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Encuentran plomo en hortalizas del huerto urbano más antiguo de España por estar sobre escombros contaminados

Huertas en el Parque de Miraflores de Sevilla

Teguayco Pinto

Desde que comenzó el presente siglo, los huertos urbanos han vuelto a ganar popularidad en muchos países occidentales y se han expandido debido a las múltiples ventajas que ofrecen a las ciudades y sus habitantes. Sin embargo, desde sus inicios muchos especialistas han mostrado su preocupación por el riesgo que supone la contaminación de los suelos urbanos para este tipo de prácticas. En este sentido, un estudio realizado recientemente en el huerto urbano más antiguo de España, el Parque de Miraflores de Sevilla, ha encontrado “concentraciones de plomo en el suelo y en las hortalizas en niveles que podían suponer un riesgo para la salud humana y el medio ambiente”. La razón más plausible es que provenga de los escombros del suelo.

El objetivo de la investigación, cuyos resultados han sido publicados en la revista Biological Agriculture & Horticulture, era observar la incidencia del tráfico urbano en este tipo de instalaciones, para lo que escogieron huertos en zonas con diferente densidad de tráfico. Sin embargo, “desde que hicimos los primeros análisis en Miraflores ya nos dimos cuenta de que los resultados en plomo eran demasiado elevados”, explica a eldiario.es Rafael López, investigador del Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Sevilla y principal autor del estudio.

Los resultados indican que el suelo de las distintas parcelas de este parque tenían una concentración media de 292 miligramos de plomo por kilogramo de tierra (mg/kg) y que alcanzó en una de ellas un valor de 400 mg/kg, cuando el valor de referencia máximo establecido por el decreto autonómico es de 275 mg/kg. En las hortalizas, los investigadores observaron que las habas tenían una concentración promedio de 0,13 mg/kg, contando en algunas muestras con valores de hasta 0,51 mg/kg, cuando la legislación europea establece un límite máximo de 0,10 mg/kg.

El estudio concluye que los altos niveles detectados se debían posiblemente a las pinturas blancas a base de plomo que podía haber en los escombros que había en la zona. El Parque de Miraflores fue creado a mediados de los años 80, una época en la que “el tratamiento de los escombros era el que era y las zonas periféricas de las ciudades se convertían en escombreras”, asegura López. “La hipótesis del tráfico no era muy plausible, así que la explicación más probable es que provenga de la pintura que contienen los escombros, que son claramente visibles en algunas de las parcelas de la zona”, concluye este investigador.

Aunque López aclara que los otros huertos analizados “están completamente limpios”, recuerda que “en los entornos urbanos existe un riesgo de contaminación, no solo por plomo sino por cualquier otro contaminante que pueda haber en el suelo, ya sea por deposición de la polución del aire o por otro tipo de contaminación industrial”, por lo que advierte de “la necesidad de una selección cuidadosa de los suelos urbanos destinados al uso agrícola”.

Un riesgo conocido

No es la primera vez que los científicos advierten sobre la necesidad de realizar análisis más cuidadosos sobre los suelos de potenciales huertos urbanos. Hace apenas dos años, uno de los mayores especialistas en riesgos alimentarios a nivel internacional, el investigador del Instituto para la Seguridad Alimentaria Mundial, Andrew A. Meharg, aseguraba en un artículo de la revista Nature que “no se puede asumir que los alimentos producidos en las zonas urbanas sean inocuos para el consumo”, por lo que “cada posible ubicación deberá ser examinada para detectar la presencia de contaminantes y cada variedad de producto cultivado deberá ser analizada”.

La necesidad de realizar análisis sobre el suelo para verificar la ausencia de metales pesados está contenida en la guía para la creación de huertos sociales ecológicos creada en 2014 por la Junta de Andalucía, en la que se desaconseja su localización “en zonas de alta contaminación atmosférica por la incidencia que ello puede tener en la salud de las personas” y se destaca el riesgo inherente a los “productos hortícolas que puedan contener altas concentraciones de metales pesados”.

Esta misma guía también destaca la necesidad de “conocer la historia del suelo y el entorno que lo rodea”, señalando que “es preciso saber si ha tenido uso residencial, industrial, de infraestructuras, etc”. Además, la guía aconseja, aunque no obliga, a “realizar un análisis previo del suelo efectuado por un laboratorio acreditado que garantice la salubridad y elimine la posibilidad de contaminación de dicho suelo” y, en caso de detectar contaminación, “se desaconseja su instalación”, sin antes realizar “tareas de limpieza, recuperación y regeneración del suelo”.

Más beneficios que perjuicios

El debate sobre las ventajas y desventajas de la agricultura urbana ha permanecido constante desde que este tipo de huertos reaparecieron en varias ciudades de EEUU e Inglaterra a mediados de los años 70. Durante años se mantuvo como una actividad marginal para ciertos sectores sociales, pero a principios del presente siglo se ha observado un repunte de este tipo de infraestructuras en los países occidentales.

Prácticamente desde sus inicios, una de las principales preocupaciones de la agricultura urbana fue el riesgo de contaminación de las hortalizas debido a la polución de las ciudades. En este sentido, una reciente revisión de estudios concluía que “se ha demostrado que la contaminación del aire contribuye a la presencia de metales pesados en las hortalizas cultivadas en zonas de alto densidad de tráfico en los países desarrollados”. Sin embargo, a pesar de estos problemas, los investigadores también destacan que “la producción urbana de alimentos sigue representando una importante contribución al bienestar social y económico de muchas personas”.

Entre los beneficios documentados destacan la reducción de las cadenas de suministro y, por lo tanto, reducción de las diferencias de precios entre los productores y los consumidores, la mitigación del efecto de isla de calor urbana o el reforzamiento de las comunidades locales. Además, “estos huertos también ofrecen posibilidades de recreo, educativas, sociales o de concienciación ambiental”, explica a eldiario.es María del Carmen Blasco, directora de la Cátedra Municipios Sostenibles de la Universidad Politécnica de Valencia.

Blasco considera que “la contaminación del suelo no debe ser un inconveniente para que dejen de proliferar los huertos urbanos”, ya que “los suelos siempre se pueden regenerar y hay operaciones en muchas ciudades en las que se han procedido a rehabilitar suelos para implantar jardines y huertos urbanos”. Sin embargo, señala que estos espacios “no deben reducirse a pequeños zonas aisladas en los que cada cuál hace lo que quiere, sino que se debe restituir la imagen de los huertos de forma ordenada, para que sean también un elemento importante del paisaje urbano”.

Andrew Meharg también destaca el beneficio que supone “la mejora de los espacios de vida que facilitan la interacción social a través de actividades basadas en la comunidad” y plantea que estos huertos podrían utilizarse para plantar cultivos no alimentarios, como fibras textiles, maderas o fuente de biomasa, para cuyo cultivo se podrían utilizar aguas residuales o residuos sólidos. “Si los residuos urbanos pueden reciclarse en energía, materiales de construcción y ropa a través de la agricultura, todo el mundo se beneficiará, lo que en última instancia hará que nuestras ciudades sean más sanas”.

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