantil, el famoso comisario de la policía franquista Roberto Conesa le espetó: “Eres un resentido porque matamos a tu padre”, según reconoció en una entrevista en El País en 2006. A pesar de ello, es habitual en sus columnas encontrar elogios al fundador de la Falange José Antonio Primo de Rivera, del que se confiesa admirador.

Un gran número de fosas

Los trabajos de excavación comenzaron el pasado 18 de julio y se alargaron hasta el viernes 27. “Se ha conseguido contactar con más de 60 familiares (descendientes que, en la actualidad, se desperdigan por toda la geografía española, a pesar de que la mayoría de las víctimas procediesen de la provincia de Burgos). Todos son muy conscientes de que dado el gran número de fosas y, por tanto, de víctimas, y la falta de recursos económicos por la nula implicación de las Administraciones Públicas, las tareas de identificación van a ser tremendamente complejas”, lamenta el arqueólogo Juan Montero.

Pese a toda la labor de investigación histórica que se pueda llevar a cabo con la documentación de la prisión de Burgos, sin pruebas genéticas será difícil la entrega de los cuerpos identificados a los familiares. El paso de 80 años desde los asesinatos han hecho que se pierdan testimonios claves de lo ocurrido. Detalles con el del hermano de Francisco Ayala, José Luis, que tal y como describe Francisco en sus memorias, salió en una saca pero se libró del asesinato porque lo mandaron al frente.

El padre, Francisco Ayala Arroyo, pese a no militar en ningún partido de izquierdas y estar en Burgos con su familia desde 1931 como administrador del Monasterio de las Huelgas Reales por designación del ministro Miguel Maura, no se libró de la masacre del verano de 1936. Ayala se enteró en Barcelona, poco tiempo antes del exilio del Gobierno republicano para el que trabajaba, del fatal desenlace de su padre. “La noticia del asesinato de mi padre y demás desventuras no me concedió a mí el alivio de las lágrimas, sino que me dejó el corazón helado”, escribió en sus memorias publicadas por primera vez en 1988 con el título Recuerdos y olvidos (1906 -2006) por Alianza Editorial.

Años después de la Guerra Civil, el escritor recibió a su hermano Vicente en Buenos Aires. Su hermano le contó los horrores vividos junto al padre de ambos en el penal de Burgos hasta que Francisco no aguantó más: “Basta, basta. Dejemos eso”. Imaginar lo vivido aquel agosto de 1936 por su padre le perturba y así lo cuenta en las memorias. Pero rescata una anécdota truculenta que le contó su hermano. En 1935, un crimen delirante en Burgos provocó un escalofrío en la población. El hijo de un matrimonio campesino que vivía de cultivar la huerta estaba muy orgulloso de una hermosa col que había conseguido hacer crecer. Presumía sin parar de ello advirtiendo: “Como alguien toque esa col, le como el hígado”.

Como no podía ser de otra manera, le robaron el fruto. “Le como el hígado”, repitió sin descanso durante semanas hasta que un día le dijo su padre, temeroso de que cometiera una barbaridad: “Mira, no pienses más en eso. La col la arranqué yo, porque como eres tan bruto no quería que fuera a ocurrir una desgracia”. No hubo más que hablar. Un par de días, o semanas, más tarde le trae el muchacho a su madre un hígado para que se lo cocine, y la vieja se lo prepara sin sospechar nada. Era el hígado del padre. Pues bien, este presidiario que cumplía condena en Burgos fue el encargado de hacer de barbero de los presos políticos como el padre de Ayala y tantos otros. “Un detalle truculento cuyo refinado y morboso sadismo revela quizá mejor lo que allí ocurría que la descripción de las innumerables e inconcebibles atrocidades que me contó Vicente apenas llegado a Buenos Aires”, recordó Ayala antes de morir sin el alivio al menos de ver los restos de su padre enterrados en un lugar digno.

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