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La falta de aceptación empuja a las personas trans a hormonarse: “Si no las tomo no me reconocerán como hombre”

Tanto Rubén como Auri comenzaron el tratamiento hormonal para que se les aceptase socialmente por su identidad.

Deva Mar Escobedo

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“Vivía a caballo entre dos mundos: uno en el que era libre de vivir mi identidad de género, y otro en el que tenía que fingir ser un hombre para no recibir violencias”. Cuando Auri se identificó como chica trans no binaria, estaba bien con su cuerpo y no quería cambiarlo, pero consideraba arriesgado presentarse como mujer ante la sociedad sin modificaciones físicas. Así que llevaba una doble vida: disfrutaba su identidad con sus amistades y se mostraba como chico en el trabajo, la calle o con la familia. Con los años, la disonancia entre las dos vivencias le llevó a una depresión severa y, para atajarla, se decidió por lo único que creía que podía hacerle vivir su identidad las 24 horas del día: tomar estrógenos. Aunque ahora se alegra de su decisión, reconoce que la tomó coaccionada por un entorno que siempre la vería como un hombre si no modificaba su apariencia.

Antes de la aprobación de la Ley Trans, cualquier persona que quisiera acceder a la rectificación del sexo registral ―cambiar la M o la F del DNI― debía pasar por un mínimo de dos años de tratamiento de reemplazo hormonal (HRT, por sus siglas en inglés). Aunque la norma haya eliminado este requisito, existen presiones más difusas que empujan a hormonarse a personas que en un principio no están interesadas en el tratamiento.

Ser tratadas por su género es el objetivo de muchas personas trans. Esta aceptación es más fácil de conseguir si la persona se hormona u opera con el fin de parecer cis [cisgénero, persona que se identifica con su género asignado y antónimo de trans]. Este estado en el que una persona trans es percibida socialmente como cisgénero es lo que se conoce como cispassing, según explica Mar Cambrollé, activista y presidenta de Plataforma Trans. Buscar esta mimetización “no debería ser obligatorio”, pero “hay una cultura social y una mirada cisnormativa para la cual producimos menos rechazo cuanto más nos parecemos a personas cis”, denuncia Cambrollé.

Si una persona trans no tiene este cispassing se expone a miradas “socarronas”, “mofas y burlas” o violencia física en lugares como la calle, el transporte público, espacios de ocio, el entorno laboral o el acceso al empleo, enumera la activista.

Dos identidades

Auri tiene 30 años y se dio cuenta de que era trans con 23. En ese primer momento fue muy selectiva con a quién contárselo por temor a malas reacciones. “Vivía con mucho miedo”, confiesa la chica, pues, en su búsqueda de comunidad online, se había topado con relatos de experiencias “muy malas” por la calle, noticias sobre personas trans asesinadas o historias de familias “que echan a sus hijes de casa por ser trans”.

Ella había decidido no tomar estrógenos porque se encontraba a gusto con su cuerpo y no sentía que necesitara ningún cambio para vivir plenamente su identidad. Ahora bien, sabía las violencias a las que se expondría si se presentaba al mundo como mujer sin tener cispassing. Había sufrido agresiones homófobas cuando aún se consideraba un hombre cis bisexual, y no le hubiera sorprendido “que se convirtieran en violencias tránsfobas”, relata Auri.

Así que, aunque disfrutaba su identidad de género libremente con sus amistades, se presentaba como hombre en la calle, la oficina o con familiares. O, en sus palabras, “vivía a caballo entre dos mundos”. Esto le afectaba en su día a día: “Tenía que fingir mínimo ocho horas al día, en la oficina, que era un tío. Me recluía mucho socialmente. Evitaba ir a sitios. Si tenía que comprar, pedía los productos online”. Como consecuencia de esto, sentía que su yo “estaba atrapado” en su mente. Auri cuenta que tenía un pensamiento “en bucle”: “A mí me gusta mi cuerpo, es bonito; no tendría que cambiarlo solo porque la gente no me entienda, pero me jode que no me comprendan”.

Este tipo de disonancias y dilemas repercuten negativamente en la salud mental de la comunidad trans. La psicóloga Nuria Asenjo, que ejerce en la Unidad de Identidad de Género (UIG) del hospital madrileño Ramón y Cajal, denuncia que el sufrimiento psicológico de este colectivo se debe a “una sociedad muy binaria” que “estigmatiza” a quienes se salen de la norma. “En mi trabajo, encuentro muchos problemas que mis consultantes tal vez no tendrían si no fueran trans”, pues este segmento de población se enfrenta a retos como el “rechazo de iguales, problemas para tener pareja o discriminación laboral”.

Estas dificultades son las que provocan que Asenjo encuentre, sobre todo, sintomatología ansioso-depresiva en su consulta. Este era el caso de Auri. La dualidad que habitaba le iba hundiendo en una depresión que ella cree “fuertemente relacionada” con la disonancia entre “yo y mis círculos” contra “el resto del mundo”. Fue en el punto más bajo que reconoció que necesitaba un cambio: “Llevaba dos o tres años sin que se me fuera el dilema de la cabeza. Ya no podía vivir más así; no tenía la energía para gestionar esto cada día”. Y tomó una decisión: “Dije, quiero ser mujer las 24 horas del día, y si eso pasa por tener que hormonarme, lo haré”.

Han pasado tres años de ese momento, y, en retrospectiva, se alegra de una decisión que considera que le “ha cambiado la vida a mejor”. En cuanto comenzó el tratamiento se dio cuenta de que le gustaban los cambios corporales y que incluso se sentía mejor internamente, “más estable emocionalmente”.

Presiones familiares

La incomprensión social empujó a Auri, como a tantas personas trans, a buscar el cispassing, pero hay quienes deciden no cambiar su cuerpo y mantienen su convicción de no hormonarse día tras día y año tras año. Es el caso de Jade, un chico trans no binario que tuvo problemas de autoestima “porque quería verme como chico, pero la gente no me trataba como tal”, según cuenta a elDiario.es

Aun así, cuando se dio cuenta de que era trans con 17 años decidió no empezar tratamiento hormonal y mantiene su resolución a sus 23. “Con el tiempo, me di cuenta de que la gente que me iba a respetar lo haría con o sin hormonas, y los que no, no me iban a respetar aunque me hormonara”, considera Jade.

Esta decisión le hace pasar malos ratos con algunos de sus familiares, que se excusan en el “te veo como una chica” para negarle su identidad de género y el nombre que eligió para sí. “Siempre hay una reticencia en la relación con mi familia porque siento que no me puedo mostrar tal y como soy. Cuando me dicen que jamás me tratarán por mi nombre lo que hacen es coaccionarme a que yo tenga una apariencia de género más masculina cuando es algo que no me interesa”, denuncia.

Las presiones familiares que sufre Jade suelen ser tratarle en femenino o por su nombre de nacimiento, que rechaza, aunque se hicieron más explícitas durante una época: “Mi madre no paraba de decirme ‘si no te hormonas, nunca te van a ver como un chico, nunca te van a tomar en serio en el trabajo’”. El chico, graduado en Medicina a la espera de la nota del último MIR, declara que la insistencia por parte de su madre, “la persona que más me acepta dentro de mi familia”, le hundió.

A pesar de todo, Jade sigue defendiendo que el tratamiento hormonal no le interesa porque está “a gusto” con su cuerpo y le repelen algunos efectos de la testosterona “como la pérdida de fertilidad”. “En su momento decidí que no me compensaba y me reafirmo en mi decisión cada día”, sentencia. A mantener su resolución contra una sociedad que, por el momento, parece que nunca le tratará en masculino, le ayuda “una red de apoyo” que sí le trata como desea y le “mantiene a flote”. “Esto es clave y es mi consejo para personas trans en general, quieran hormonarse o no”, remata.

Fuego amigo

Una de las razones que exponía la madre de Jade para que su hijo empezara el tratamiento hormonal es que eso “es lo que se espera de una persona trans”, una expectativa que pueden tener tanto personas cis como trans. Así lo cuenta Rubén, hombre trans de 26 años que afirma que otros compañeros de la letra T le cuestionaron “por no haber deseado siempre un cuerpo determinado”.

Y es que, para él, la decisión de tomar testosterona era secundaria. Lo que realmente le interesaba era la mastectomía ―operación para eliminar los pechos―, y la hormonación “ni me iba ni me venía”, afirma. Después de la cirugía, declara “estar a gusto” con su cuerpo, pero comenzó tratamiento hormonal “porque, si yo no modificaba partes de mi cuerpo, la gente no iba a reconocerme como hombre”. Alcanzó el cispassing a los pocos meses y por ello dice que no le “dio tiempo” a sufrir violencia por ser trans, aunque sí menciona el malestar que le generaba la regla o que le trataran en femenino al teléfono.

“Hay gente para la que pasar por hormonación sería traumático, otres a quienes salvaría la vida, y luego estamos quienes lo hacemos para no tener líos, quitarnos de situaciones incómodas y facilitarnos la vida en general”, asegura Rubén. Este punto medio de ni desear ni rechazar el tratamiento hormonal no está muy presente en las narrativas trans. Por este motivo, ha recibido críticas por parte de otras personas del colectivo que cuestionaban que no fuera “suficientemente trans”, asegura. “Yo no niego su experiencia, pero tienen que ampliar la mirada y entender que algunes no somos así”, declara, y remata con un “todo el mundo merece autodeterminar su género”.

El efecto en la salud mental

La depresión de Auri o la baja autoestima de Jade son algunas de las repercusiones psicológicas que sufren las personas trans por no ser aceptadas socialmente por su identidad de género. La psicóloga del hospital madrileño Ramón y Cajal Nuria Asenjo encuadra los problemas de ansiedad de este colectivo en el estrés que “afecta a minorías” porque “anticipan situaciones violentas” para tratar de evitarlas. “Con cispassing tienes menos probabilidades de sufrir agresiones porque llamas menos la atención, pero no las evitas completamente”, asegura Asenjo.

Las dificultades en torno al cispassing afectan a sus pacientes, aunque señala que no a todos por igual; las peores situaciones las sufren “las personas con círculos sociales muy reducidos o inexistentes y que tengan que recurrir a asociaciones para conseguir apoyo”, explica.

Con todo, el acompañamiento en salud mental no es necesario para todas las personas trans que pasen por procesos de transición, ya sea social ―salir del armario― u hormonal, pero Asenjo lo ve “recomendable”.

Cómo mantener la decisión

¿Cómo se mantiene la convicción en el tiempo de no seguir un tratamiento hormonal a pesar de las presiones? Asenjo cuenta lo que suele trabajar en consulta: estrategias de afrontamiento, resolución de problemas y simulación de las situaciones del día a día. Además, mantiene sesiones con las familias, que son “el primer punto de apoyo”, y recomienda asistir a grupos de apoyo mutuo (GAM) donde expresar los problemas y sentirse acogido entre iguales.

Estos encuentros grupales los organizan asociaciones como COGAM, en Madrid, el Centro LGTBI de Barcelona en la ciudad condal, o No Binaries España como espacio online exclusivo para quienes no tienen un género binario.

Para conseguir una sociedad más inclusiva, Asenjo defiende que es muy importante la visibilización de las personas trans. Eso sí, apoyar la diversidad es cosa de todo el mundo, subraya. En este sentido, la psicóloga señala que las personas cis pueden facilitar esa visibilidad actuando “con sentido común”, como considera que es “tratarles por su nombre y género”.

Mar Cambrollé, la activista y presidenta de Plataforma Trans, se dirige por su parte a la sociedad en general para que haga “un esfuerzo” por “deconstruir los valores que niegan la diversidad” y “no imponer roles binarios que separan de manera antinatural a las personas”. “Tenemos que trabajar en ello para que podamos ser más felices y tengamos derecho a vidas más vivibles”, sentencia.

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