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El movimiento #MeToo, corazón de una nueva ola feminista que pone el foco en la violencia sexual

Un momento de la manifestación del 8M en Madrid / Olmo Calvo

Ana Requena Aguilar / Marta Borraz

5 de octubre de 2017. El New York Times, uno de los periódicos más prestigiosos del mundo, publica una contundente historia en la que acusa a un poderoso productor de Holywood, Harvey Weinstein, de acoso y abuso sexual a decenas de actrices. Quizá no es el comienzo, pero sí el punto de inflexión para que un movimiento que pone el foco en la violencia sexual y que encuentra en el feminismo su columna vertebral se extienda como la espuma. Mujeres de todo el mundo se lanzan a compartir sus propias historias bajo el hashtag #MeToo. La conversación, sin embargo, va más allá de las redes sociales: irrumpe en las casas, en los círculos de amigos, en la agenda de los medios, en la de la política, en las universidades, en las parejas. En manifestaciones en lugares diferentes del mundo. ¿Es el #MeToo el nuevo sufragismo?, ¿el epicentro de una nueva ola feminista?

“Las olas necesitan un tiempo para sedimentarse. Probablemente porque estamos dentro de ella nos cuesta verla con claridad, pero todos los síntomas apuntan a que sí, a que estamos ante una nueva ola feminista”, constata la doctora en Filosofía y teórica feminista Luisa Posada. El #MeToo está dentro, forma parte de esa ola, la mueve, pero no es el todo. “Es un elemento claro, no es en sí toda la ola, pero forma parte clara de esa insurrección contra el paradigma violento del patriarcado, que es lo que caracterizaría a esta cuarta ola”, dice la experta. Una insurrección contra las violencias hacia las mujeres en todas sus formas.

Si las sufragistas que en el siglo XIX desafiaban las normas sociales tenían un objetivo definido –el derecho al voto femenino–, esta ola, equiparable en magnitud, no es parecida en cuanto a la búsqueda de resultados. “Es más difícil tener resultados concretos, no como en otros momentos. Los objetivos están más difuminados porque el patriarcado está más difuminado. No son resultados tan medibles”, opina Posada. Más allá de cambios legales concretos, el nuevo movimiento busca una transformación social que pasa por cambiar roles de género, mentalidades, actitudes, costumbres, prejuicios.

En España, el #MeToo no puede desligarse de 'la manada', el caso de violencia sexual que ha marcado un antes y un después en la sociedad. Pocas semanas después de esa publicación del NY Times, comenzaba en Pamplona el juicio contra los cinco hombres acusados de violar grupalmente a una joven en el inicio de los sanfermines de 2016. El cuestionamiento a la víctima, el informe que una defensa encargó a un detective, los intentos por desvelar la identidad de la mujer, las palabras de abogados y, finalmente, la sentencia, lanzó a la calle a miles de mujeres.

La profesora titular de Sociología de Género de la Universidad de A Coruña, Rosa Cobo, asegura que todo este movimiento, entendido como un proceso colectivo de ruptura del silencio, es “uno de los corazones” de lo que también interpreta como una cuarta ola feminista. Para la experta, este 'basta ya' global forma parte de algo más grande y profundo, gestado durante los últimos años: “Creo que estamos ante un proceso de rearme ideológico del movimiento feminista y también que podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que nos encontramos inmersas en la cuarta ola feminista”.

Credibilidad de las mujeres

Las manifestaciones feministas que se han sucedido han reivindicado la credibilidad de las víctimas y la necesidad de cambiar el concepto y la forma de entender la violencia sexual, han apelado a los hombres, también a una justicia calificada como “patriarcal”. Las mujeres han encontrado espacios, en las redes, también en los medios de comunicación o bien en grupos y asociaciones más privados para hablar de sus propias historias. Y ahí, la violencia sexual “se erige como una de las reivindicaciones fundamentales de esta cuarta ola”, sostiene Cobo.

Entre sus elementos, explica, se encuentra el carácter internacional de empuje feminista demostrado en los últimos años; la intergeneracionalidad, con una cantidad de jóvenes cada vez mayor “que han hecho suyo el movimiento” o la capacidad de llegar a mujeres que quizás nunca se definieron como feministas. “Muchas que estaban en la manifestación del 8 de marzo en España igual hasta ese momento no se habían reconocido como tal, pero se sintieron apeladas”.

Para Patricia Aranguren, de 24 años y parte de la plataforma feminista 8M, el calado que está teniendo esta nueva ola entre las jóvenes es patente. “Yo ya noto diferencia con mi hermana, que tiene tres años menos, y con mis primas, que tienen aún menos. En una comida familiar empezaron a hablar de chicos que tocaban el culo a chicas de una manera que yo no me había planteado a su edad. Antes estas cosas no se hablaban delante de un padre”, señala. El debate, prosigue, está llegando a la calle y a espacios no tan familiarizados con el feminismo.

Un punto de inflexión

Aunque las expertas aluden a la necesidad de contar con cierta perspectiva histórica para analizar lo que está ocurriendo en la actualidad, sí coinciden en afirmar que se trata de “un punto de inflexión”, en palabras de la histórica activista feminista Justa Montero, que no lo conceptualiza en algo concreto pero sí opina que se trata de “una revuelta feminista”. Montero señala como elemento clave la forma en que las mujeres “han identificado su propia experiencia personal” y cómo ésta ha pasado a colectivizarse en un movimiento que, asegura, “ha hecho visible todos esos silencios que formaban parte de la vida y la experiencia cotidiana de las mujeres”.

Una llamada colectiva que las expertas circunscriben, entre otros factores, al #MeToo: “De repente fuimos capaces de crear ese marco viniendo de demandas y malestares que muchas pensaban que eran individuales, que muchas mujeres no sabían que también los habían padecido otras”, sostiene Cobo. “Es como si hubiéramos levantado la alfombra y hubiéramos encontrado toda la suciedad que teníamos escondida. Hemos puesto sobre la mesa que la violencia sexual debe dejar de ser algo privado, que debe ser a ser algo público y con contenido político. Es un proceso que está haciendo repensar a mucha gente”, describe Patricia Aranguren.

Al margen de que sea la violencia sexual uno de los elementos que han ocupado el centro de las reivindicaciones, para Justa Montero se trata de “una denuncia que no está circunscrita a un ámbito concreto de la vida. Pedimos cambios a todos los niveles, integrales y profundos”, dice la activista, que hace hincapié en los antecedentes feministas que han traído al movimiento hasta aquí.

Con la vista puesta en el futuro, la activista apela a la construcción de alternativas desde un feminismo que, admite, “no se podría entender tal y como es ahora sin la dimensión internacional ni las redes sociales”. ¿Y cómo se contará lo que está pasando? “Lo importante es que quede en la retina de la gente y de la Historia. Habrá una disputa por el relato, como siempre, pero en nuestra memoria feminista va a permanecer”.

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