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“No somos delincuentes. Vendemos en la manta para sobrevivir”

Vendedores de top manta recogiendo la mercancía tras la llegada de la policía. DANIEL LOBO

Elena Cabrera

Ellos pelearon duro para que el castigo por vender en 'la manta' fuera falta y no delito. Ahora, atónitos, se preparan para librar la misma batalla tres años después, pero a mayores: la Justicia elimina la categoría de falta. Vender copias de películas en la calle les puede llevar de nuevo a la cárcel.

Sidy y Modou venden productos sobre una manta en las calles de Madrid. Lo hacen desde hace cinco y siete años, respectivamente, cuando llegaron aquí desde su país de origen, Senegal. Lo que venden sólo les da para sobrevivir, y a veces ni eso. La tarde que hablamos con ellos, Sidy llevaba cuatro días sin vender absolutamente nada. Sin dinero, sin papeles y con la reforma del Código Penal amenazando su futuro, reconoce estar asustado, pero no lo suficiente como para no rebelarse.

“No puedo sobrevivir sólo con lo que vendo”, confiesa a su vez Modou. Si venden cinco euros al día, 10 si hay mucha suerte, la mitad la destinan a conseguir más mercancía y con el resto compran comida y reservan lo que pueden para pagar el alquiler, los recibos o las multas. “En mi país he trabajado de oficial de soldador, pero en España, si no tienes papeles, no puedes trabajar de lo que sabes. Y aunque los tengas, no hay trabajo. No somos delincuentes, no es que no sepamos hacer otra cosa, pero lo hacemos para sobrevivir. No tenemos otra solución, de verdad”.

Intereses creados

Con la iniciada reforma del Código Penal que encabeza Alberto Ruiz-Gallardón desaparecen las faltas, y actos como vender en la manta serán considerados delito. La condena por un delito dejará siempre antecedentes penales. Con antecedentes penales es complicado, casi imposible, regularizar la situación en España. Y sin regularización, se esfuma la posibilidad de un contrato laboral. Un círculo que la reforma de Gallardón cierra con doble vuelta.

Lo que nosotros llamamos vender en el 'top manta', el Código Penal actual lo explica como “reproducir, plagiar, distribuir o comunicar públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, sin la autorización de los titulares de los derechos de propiedad intelectual”. El juez puede imponer una multa de 3 a 6 meses pero si se trata de casos de distribución al por menor, si considera las características específicas del culpable y la cuantía del beneficio, puede cambiar la multa por trabajos en beneficio de la comunidad de 31 a 60 días. Mientras la cuantía del beneficio sea inferior a 400 euros, será falta y no delito. Por todo esto, cuando un mantero es juzgado, hasta ahora se consideraba su acción como una falta.

Con la reforma del Código Penal de Gallardón, que aún tiene que pasar el trámite parlamentario, la expresión “distribución al por menor” se sustituye por “comercialización ambulante o meramente ocasional”, lo que define claramente a la venta del 'top manta'. Aunque estemos hablando de beneficios mínimos, dos euros al día, cuatro o diez, muy lejos de los 400 que marcaba la frontera entre falta y delito, al no haber faltas, estaremos hablando siempre de delito leve. La reducida cuantía de las ganancias que implica vender películas duplicadas de manera casera, o gafas o gorras o bolsos falsificados, sólo servirá para reducir la pena, si el juez lo estima conveniente, a multa de 1 a 6 meses o trabajos en beneficio de la comunidad de 31 a 60 días.

“Es evidente la desproporción de la sanción para la conducta realizada”, analiza el departamento legal de la Asociación Sin Papeles de Madrid. “Se castiga con penas de prisión una conducta que no tiene ningún desvalor social, como es el 'top manta', únicamente para proteger los intereses de las grandes entidades de gestión de derechos de autor como la SGAE y la EGEDA”. En comparación con otros delitos “mucho más graves”, existe también “una gran desproporción entre las penas”. Además, “se vulnera la intervención mínima que debe realizar el Derecho Penal en la vida de las personas, así como la proporcionalidad y la subsidiariedad, ya que es evidente que con una sanción administrativa resultan suficientemente sancionadas estas conductas cuando no se exceda de 400 euros”.

Las consecuencias, que es lo que más preocupa a los manteros, pueden ser fatales e irreversibles: “Si la condena es superior a un año, el juez puede acordar la expulsión”.

Seguir vendiendo para pagar la multa

“Si tienes papeles o no, da igual, te los pueden quitar y el juez mandarte a tu país”. Lo único que pide Modou es que la gente entienda lo que les está pasando. “Muchos españoles fueron a buscarse la vida fuera. Los españoles tienen suerte porque tienen papeles y viven en Europa y pueden ir a todos los lados, pero nosotros no podemos movernos porque tenemos el problema de los juicios y con la policía”, asegura Modou.

El mes pasado le pusieron a Modou una multa de 660 euros. Sidy tiene pendiente una de 800 que el juzgado le permite pagar a plazos y que, igualmente, no puede asumir: “Conseguir 50 euros al mes para pagar la multa es muy difícil porque no puedes dejar de pagar el alquiler o la luz, y tienes que comer”. Pero ellos saben que pagar esas multas es un requisito imprescindible para pensar en el futuro. Así que recurren de manera informal a la comunidad: entre amigos y conocidos se prestan el dinero. Quien tiene trabajo o quien ha vendido mejor ese mes, ayuda al que no llega, porque el mes siguiente podría ser él quien necesite del dinero de los demás.

No se sienten solos. Entre ellos tejen redes de solidaridad bastante fuertes y además se organizan, como en la Asociación Sin Papeles, a la que pertenece Mbaye. Él, que durante sus primeros años en España se dedicó también a vender en la manta, recuerda cómo en 2009 se pagaron entre todos las multas de otros compañeros para sacarles de la cárcel.

“Yo vivía con un chico que cumplió una condena de siete meses, pero en verdad tenía una de seis meses y una multa de 1.750 euros que tenía que pagar antes de salir de la cárcel. Y no podía. Tuvieron que retenerle un mes más y le decían que seguiría cumpliendo condena hasta que terminara de pagar, pero gracias a la plataforma de juristas y abogados que se organizó pudimos pagar su multa para sacarle de la cárcel y demostrar la desproporcionalidad de la ley hacia los manteros”. El primer día que, en el año 2006, Mbaye se puso a vender en la manta, “el primerísimo primer día”, recalca, le cogió la policía. Tres años después consiguió dejarlo y ahora tiene un trabajo.

Mbaye reflexiona sobre la desproporción entre arruinar la vida de personas que “venden para sobrevivir” y la necesidad de “indemnizar a entidades de protección de autores”. La voz de estas entidades se escucha más alta y más clara que la de los manteros, así que la opinión pública sabe mucho más de los problemas de los músicos y los cineastas que de las razones y motivos de ese frágil último eslabón de la cadena de venta y reproducción ilegal.

“Muchos nos suelen decir que aquí no hay trabajo, que por qué no nos quedamos en nuestro país, pero la pregunta es: si en nuestra tierra viajan las riquezas hacia Europa, ¿por qué nosotros no?”. A Mbaye le preocupa también el enfoque de las noticias. “Se dice que los manteros son agresivos, pero eso es una estrategia que usa la policía. Ya se sabe que, cuando viene la poli, el mantero recoge lo que tiene y se va corriendo. Es la policía quien corre detrás del mantero. Te cogen, te maltratan... Hay cinco policías encima de una sola persona, como si fuera un terrorista. Este año se ha visto en las playas: la policía les provoca y hay peleas. Alguien lo graba, aunque no desde el principio, y eso es lo que se ve en las televisiones”.

“No me pares por mi color, voy a trabajar”

Mbaye es capaz de ver que la persecución del Estado y sus cuerpos de seguridad hacia las personas que venden en la manta va más allá del hecho mismo de vender y que afecta tanto a manteros como a cualquier persona cuyo aspecto difiera del de un español de raza caucásica. “¿Qué ven? Que eres de color. A veces saben claramente que no eres mantero, pero sus palabras pueden más que tus palabras delante del juez. Te llevan a comisaría y te acusan de cosas que nunca has visto, y te enfrentas a un juicio en el que tendrás que desmentir cosas que sabes que no son verdad”.

Se producen detenciones, pero casi nunca mientras se produce la venta. “La ley dice que ellos tienen que ver que has intercambiado dinero por mercancía”, señala Mbaye. “Pero ellos no lo demuestran. Es que vas con una mochila y te paran porque eres negro. Llevar una mochila en este país siendo persona de color es un delito. Te resistes o les dices algo, y vas a comisaría, pero ¿por qué no lo hacen con las demás personas?”.

Las identificaciones denominadas racistas vienen siendo denunciadas en los últimos años por la ciudadanía, aunque el Estado las niega. Mbaye lo certifica: “Todos los días llegamos tarde al trabajo porque te paran. A veces no se cortan nada. Tú preguntas ¿por qué a los demás no? Tú eres negro, te dicen claramente. Yo tengo la documentación y trabajo, pero todos los días me enfrento con esto. He llegado a proponer a la gente que lleve camisetas que pongan 'no me pares por mi color, voy a trabajar como todo el mundo' y estamos redactando una carta para llevarla a Metro de Madrid. Porque si nos paran, nos hacen perder nuestro trabajo; muchos lo están perdiendo por acumulación de retrasos. Aunque somos de color, no somos delincuentes, tenemos que usar el metro como todo el mundo. La ley dice que a una persona no le tienen que pedir la documentación si no está haciendo algo delictivo o tienen sospecha de que va a hacer un delito. Pero lo hacen aposta para llenarnos de antecedentes penales. Cada vez que te piden la documentación, te copian los datos y luego recibes citaciones y vas a juicio sin saber por qué”.

Modou recuerda algo que le pasó en 2007 y que hasta hoy sigue sin entender. “Estoy caminando saliendo del supermercado y dos policías me piden documentación. Cuando se la doy, me dicen tú tienes busca y captura. Estuve en el calabozo tres días, luego en Moratalaz y luego en Plaza Castilla. Y en el juzgado me dicen que tengo un problema en Logroño. Yo le digo que no sé dónde está Logroño, que nunca he salido de Madrid. He pedido dos veces los papeles y me los han rechazado por culpa de esto”. Modou cree que la policía fuerza las detenciones para que las multas se conviertan en cárcel y facilitar el camino de la expulsión del país. “Quizá me confundieron con otra persona pero si te cogen las huellas, pueden saber quién eres”.

Mbaye reconoce que muchos le preguntan por qué sólo se ve a subsaharianos vendiendo y él les contesta que están “condenados” a ello por las dificultades de regularizar la documentación con la inmigración de países como Senegal. Puede que haya muchos comunitarios o extracomunitarios europeos con semejantes problemas de precariedad y necesidad de desplazamiento y asilo, pero les es más sencillo tramitar sus papeles y conseguir trabajo. Su problema es menos visible y están menos expuestos.

“Estamos explotados por todo dios”

“Muchas veces se escucha hablar como si estuviéramos organizados en mafias y a eso yo digo que la gente no sabe”, afirma Mbaye. “Cada individuo que ves en la calle vendiendo en su manta es autónomo, se busca la vida y cada uno se compra las cosas. La gente pregunta de dónde sacamos las cosas que vendemos. Si una película va a salir tal día y nosotros la tenemos antes, ¿de dónde se saca? No la hemos sacado, nos la han vendido. Nos la han facilitado en la calle o la compramos en un polígono como Cobo Calleja. Cualquier persona se acerca a ti, te la vende y tú eres el último eslabón en esta cadena de falsificación. Eres el más débil y el que más castigo recibe. Todo te llega en la calle porque en la calle está todo. Una persona te llega con una mochila y a veces te da miedo porque piensas que es un policía secreta y se acerca y te dice tengo gorras, o relojes o lo que sea, te las vendo a tal precio. Ese es el problema. Estamos explotados por todo dios. Pero no queremos vender. Queremos hacer otra cosa”.

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