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Raúl Rejón

Fuencaliente (La Palma) —

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A solo 16 kilómetros de las bocas del nuevo volcán de La Palma, en la punta sur de la isla, existe una ventana que permite vislumbrar el futuro cercano para las zonas ahora afectadas por la erupción de 2021: la lección que ha dejado en la tierra el medio siglo que ha transcurrido desde que el volcán Teneguía liberó su magma en 1971. Una visión nada hipotética sino palpable de campos de lava solidificada de, solo, cincuenta años.

Acercarse al municipio de Fuencaliente a comprobar la transformación que provoca una erupción mientras el volcán en Cumbre Vieja mana lava obliga a rodear la dorsal donde se han abierto las fisuras eruptivas. Un camino de 30 minutos se alarga a más de una hora, recordando el golpe que están soportando los palmeros desde el 19 de septiembre.

La descripción de los técnicos de la Dirección General de Ordenación del Territorio canaria dice que, una vez allí, andamos sobre “un paisaje volcánico reciente, libre de vegetación en la mayor parte de su superficie”. Casi todo es “malpaíses volcánicos” es decir, “elementos abióticos producto de las últimas erupciones volcánicas”. Para los ojos de un caminante común, se extienden laderas negras que bajan desde los conos volcánicos hasta el mar. El camino se hace por senderos que discurren entre campos de lava jovencísimos, muchas veces, más altos que una persona. La visión permite distinguir fácilmente por donde discurrieron las coladas y cómo queda la tierra una vez se enfría: oscura, irregular, con rocas a base de piroclastos, pelada...

La petróloga de la facultad de Geología de la Universidad Complutenses de Madrid María José Huertas cuenta a elDiario.es que “la colada de lava, al enfriarse, se convierte en una roca muy dura”. Y además, añade, “como el enfriamiento es muy rápido, la parte superior de la colada, que es la que se está emitiendo a unas temperaturas muy elevadas, se pone en contacto con el aire creando una costra muy áspera, muy rugosa, con muchos entrantes y salientes, muy cortante”.

“Laboratorio de evolución al aire libre”

Un simple paseo por la colada del Teneguía confirma ese proceso. A derecha e izquierda de los senderos marcados se extiende esa costra erizada con infinidad de guijarros volcánicos. Ese paisaje apenas creado, 50 años en términos geológicos es menos que un parpadeo, es lo que en las Islas Canarias se llama malpaís, conformado a base de lava tipo AA. El término es hawaiano y viene a significar “pedregosa” o “áspero”, pero también “quemar” o “fuego”. El otro tipo de lavas que se ha enfriado aquí era pahoe-hoe, también un término hawaiano que significa “suave” y sobre las que “resulta fácil caminar”. Sin intervención humana, “tienen que pasar muchos años, miles, para que esa tierra pueda ser utilizada”, explica Huertas.

Durante estos días, el paraje permanece casi desierto. Apenas se observa un par de grupos científicos que estudian cómo afecta la erupción al océano. De hecho, toman muestras en la playa de Echentive que se creó con la llegada de la lava del Teneguía al mar.

Este terreno “es un laboratorio de evolución al aire libre”, según el documento de normas de conservación de este espacio. “Las coladas y el material piroclástico del Teneguía tapizaron gran parte del espacio destruyendo la vegetación y sepultando los suelos de formaciones vegetales, no pudiendo recolonizar los materiales expulsados”.

Lo que se ve al pasar por las coladas son pequeñas manchas verdes de algunos matorrales que están recuperando, lentamente, el terreno para las plantas. Entre las especies que rodean y penetran la roca, los botánicos describen una variedad única de La Palma que llaman cabezón del Teneguía. Solo crece en esta pequeña porción de la Tierra.

Ahora, solo las especies que se adaptan a este ambiente extremo se van asentando y preparando el terreno para que puedan llegar otros grupos más exigentes. “Las comunidades vegetales y animales están en constante cambio para consolidar en un futuro comunidades clímax como los bosques termófilos”, concluyen los técnicos.

Charo, una palmera que ha estado trabajando en el centro de desplazados de Los Llanos de Aridane, relataba a elDiario.es acerca de si los isleños sienten miedo cotidiano al vivir sobre un volcán que “lo que nos da muerte hoy nos da vida mañana” al referirse a la fertilidad de la ladera por donde bajó la lava del volcán San Juan de 1949. La petróloga de la UCM especifica que “al cabo de un determinado tiempo, los suelos se van a convertir en suelos muy fértiles y muy adecuados para la agricultura. Pero se necesitan del orden de 100 a 120 años para que se desarrolle un perfil edáfico pequeñito y del orden de miles de años para que tú tengas un suelo bien formado, bien constituido”. “Otra cosa es que hablemos de los suelos que se quedan cubiertos por cenizas y que, al cabo de un tiempo, sufren un proceso diferente de transformación”, remata.

Aplicación de las enseñanzas del volcán Timanfaya

Así, lindando con estos ríos de lava petrificados que surgieron del interior de Cumbre Vieja en 1971, pueden verse hileras verdes de vides rastreras a ras de suelo. “Las viñas se plantan directamente sobre las laderas de lapilli sin alterar prácticamente la orografía del terreno”. El lapilli es material expulsado por el volcán con un diámetro de entre 2 y 64 milímetros. En Canarias lo llaman picón y ha servido para desarrollar un sistema agrícola casi propio.

Las viñas se ven crecer en la vertiente suroeste del volcán San Antonio que explotó en 1677 y cuyas coladas están inscritas en el Monumento natural volcanes del Teneguía. Sus conos apenas distan 900 metros. De hecho, la erupción de 1971 pasó parcialmente por encima de esta otra de hacía tres siglos. La toponimia de los parajes donde ahora están plantadas las uvas no dejan dudas de cuál es su origen: Las Machuqueras, Los Quemados, Los Llanos Negros.

El cultivo con picón, al parecer, nació en la isla de Lanzarote tras la erupción de seis años del volcán Timanfaya. Tras manar lavar desde 1730 a 1736, al regresar la población se produjo una suerte de revolución agrícola al cosechar los cultivos con una fina capa de lapilli que conservaba la escasa humedad, incluso sin riegos. Hasta allí se trajeron los primeros viñedos canarios de uva malvasía, la variedad que, precisamente, ahora recubre los campos de ceniza y lava cultivados alrededor de las erupciones en Teneguía.

La petróloga María José Huertas explica que, si el material base de un suelo es de origen volcánico, se generará un sustrato muy fértil pasado el tiempo “porque las cenizas que se depositan sobre la topografía, al final son un vidrio volcánico compuesto por muchos elementos químicos, por ejemplo sílice, hierro, magnesio… Y con la alteración, esos compuestos permiten que se forme arcilla. Luego, al mismo tiempo, también son ricos en fósforo y el fósforo se va a fijar muy bien facilitando que haya muchos más nutrientes. Pero hay que esperar tiempos prolongados”.

Por el momento, la lava sigue fluyendo desde Cumbre Vieja. Su contacto con el mar ha creado una fajana de casi 30 hectáreas que crece muy rápidamente (triplicó su tamaño en 24 horas). La isla está ganando terreno, pero el suelo va a ser como enseña el Teneguía y sus alrededores. Solo el tiempo va a cambiar su naturaleza. 

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