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Dinamarca abandona la vacuna de AstraZeneca y España la mantiene: por qué ambos países tienen razón

Vacuna de AstraZeneca

Sergio Ferrer

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Hace unos días Dinamarca anunciaba que dejaría de utilizar la vacuna de Oxford/AstraZeneca. Lo hacía con un comunicado en el que recordaba la evaluación positiva de la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) sobre el suero: “Entiendo si otros países en una situación diferente continúan usándola. Si estuviéramos en una situación completamente diferente […] no dudaría en usarla”, aseguraba Søren Brostrøm, responsable danés de salud pública. Sus palabras nos recuerdan que el contexto es importante a la hora de gestionar una crisis de salud pública. También la comunicación: aunque no existen respuesta universales, no explicar por qué se toman caminos diferentes puede generar desconfianza y poner en peligro las campañas de inmunización.

“El contexto para tomar este tipo de decisiones de salud pública es importante”, asegura a elDiario.es la investigadora de de la Universidad de Cambridge María Climént. En los últimos días esta periodista científica ha explicado cómo comunicar el riesgo y la dificultad de sopesar los daños y beneficios de las vacunas, unos fármacos en los que la esfera individual y poblacional se mezclan.

“Se beneficia más de una vacuna quien tiene más riesgo de padecer problemas por la COVID-19”, recuerda Climént. “Esto depende de la probabilidad de contagiarse —según la prevalencia del virus en la zona, el comportamiento y la presencia de medidas como confinamientos— y de sufrir un cuadro grave o morir —según la edad y el estado de salud—”. En otras palabras, se beneficia más una persona mayor de 80 años con diabetes que un joven sano de 20 años.

Sin embargo, aunque la elección última pertenezca al individuo, cada gobierno debe tomar decisiones similares desde el prisma poblacional. La pregunta “¿me vacuno?” se convierte en “¿vacuno a mis ciudadanos?”. Climént hace un análisis similar: “Si comparamos países en vez de individuos, se benefician más aquellos en los que la prevalencia y el nivel de exposición sea mayor, y tenga personas de más edad y con enfermedades subyacentes”. Por ejemplo, se beneficia más un país con muchos casos y una población de riesgo numerosa que otro donde el SARS-CoV-2 tiene poca presencia y sus ciudadanos son mucho más jóvenes.

Otro punto importante que varía entre países es la disponibilidad de vacunas y alternativas. “Si quieres evitar ese riesgo de daño, aunque sea sumamente bajo, y tienes otra opción, entonces la respuesta parece casi obvia”, dice. Pero, ¿qué pasa en ausencia de sueros diferentes? “En ese caso tendrás que comparar las consecuencias de vacunar con Oxford/AstraZeneca con las de no vacunar y dejar a la población desprotegida durante un tiempo, mientras el virus circula, hasta que tengas otra opción”.

“Quienes toman las decisiones deben hacer un balance sutil entre estos factores, y es algo que se tendría que hacer de forma específica por región”, añade Climént. “No porque un país decida algo eso sería inmediatamente extrapolable a otro escenario”.

Prevalencia, nivel de exposición y alternativas disponibles. Son los tres factores en los que se basó Dinamarca para dejar de utilizar Oxford/AstraZeneca. El país nórdico tiene una incidencia muy baja en comparación con, por ejemplo, Francia y Alemania (una IA a 14 días de 156 los daneses frente a una de 747 los franceses el pasado viernes). También cuenta con otras vacunas. Además, ya ha inmunizado a gran parte de sus mayores, por lo que las dosis restantes irían a parar a personas más jóvenes y con mejor salud.

Un razonamiento similar ha hecho que la aprobación de la vacuna de Oxford/AstraZeneca en Estados Unidos sea hoy más improbable que nunca. “Mi sensación es que, dados los contratos que tenemos con varias compañías, tenemos suficientes vacunas para satisfacer nuestras necesidades sin tener que recurrir a AstraZeneca”, aseguraba el responsable norteamericano Anthony Fauci la semana pasada tras la rueda de prensa de la EMA.

Estas diferencias en la toma de decisiones van más allá de los efectos secundarios. Cuando Australia aprobó la vacuna de Oxford/AstraZeneca en febrero los evaluadores ya dejaron caer que podría no ser el suero que el país necesitaba: “Hay que considerar el contexto de su uso. […] Es necesario considerar si la eficacia demostrada es suficiente para usarla en el contexto australiano en el que la COVID-19 es menos prevalente”.

Comunicar juntos escenarios diferentes

“Es esencial que sigamos una aproximación coordinada que no confunda a los ciudadanos y alimente la reticencia vacunal”, aseguró la comisaria de salud Stella Kyriakides durante la reunión que tuvieron los ministros de Sanidad europeos la semana pasada. Sin embargo, no lograron acordar una guía común respecto a la vacuna de Oxford/AstraZeneca.

“El comportamiento del virus no es el mismo en toda Europa, hay escenarios distintos y específicos”, dice Climént. “No se puede homogeneizar la estrategia en diversos países aunque estén ligados porque requiere considerar cómo está afectando la epidemia en cada región”. A pesar de ello, comunicar los motivos por los que se toman decisiones diferentes sí es importante.

El MIR (médico interno residente) de medicina preventiva Mario Fontán critica que esto no se hiciera durante la paralización de las campañas de las últimas semanas. “Daba la sensación de que se tomaban decisiones porque el vecino lo hacía, no por tener clara la ruta. Fue una cascada que parecía un atropello más que un proceso coherente en el que cada país sigue su lógica”, explica. “Eso enturbia más que el hecho de que no sean unánimes”.

Fontán pone otro ejemplo en el que decisiones diferentes pueden generar desconfianza: el hecho de que Francia y Alemania hayan retrasado la segunda dosis de la vacuna de Pfizer y España no. “Puedes tener una hoja de ruta, pero si no explicas por qué es esa y por qué la cambias, o por qué no cuando otros lo hacen, es un problema de comunicación y transparencia”.

Todos estos cambios, mal explicados, pueden tener efectos negativos. “De un día para otro tienes millones de personas que por unas horas no reciben una vacuna, o sí lo hacen, y eso hay que gestionarlo, porque los cambios generan miedos y dudas en la población”, dice Fontán. “No hay que vender cualquier cambio como improvisación sino como adaptación lógica, pero eso hay que explicarlo y no se está haciendo”.

Las consecuencias pueden rebotar sobre los gobernantes. “A veces la reacción del público puede tener un impacto en la presión que sienten quienes toman las decisiones”, dice Climént. “Esto refleja los fallos en los procesos de transparencia y de claridad de la información por parte de autoridades y medios: si el temor de la gente ha crecido tanto en parte es por la incapacidad de explicar los beneficios de la vacuna y contrastarlos con sus potenciales riesgos”. Una vez se hace, asegura, “te das cuenta de que el beneficio es mayor que la minúscula probabilidad de daño”.

Otro contexto: el de la propia pandemia

Fontán cree que el contexto de la propia pandemia también es importante: “El clima informativo, de toma de decisiones, y la percepción del riesgo que tendría la ciudadanía no sería el mismo sin pandemia”, comenta. “Esta es una crisis de salud pública con todo lo que conlleva, no podemos pensar que estamos en una situación normal donde la comunicación y la toma de decisiones pueden hacerse como antes”. La urgencia obliga a tomar decisiones rápidas y sin evidencias suficientes.

Por ejemplo, vacunar a millones de personas al día tiene el potencial de mostrar más efectos adversos, en mayor número y a mayor velocidad. También afecta a cómo se gestionan y perciben. “En una situación normal los casos llegarían por goteo, pero detectar ahora una señal significa que al día siguiente tienes cien mil personas que han seguido recibiendo la vacuna”, asegura Fontán. “Eso hay que tenerlo en cuenta a la hora de tomar decisiones y no es tan fácil saber que puede haber algo y seguir”.

“No hay una decisión correcta al 100%”, opina Fontán. “Es ingenuo imaginar que la EMA saca un informe con eventos adversos y fallecimientos y a los ciudadanos y a sus dirigentes les va a dar igual”. Las decisiones de la FDA y los gobiernos “pueden estar equivocadas o ser conservadoras, pero no tener en cuenta el clima y el contexto en el que nos movemos es ignorar lo que es una pandemia: un fenómeno social”.

Por eso el médico no imagina un escenario diferente al vivido en las últimas semanas. “Imagina que España dice que hasta que la incidencia de los efectos adversos no supere un umbral, o la ciencia no diga que los daños potenciales superan a los beneficios, no cambia”, teoriza. “Pero, ¿y los otros países? ¿Nos creemos que la gente no va a cambiar su percepción sobre la vacuna, la campaña y quien toma las decisiones si otros lugares toman otras decisiones? Porque cada gobierno va a analizar las cosas según su contexto, y ese cambio de estrategia entre territorios lo va a percibir la ciudadanía”.

Fontán piensa que la pandemia puede obligarnos a dejar de lado los datos objetivos. “El fin último de cualquier gobierno es conseguir que la mayor parte de la población se vacune, y para conseguir el objetivo técnico de una cobertura elevada igual tienes que tomar decisiones no técnicas”. A fin de cuentas las vacunas no salvan vidas: es ponerlas lo que acabará con la pandemia.

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