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La ‘gripe del camello’ de Qatar, el último alarmismo microbiológico en la era de la COVID

Las fuerzas de seguridad de Qatar patrullan en camello las instalaciones del Mundial en Doha

Sergio Ferrer

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El 10 de diciembre fallecía en Qatar el periodista deportivo estadounidense Grant Wahl a los 48 años. Días antes había asegurado en un podcast que padecía de bronquitis, que había ido al médico en un par de ocasiones y que estaba tosiendo —como “todo el mundo aquí”, en referencia a otros compañeros, cuya tos definió como un “estertor”—. Al margen de los rumores de asesinato esperables en un Mundial de estas características, en internet empezaron a circular dos habladurías ya clásicas: algunos aseguraban que había muerto como consecuencia de haber pasado la Covid-19 meses antes, mientras que otros señalaban como responsables a las vacunas. Pero en esta ocasión surgió una tercera teoría: que Wahl había sido víctima del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), un coronavirus de altísima letalidad.

“¿Quizá sea MERS?”, se preguntaba un usuario de Twitter acostumbrado a extender teorías infundadas sobre la Covid-19 y otros patógenos. Su mensaje no merecería ser destacado si no fuera porque se trataba de la misma cuenta que este verano logró internacionalizar, tras obtener miles de retuits, el bulo de que una persona contagiada con viruela símica viajaba en el metro de Madrid. “No me sorprendería que el MERS ya se estuviera extendiendo por Reino Unido”, aventuraría más adelante. El anuncio de que otros dos periodistas —de los más de 12.000 acreditados— habían fallecido durante el Mundial no apaciguó los rumores de que algo raro pasaba.

Aclaración: el MERS es un virus respiratorio de la misma familia que el coronavirus SARS-CoV-2, mucho más letal pero mucho menos contagioso. Desde 2012 se han detectado más de 2.500 casos, de los que casi el 35% falleció. La inmensa mayoría de estas infecciones se han producido en la península arábiga —donde está Qatar— por el contacto con camellos, y la transmisión entre personas es muy limitada. Spoiler: no se ha detectado ni un solo caso de MERS en Qatar desde que comenzó el Mundial. Los dos únicos contagios hallados este año tuvieron lugar entre marzo y abril en personas “en contacto frecuente” con camellos y que incluso habían consumido su leche cruda.

Aun así, la idea de que había casos sin detectar en Qatar siguió ganando terreno en internet. “Oh, mira, el MERS se está expandiendo por el Mundial”, ironizaba un tuit que advertía de que millones de asistentes podrían propagar el virus por el planeta una vez regresaran de la competición. Otro mensaje, también muy compartido, advertía del riesgo de que el MERS se recombinara con el contagioso SARS-CoV-2 para crear un patógeno todavía más peligroso. Tampoco faltó quien se subió al carro de catalogar al virus como una nueva variante creada artificialmente por el ser humano.

Días después, la familia de Wahl compartía la autopsia del periodista: había fallecido por un aneurisma en la aorta, cuyos síntomas pueden confundirse con los de una bronquitis. Su viuda, la infectóloga y asesora de Joe Biden en materia de Covid-19 Céline Gounder descartaba otras posibilidades: “Su muerte no tuvo relación con la Covid-19. Su muerte no tuvo relación con su estatus vacunal. No hubo nada nefasto en su muerte”.

Aunque esto no evitó que algunos siguieran responsabilizando al SARS-CoV-2, a sus vacunas o incluso al MERS, esta historia no tendría mayor interés si hubiera quedado recluida en los rincones más recónditos de internet.

El 'virus del camello' se extiende por los medios

Al día siguiente de la muerte de Wahl el tabloide británico The Sun advertía en su titular de un “aviso de urgencia” por parte de la Agencia de Seguridad Sanitaria de Reino Unido a los aficionados ingleses que regresaban de Qatar por la “gripe del camello”, de la que aseguraban que ya había habido casos. 

La noticia malinterpretaba la realidad: los casos correspondían a los dos de primavera, sin relación con el Mundial. El aviso no ha sido actualizado desde julio y es una evaluación de riesgo similar a las que se publican para otras enfermedades, ya sea el MERS o la malaria, con los consejos habituales para viajeros. Otros países como Australia, por precaución, sí informaban directamente a los asistentes al evento sobre el MERS. Ambas webs recomendaban evitar el contacto con camellos, pero nada de eso implicaba que se hubieran detectado casos en los últimos meses.

A pesar de esto, la noticia se extendió por los medios. En algunos casos se daba incluso por confirmado el brote. “Ahora lo llaman 'gripe de camello' para no causar pánico. Pero es MERS”, decía una tuitera. En España, la noticia de la baja de tres jugadores de la selección de Francia por ese 'virus del camello' terminó por extender una falsa alarma que ha seguido creciendo desde entonces.

Los avisos sobre la posibilidad de que el Mundial de Qatar pudiera extender nuevos casos de MERS también han salido de ámbitos académicos. Para terminar de añadir ruido, la semana pasada la revista The Lancet Global Health publicaba en el peor momento un Comentario de varios investigadores que señalaba que el riesgo para los aficionados de regresar a sus países de origen infectados por MERS era “real”.

Posible, sin embargo, no es lo mismo que probable. Los países llevan a cabo tareas de vigilancia con este y otros patógenos de interés. En el caso del MERS, en España se realizan pruebas a quienes ingresen en el hospital con síntomas respiratorios compatibles y hayan visitado Arabia en los 14 días previos.

Como recordaba el investigador del Instituto de Salud Carlos III Juan Echevarría en declaraciones al SMC respecto a las bajas de los jugadores franceses: “Lo más probable es que se trate de infecciones respiratorias por otros virus más convencionales de los que, en este momento, están circulando activamente en pleno invierno boreal”. Los medios franceses hablaron de “misterioso virus”, pero mencionaron la posibilidad de que sus jugadores pudieran estar infectados con un virus capaz de matar a una de cada tres personas.

Esto no impide que tuiteros alarmistas y medios se retroalimenten: “El artículo dice que es MERS y que hay otros dos [jugadores] infectados”, aseguraba un físico famoso por haber predicho que la letalidad de ómicron era ocho veces superior a la de la variante original trazando una línea recta. “Parece que se ha confirmado el MERS”, concluía el tuitero del comienzo de este artículo citando otra noticia sin fuentes. “MERS” ha sido trending topic varias veces desde la muerte de Wahl, en lo que una coronaviróloga de Hong Kong ha definido como “una combinación de teorías locas de la conspiración y racismo”.

Al cierre de este artículo, la cifra de casos de MERS detectados durante el Mundial de Qatar sigue siendo cero.

El auge del alarmismo microbiológico

El MERS es el último ejemplo de un fenómeno que no es nuevo, pero que Twitter y la pandemia de Covid-19 han llevado a una edad dorada. Ante cualquier brote de un patógeno, nuevo o no, real o percibido, a veces las voces más estridentes —y no las más expertas— llegan más lejos. Incluso a los medios.

Durante los brotes de viruela del mono de verano, la insistencia de que habría millones de casos en niños en cuanto abrieran los colegios dio lugar a una cobertura periodística sobre el tema ante la preocupación de los padres que parecía legitimar el temor. “La viruela del mono podría estar de camino a tu colegio más cercano”, rezaba un titular. Ese pronóstico nunca se cumplió.

En otros casos la alarma dura poco. “NEUMONÍA DESCONOCIDA, muy preocupante”, alertaba el polémico divulgador Eric Feigl-Ding a sus más de 700.000 seguidores ante un brote en Argentina que un par de días más tarde se confirmaba como legionela.

Los relatos sobre los contagios se han vuelto demasiado contagiosos. Esta sobreexposición permanente ha ido generando una especie de pánico moral constante que va desgastando y limitando una comunicación adecuada de la ciencia

Igor Sádaba sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid

A veces la relación entre redes sociales y medios llega a buen puerto. Un ejemplo que sorprendió al periodista científico Ed Yong: la llamada variante Centaurus fue bautizada por un tuitero español sin formación científica, que pensó que los números BA.2.75 no tenían gancho mediático. “Funcionó completamente”, admitió Yong. También puso nombre a Cerberus (BQ 1.1), traducida por los medios españoles como “perro del infierno”.

“Las redes sociales no siempre hacen una labor colaborativa y tienden a sobredimensionar y espectacularizar las noticias, propagando todo tipo de bulos y exageraciones”, asegura el sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid Igor Sádaba. También considera que “la gestión mediática” de determinadas enfermedades se ha “descontrolado” y “no siempre es precisa”. En otras palabras: “Los relatos sobre los contagios se han vuelto demasiado contagiosos”.

Sádaba recuerda que esto ya se ha visto con crisis anteriores como la gripe aviar y la enfermedad de las vacas locas y advierte sobre sus riesgos, fruto de cómo funciona el sistema mediático. “Creo que parte de la reciente desconfianza hacia la ciencia puede venir de una saturación del ciudadano medio ante el amplio catálogo de alarmas periodísticas, nuevas variantes y enfermedades. Esta sobreexposición permanente ha ido generando una especie de pánico moral constante que va desgastando y limitando una comunicación de la ciencia adecuada”.

“La angustia social [generada por la pandemia de Covid-19] va pasando, pero ha quedado un interés en temas microbiológicos que les viene bien a los medios”, opina la investigadora del Centro Nacional de Microbiología María Iglesias. “Creo que la mayoría de la gente está pasando página, pero ha quedado un reducto de personas que tiene una angustia y preocupación bastante grandes sobre este tema y a las que les costará superarlo”.

En este sentido, Sádaba ve dos modelos de comportamiento que considera preocupantes. “Por un lado se genera y aumenta una desconfianza en la medicina y la gestión sanitaria. Pero a la vez, por otro, empiezan a aparecer personas-burbuja a las que el miedo atenaza en su desarrollo natural de la vida social”.

En el resto de la población, sin embargo, puede pasar como en la fábula de El pastor mentiroso. “La atención a los medios y a las alertas tiene un aguante limitado y en cierto momento la ciudadanía desconecta de los medios y de los nuevos avisos y, lo que es peor, de las propuestas de medidas médicas. La atención es un bien limitado y la predisposición a colaborar [ante una crisis sanitaria] se va reduciendo”, dice Sádaba. La solución, para él, pasa por “saber dosificar y aplicar una difusión más pedagógica de las situaciones sanitarias”.

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