Carlos Soria: el abuelo de las cumbres
Nadal, Gasol, Alonso, Márquez, Iniesta… En esta lista de ases del deporte debería apuntarse el nombre de Carlos Soria (Ávila, 1939), montañero excepcional que, además de realizar escaladas de máxima dificultad en hielo y roca por medio planeta, completar las siete cumbres de los siete continentes con setenta años o ser el primer ser humano en hollar la cima del Dome Khang (China, 7.260 metros), es el único alpinista septuagenario que sigue escalando ochomiles (en total lleva once). El mes que viene, este abuelo incombustible sale a por otro. Y tiene en mente conquistarlos todos. Es el Mick Jagger de las cumbres.
El tapicero trepador
No deja de ser curioso que Carlos Soria, que lleva más de medio siglo escalando piedras, que ha subido a los peñascos más altos de la tierra y que vive al pie de la granítica Pedriza, tenga su casa precisamente en la calle Roca, donde nos recibe. Soria, abulense del barrio madrileño de Ventas que este mes cumple 75 años, menudo, enjuto y de rostro curtido por innumerables vientos, tiene previsto salir a finales del mes de marzo a la conquista –es su tercer intento– del Kanchengjunga, uno de los tres ochomiles que aún se le resisten junto al Annapurna y el Dhaulagiri. Tapicero de profesión y padre de familia numerosa, aún así siempre se las apañó para practicar escalada de alto nivel, pero desde que se jubiló anda embarcado en la hazaña –patrocinada por el BBVA– de coronar las 14 cumbres más altas de la tierra, esas que se elevan por encima de los ocho kilómetros de altura, donde el oxígeno se vende caro, avanzar 50 metros supone un esfuerzo titánico y el hombre es un pelele a merced de la inmensidad de la montaña y su caprichosa y extrema meteorología.
Carlos le lleva la contraria al tiempo y a los límites del ser humano, aunque él, modesto, apenas le da importancia. “No tengo nada de portento físico de la naturaleza”, advierte. “Soy un tío normal con muchos problemas, dolores de espalda, dolores de rodilla… Y esto lo compenso primero haciendo una cosa que me gusta mucho y luego cuidándome todo lo posible, entrenando muchas horas y descansado muchas horas, a esta edad como no descanses…”. El plan funciona y Carlos se encuentra en forma: “El ridículo no lo haré nunca, espero que no pierda la cabeza y lo haga. Si estoy allí es porque es mi sitio y estoy en las condiciones perfectas, ya me gustaría estar haciendo escalada de gran dificultad en los Alpes o el Himalaya, pero estoy haciendo grandes montañas, que requieren mucho esfuerzo pero no esa habilidad que tenía cuando era joven escalando”.
Este último comentario define al personaje y su forma de ser: mientras la mayoría de sus coetáneos está echando migas a los patos o como mucho corriendo a duras penas detrás de los nietos, el aún se lamenta de no poder estar subiendo paredes de hielo o granito, como diciendo “Para esto hemos quedado”. Para el Everest, el K2, el Annapurna… Nombres fascinantes y terribles que nunca imaginó visitar cuando se enamoró de la Sierra de Guadarrama siendo un adolescente. Amor a primera vista y para toda la vida. “Siempre me ha gustado salir al campo y cuando descubrí la montaña supe que era lo mío, yo creo que trabajé de tapicero pero nací alpinista”.
A los Alpes en Vespa
El joven Soria fue subiendo peldaños: Guadarrama, Gredos, Pirineos… y de ahí a los Alpes, ¡en scooter! “Unas vacaciones del año 59 o 60, mi amigo Joaquín y yo fuimos en una Vespa 125 al Pirineo para hacer una escalada ya de dificultad, la cara sur del Tozal de Mayo. Y, ya puestos, de ahí nos fuimos para Chamonix, tres días los dos en la moto, con cuerdas, piolets… Un lujo, éramos muy jóvenes y teníamos muchas ganas de ir”. Y no sólo eran precarios los desplazamientos, recuerda: “Al principio en España no había ni materiales ni libros ni información ni nada, cuatro libros de Editorial Juventud y poco más. Llevábamos chaquetillas de aviación que comprábamos en el Rastro y botas de aviación para escalar, o chirucas. La ropa la teníamos que hacer de… Yo, como era tapicero, he llevado pantalones de terciopelo hechos con unas cortinas viejas. Nos fabricábamos nuestras propias clavijas para escalar y escalábamos con cuerda de cáñamo cuando en otros países ya usaban nylon… Pero salir cambió nuestra mentalidad, al principio estábamos como asustados, el alpinismo no era cosa de nuestro país ni mucho menos. Eso ha ido cambiando y ahora estamos con un nivel tan bueno o superior al de muchos países alpinos”, señala este admirador de dos leyendas escaladoras europeas, el italiano Riccardo Cassin, ya fallecido, y el austriaco Reinhold Messner (“el supergenio de la montaña”, en palabras de Soria, “aunque tuvo la oportunidad de dedicarse a ella de forma profesional”, matiza).
Pionero alpinista español
A base de entrega y condiciones innatas, Soria enseguida destacó: “Mi primera escalada de gran dificultad, de sexto grado, la hice en el año 62 en los Alpes, una pared de roca de1200 metros en la que estuvimos tres noches y cuatro días, éramos los primeros españoles en hacerlo. Así que me seleccionaron para las primeras expediciones que se organizaron en España. La primera fue al Cáucaso en 1968, la segunda al Mackinley (Alaska) en 1971, en lo que fue la primera ascensión de españoles. Y en 1973 visité por primera vez el Himalaya”. El destino de aquella expedición era el Manaslu (8.165 m), al que volvería 37 años después para conquistarlo. Antes, el lugar, el pueblo de Sama, que se asienta al pie del mastodonte, y sus habitantes, lo habían conquistado a él.
Durante un congreso de cardiología, Araceli Boraíta, cardióloga del Consejo Superior de Deportes, expuso: “No se crean que Carlos tiene el corazón de un triatleta ni mucho menos, Carlos lo que tiene distinta es la cabeza”. “Tiene mucha razón”, dice Soria, “la cabeza es muy importante, es el músculo más importante”. En cualquier caso, es dueño de un gran corazón. Cuando le preguntamos por su mejor recuerdo de la montaña menciona precisamente el Manaslu y Sama, a donde ha llevado expediciones solidarias con equipamiento básico para la escuela y el monasterio locales.
Exprimiendo el tiempo
Mucho te tiene que tirar el monte para ser capaz de compaginar la responsabilidad de estar al frente de un taller de tapicería de cuatro empleados y de una familia de cuatro hijas con su pasión por la escalada. “Sacándole tiempo al tiempo”, explica. “Mi mujer me ha ayudado, y mi padre mientras pudo. Vivía en un quinto piso y el taller lo tenía en el bajo, lo que me ha hecho ganar mucho tiempo. A veces venía de escalar y me metía en el taller tres o cuatro horas. O comía un yogur y poco más y me iba a entrenar a mediodía al parque de la Fuente del Berro, que estaba enfrente, y volvía a trabajar a las cuatro. Y he salido mucho en familia. Nos hemos ido con las niñas a la montaña, sin coche, en autobús o tren, con una cunita para el bebé, a la Sierra de Gredos. Cristina se que daba en el pueblo y yo subía a escalar. Volver a las doce de la noche a Madrid, a la plaza de Ópera, bajar del autobús con las niñas dormidas… Si alguien tuviese que hacerlo ahora diría que es una locura”.
Lo que hace Soria, para muchos, es una locura. Pero, antes al contrario, es un tipo bastante cuerdo. Sensato. Cauto. Capaz de darse la vuelta a apenas 200 metros de un objetivo por el que lleva años luchando porque no lo ve claro. Por eso está vivo y de una pieza. “El sherpa con el que casi corono esta primavera el Kangchenjunga, Muctu, estaba más preocupado que yo porque llevábamos varias expediciones sin hacer cumbre. Y lo veía tan cerca, hacía tan buen tiempo y nosotros estábamos bien, que me dijo, ‘Carlos, tenemos que subir, esto lo hacemos en tres o cuatro horas’. Y yo, ‘Que no, Muctu, nos vamos para abajo’. ¿El motivo? Se había acabado la cuerda, llevábamos ya 200 metros subiendo sin cuerda con la que bajar, llevábamos seis horas de retraso… Siguieron subiendo once y cinco murieron en la bajada. Y los demás sufrieron congelaciones, ceguera…. Tuve suerte, nunca pensé que iba ocurrir esa tragedia, sólo que se podía complicar realmente la bajada. Por eso me di la vuelta”.
Decepción relativa
Bajarse sin hacer cumbre no es un fracaso. Perder la vida sí. Por eso Soria relativiza la decepción de las expediciones fallidas, y van unas cuantas. Por eso y porque sabe que en última instancia el éxito no depende de uno, por muy fuerte que uno esté. “El parte dice que va a hacer bueno y de repente una nube se cuela en tu montaña y te mete 20 cm. de nieve o viento… El alpinismo es un deporte un poco peligroso, aunque no tanto como se pregona. Yo intento que los peligros sean los mínimos posibles. Cuando hay alguna duda me bajo, pero tan tranquilo. Nunca, y me he bajado muchas veces de las montañas, me he bajado jodido por haberlo hecho sino convencido de que era lo que tenía que hacer”.
¿Cuál es la montaña más perra a la que se ha enfrentado?, le preguntamos. Contesta: “Posiblemente el Annapurna. No por su dificultad sino por los problema de avalanchas que tiene. Es una montaña peligrosa y lo pasamos un poquillo mal. En un día y medio sufrimos no una sino tres avalanchas, y nos volvimos, claro. Lo ves venir, el viento blanco aquel, polvo de nieve, te tumbas en el suelo… No quedamos sepultados –si te quedas, mal, asunto– pero pasas un par de minutos verdaderamente angustiosos”.
Palizas, siesta y cecina
Soria, que dejó los estudios a los once años para ponerse a trabajar, ha recorrido buena parte del mundo al encuentro de montañas: la Antártida, Papúa, Katmandú, las nieves del Kilimanjaro, los Andes… Se ha cruzado con aborígenes armados con arcos y flechas, sherpas embaucadores, osos hambrientos y leopardos de las nieves –“El Yeti no”, aclara–, todo eso sin saber inglés, algo que lamenta: “Hablo inglés con los que no saben, con los sherpas y eso, cuatro palabras y las cosas básicas de la montaña. Me da pena porque viene gente muy interesante a charlar a la tienda y tenemos que comunicarnos por intérprete”.
Una de las claves de la longevidad deportiva de Soria es el entrenamiento. Se mete unos tutes que impresionan. Monta en bicicleta de montaña por pistas forestales, sube escarpadas pendientes a paso ligero, practica esquí de fondo, escala en hielo…. “El otro día me fui a las siete de la mañana y conduje siete horas hasta Benasque para hacer esquí de fondo. Me hice 15 Km., al día siguiente, 26, y otros 15 el tercero, antes de coger el coche para volver a casa”, desgrana sin despeinarse. Últimamente cuenta además con un entrenador con el que trabaja la condición física. Completan el programa unas buenas dosis de descanso (duerme nueve horas y la siesta, “de hora y media”, si puede no la perdona) y una dieta sana que incluye mucha fruta y verdura, infusiones de roiboos con leche de almendra y cecina (junto con las lentejas, una de sus debilidades): todas las mañanas se prepara un bocadillo en dos obleas de pan de centeno rellenas de cecina y laminas de ajo. “Me encuentro bastante bien”, dice, “este año he estado físicamente muy bien en las dos expediciones, no he subido a las cumbres pero no ha sido por eso”.
Soria está cómodo dedicado en cuerpo y alma a esta rutina espartana de la que sólo se distrae –a regañadientes, gajes de la fama– para cumplir con alguno de sus cada vez más numerosos compromisos: una conferencia, un homenaje o esta sesión de fotos para DON. A pesar del “fastidio” de tener que cambiar la sierra por un estudio fotográfico en el centro de la capital, Soria posa con infinita paciencia y naturalidad, la misma con la que se deja probar modelitos a manos de nuestra estilista, encantada como todos con el personaje. “¡Qué señor más guay!”, dice.
El veterano alpinista cuida su cuerpo de forma meticulosa para que le alcancen las fuerzas, consciente de que el tiempo juega en su contra. A finales de marzo vuelve a intentar encaramarse al Kangchenjunga. Soria es de los animales que tropieza dos veces con la misma piedra, y las que hagan falta, hasta superar el obstáculo (el K2 le costó cuatro intentos). “Es una montaña que conozco muy bien, pero es complicado, tienes que hacer las cosas muy bien y además tener suerte”.
Aún así, ¿cree que le dará tiempo a lograr la inaudita hazaña de completar los catorce ochomiles? Soria contesta sin titubear. “Si tengo un poco de suerte con la salud creo que sí lo voy a conseguir, si puedo seguir mas o menos como estoy… Me gustaría conseguirlo no este año sino el que viene. Hay esa posibilidad y ya que estoy metido en esto me encantaría. Pero si no lo consigo tampoco pasa nada, he hecho lo que me ha gustado y he demostrado, aunque no fuera mi intención demostrar nada, que la gente mayor podemos hacer cosas”.
¿Cómo se define como montañero?
Un poco cabezón. Tanto tiempo haciendo montaña no es normal, y que siga con esta ilusión que tengo todavía, verdaderamente me considero un bicho raro.