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COVID-19

La cepa británica amenaza con boicotear el descenso de la curva si no se extrema el cumplimiento de las restricciones

Una familia pasa ante un comercio del centro de Barcelona el día en el que en Catalunya arrancan las rebajas de enero con nuevas restricciones. EFE/ Enric Fontcuberta

Mónica Zas Marcos / Marta Borraz

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La variante VOC B.1.1.7, más conocida como cepa británica, ya supone entre el 5 y el 10% de los contagios de coronavirus en España. Según informó Sanidad, el número de casos ha ascendido a 350 y su presencia se multiplica a una velocidad semanal de entre 1,5 y 2 veces, por lo que se calcula que llegará a ser la predominante en marzo. Su impacto en la pandemia y en la incidencia acumulada, que por primera vez este jueves bajó hasta los 889 casos por 100.000 habitantes –886 el viernes– marcando el pico de la tercera ola, aún es incierto. No obstante, su presencia avanza “muy rápidamente” y eso podría empeorar la tasa de hospitalizaciones por COVID-19, la letalidad y, por lo tanto, comprometer el declive de la curva.

La experiencia del Reino Unido y de países más cercanos, como Portugal o Dinamarca, ha hecho saltar las alarmas. Fernando Simón, director de Alertas y Emergencias Sanitarias, admitió delante de la prensa que la variante “avanza a una velocidad similar a la de estos países”, pero los estudios en España aún están en una fase muy preliminar y los expertos piden prudencia. Además, el Gobierno acaba de poner en marcha un mecanismo de secuenciación genómica para vigilar esta mutación y otras más preocupantes, como la sudafricana y la brasileña, y con el que pretende arrojar luz semanalmente sobre su incidencia en nuestro país.

Lo único que se sabe con certeza a día de hoy es que la británica es más transmisible. Lo que no es seguro es cuánto, algo que inquieta a los virólogos. “Es mucho peor una variante más transmisible que otra más letal, dentro de unos límites. Porque se expande más rápidamente, afecta a más personas y termina saturando los sistemas hospitalarios”, piensa Roger Paredes, investigador de la cepa en el Hospital Germans Trias i Pujol, en Badalona. Sonia Zúñiga, viróloga en el CSIC, cree en cambio que “con un 5 y un 10% no se puede decir que se esté imponiendo”, y lo compara con la variante D614G, la del coronavirus actual que sustituyó a la de Wuhan: “En un mes pasó del 1% a más del 50%, pero la inglesa no va al mismo ritmo”.

Termine predominando o no, los expertos advierten que no existen recetas mágicas ni específicas para atajar su transmisión: los confinamientos, las mascarillas, la distancia física y las demás restricciones funcionan contra el SARS-CoV-2 y contra cualquier mutación. Pero Fernando Simón apuesta por “aplicar mejor las medidas de control o aplicar alguna más”, sobre todo porque España se encuentra muy por encima del límite de la presión asistencial: las UCI han llegado al 44% de ocupación y las camas ordinarias de los hospitales están al 24%, cuando lo máximo debería ser 25% y 14%, respectivamente. “Es muy difícil decir qué medida es la perfecta. Lo único que funciona para parar al virus a día de hoy es evitar el contacto social y darle velocidad a la vacunación”, apuesta Zúñiga. Paredes es más tajante: “Con las medidas actuales no se puede contener”.

El virólogo catalán propone un confinamiento total, sabiendo que es “una decisión compleja con impacto social y económico” a muchos niveles. “Pero la variante ya está aquí, está subiendo y no hay motivos para pensar que los españoles vamos a ser distintos”. A su entender, es la fórmula con la que Reino Unido, Irlanda y Portugal han conseguido doblegar sus curvas después del impacto de la variante. Sin embargo, es difícil saber hasta qué punto esta fue determinante o influyó la relajación de las medidas básicas, como el uso obligatorio de la mascarilla.

Por eso, en lo que coinciden tanto Paredes como Zúñiga, y a lo que se suma el director del Centro Nacional de Microbiología (CNM), nodo central en las operaciones de rastreo y análisis del SARS-CoV-2 que gestiona el Gobierno, es en respetarlas “a rajatabla”. “El distanciamiento social y la higiene personal sirven para evitar la transmisión de las nuevas variantes, lo que hace su cumplimiento aún más relevante si cabe”, apunta Jesús Oteo.

En este sentido se expresa también Fernando Rodríguez Artalejo, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid, que aunque apunta a la incertidumbre sobre el comportamiento de la variante y a su dependencia de varios factores, explica que “la regla de oro es que o aumentas las restricciones o vas a tener más contagios”. Aunque algunas comunidades como Galicia o Extremadura han apurado en los últimos días las medidas del estado de alarma, otras “aún tienen margen” y “es probable que deban plantearse incrementarlas”.

Respecto al debate de si las mascarillas quirúrgicas son menos efectivas frente a la mutación británica que la FFP2, Zúñiga responde: “Quizá en entornos como el transporte público sería bueno llevarlas. Pero entonces hay que hacer algo porque no todo el mundo se puede permitir una mascarilla de esas cada día”.

Incertidumbre, pero prevención

Para Artalejo es “esperable” que la cepa “vaya ganando terreno” porque “tiene una ventaja competitiva” frente a otras, pero la clave está en la velocidad a la que lo haga. Es decir, “debemos lograr que en vez de que sea a finales de febrero, lo sea a finales de marzo o abril”. Por un lado, porque la presión hospitalaria, que ahora está en máximos, puede ser menor y, por otro, porque si los problemas de suministro de las vacunas se arreglan, lo previsible es haber inmunizado a las personas mayores de 80 años. “Claro que puede cambiar la situación”, piensa Francisco Díez, investigador del CNM, “sobre todo dependiendo de la situación epidemiológica que mantengamos mientras tanto”.



Usama Bilal, profesor de Epidemiología y Bioestadística de la Drexel University (Philadelphia), coincide en la cautela a la hora de predecir cómo afectará la cepa debido a que ahora mismo “tenemos cuatro fuerzas ocurriendo simultáneamente”. Se refiere a “los contagios post-navideños”, el efecto de la variante, las medidas restrictivas aprobadas recientemente y la vacunación: “Según el balance entre estos factores veremos una situación u otra”, dice el experto, que también piensa que el efecto “puede ser heterogéneo entre comunidades”.

Y algo similar refiere Pere Godoy, expresidente de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), que cree que el comportamiento de la tercera ola dependerá tanto de cómo avance la vacunación como precisamente de la influencia de las variantes: “Pueden tener bastante impacto si realmente llegan a transmitirse a un nivel amplio, por ser más contagiosas. Pero nos tenemos que poner las pilas para conocer cuáles serán las implicaciones y en qué situación estamos, porque aún no lo sabemos”, explica.

Punto en común: intensificar la vigilancia

Todos los especialistas consultados creen que lo más urgente es priorizar la vigilancia, no solo de esta variante, sino de todas, algo que hasta ahora “no se ha hecho de manera sistemática”, señala Bilal. De ahí que él se tome las referencias de Sanidad a que está creciendo muy rápidamente “con cautela”. Desde la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS), Ildefonso Hernández también cree que “no se han tomado las decisiones adecuadas para monitorizar y responder a estas situaciones”, por lo que reclama “reforzar la vigilancia, identificación y seguimiento”.

Los esfuerzos de secuenciación también son un elemento clave para los virólogos. “Hay que estar al tanto y si se ve que es más transmisible tomarlo en consideración. Pero me preocupa más la variante brasileña, que ha presentado casos de reinfección y puede ponernos en peligro”, dice Sonia Zúñiga, del CSIC, refiriéndose a los avances en la vacunación. De este linaje aún no se han encontrado casos en España. En cambio, de la variante sudafricana, que podría presentar escape vacunal o de los anticuerpos, se ha detectado un caso aislado en Vigo. “Tenemos que secuenciar aleatoriamente para tener una visión más realista de lo que está circulando”, propone Francisco Díez, del CNM.

Además de intensificar la secuenciación, Godoy propone que los servicios de vigilancia tengan disponibilidad para que se envíen muestras cuando ocurran brotes concretos en los que se observe una transmisión inusual. Por ejemplo, en una residencia donde hayan resultado infectados todos los residentes, algo llamativamente fuerte. En casos así debería poder dirimirse si hay presencia de alguna cepa diferente“. Quedarán algunas incertidumbres con ese sistema porque no siempre se podrá achacar directamente a la cepa, pero ”nos ayudará a saber un poco cómo estamos“ y a tratar de establecer correlaciones con más datos, añade.

Roger Paredes también considera de vital importancia la apuesta por la secuenciación genómica. “Es imprescindible montar un sistema de vigilancia que sea representativo de la epidemia en todos los sitios”, defiende. “Se tiene que invertir mucho más y generar una red que no esté basada en el voluntarismo, sino en financiación y en recursos”. Y aun así “va a ser como mirar a las estrellas”, dice en referencia al decalaje que mostrarán los datos genómicos respecto a la realidad, con aproximadamente unas dos semanas de retraso.

El otro inconveniente, señalan los especialistas, es que con los niveles de incidencia que tiene España, “se complica” porque aunque hay “capacidades buenas desde el punto de vista de laboratorio, están desbordados”, comenta Hernández. “Con esta transmisión generalizada, sin hacer los deberes de vigilancia, estaremos en esta situación repetidamente”, se lamenta.

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