Si te incomoda hablar de algo, entonces es que tienes que hablar de ello. Esa fue, más o menos, la premisa que llevó a la traductora y escritora inglesa Polly Barton a embarcarse en un proyecto que desembocó en su libro Porno. Una historia oral (Editorial Altamarea). El porno, cuenta al comienzo del libro, le generaba una especie de malestar inespecífico, un cúmulo de emociones poco claras. Una confusión que se agravaba por la falta de conversación con otros sobre el tema. Eso en un mundo en el que el sexo –y el porno– están, en principio, a la orden del día. Todo ello la llevó a pensar en un libro hecho de conversaciones con otras personas: diálogos llenos de preguntas, reflexiones, dudas, experiencias cotidianas, contradicciones y deseos; diálogos que permitieran aclarar algo de ese tumulto que tantas veces no compartimos.
Le inquietaba escribir sobre porno por lo que la gente pudiera pensar o malinterpretar de usted. En esta sociedad hipersexualizada, ¿sigue habiendo un estigma en torno a quienes hablan de sexo y porno?
Creo que sigue habiendo un estigma. Hay formas en las que se considera aceptable hablar de sexo y porno en una conversación, pero son muy limitadas. Incluso cuando le digo a la gente el título de mi libro, se levantan muchas cejas o me dicen explícitamente que no es algo con lo que quieran comprometerse. Es algo que choca. Lo cual es extraordinario, en realidad, cuando se piensa no sólo en la forma en que afecta a casi todas nuestras vidas, sino también en el número de veces que se hace referencia a ello actualmente en programas de televisión, artículos o lo que sea.
¿Por qué eligió concretamente a estas personas para entrevistarlas, cuáles fueron los criterios para elegirlas?
Un aspecto bastante inusual de este proyecto fue que desde el principio supe que quería hablar con gente que conocía. El proyecto consistía en superar mis dudas a la hora de hablar de porno, así que sabía que no quería esconderme tras el papel de entrevistadora, como podría hacer con desconocidos; quería mantener conversaciones recíprocas, e intuía que solo podría hacerlo con personas con las que ya tuviera cierta familiaridad. Así que al principio envié un correo electrónico masivo a mis conocidos preguntándoles si querían participar, y empecé hablando con los que me respondieron que sí. Pero también quería asegurarme de que hablaba con personas de distintos géneros, sexualidades, edades, estados sentimentales y procedencias, así que también pensé en ello a la hora de recopilar las conversaciones.
Usted dice que es necesaria una conversación “sin tapujos” sobre el porno, ¿por qué?
Con un tema como este, que no sólo está plagado de vergüenza y secretismo, sino que también se entiende comúnmente como muy divisivo e incendiario, hay una forma de hablar de ello en la que tendemos a la discusión, pero desde una perspectiva bastante distante, intelectual y segura. Eso puede parecer útil, pero en realidad creo que a menudo sólo refuerza la sensación de que no podemos hablar de nuestros verdaderos sentimientos o experiencias. En este libro quería crear un espacio para conversaciones absolutamente crudas y honestas, y lo menos prejuiciosas posibles: un espacio en el que la gente pudiera hablar de los aspectos teóricos y abstractos si lo deseaba, pero que se centrara en la verdad de cómo les afectaba personalmente, por feo o embarazoso que fuera. Creía que esa forma de hablar era la única manera de empezar a analizar los tabúes que existían, de crear un espacio para superar la vergüenza.
Quería crear un espacio para conversaciones absolutamente crudas y honestas, y lo menos prejuiciosas posibles, que se centrara en la verdad de cómo les afectaba personalmente, por feo o embarazoso que fuera
¿Cree que esa es una de las paradojas en las que vivimos hoy en día: estamos en una sociedad en la que el sexo está muy presente pero en la que, al mismo tiempo, no tenemos conversaciones honestas sobre sexo y no hay una educación sexual de calidad para chicos y chicas?
Absolutamente. De hecho, fue precisamente esta paradoja la que dio origen al libro. Llegué a un punto en el que, con la proliferación del porno en Internet, tenía la sensación de que aparecía constantemente en novelas y artículos de prensa a mi alrededor y, sin embargo, estaba totalmente ausente de mi vida conversacional. Y personalmente creo que si los adultos no tienen ese tipo de conversaciones en sus propias vidas, va a ser mucho más difícil que sean capaces de hacerlo de una manera suficientemente buena también con sus hijos.
¿Ha encontrado mucha vergüenza y culpa en los relatos de las personas que ha entrevistado?
Por supuesto, y de distintos tipos: en torno al consumo de porno y su ética, pero también en torno a distintos aspectos del deseo y la masturbación, y sobre hablar o no hablar con otras personas sobre ello. Las personas con las que hablé eran sorprendentemente elocuentes a la hora de describir estos diferentes tipos de sentimientos y, en general, había mucha más autoconciencia y autorreflexión en torno a todo ello de lo que yo esperaba. En otras palabras, descubrí que la gente piensa mucho en estas cosas, pero que simplemente no tienen esas conversaciones. Y quizá esto pudiera ser una prueba de que, después de todo, no necesitamos hablar de ello.
Pero muchas personas también hablaron del alivio que supone verbalizar por fin todas estas cosas y dialogar con otra persona. Tengo la sensación de que uno puede pensar las cosas todo lo que quiera solo, pero hay un nivel de procesamiento, tanto intelectual como emocional, que sólo puede darse realmente en el diálogo con los demás. Tal vez esto sea especialmente cierto en el caso de la vergüenza, que sabemos que se alimenta en silencio. Tengo la sensación de que sólo se puede desentrañar esa culpa y esa vergüenza hablando de ello.
Llama la atención cómo en los relatos, varias personas afirman que no han hablado de porno con sus parejas. ¿Cómo es posible que en relaciones en las que se comparte tanta intimidad, el porno quede fuera de la conversación?
Yo también me lo pregunto. Pero yo también he estado en este tipo de relaciones en el pasado. Una cosa que hay que decir de entrada es que, tanto por las conversaciones que mantuve para el libro como por las posteriores, tengo la sensación de que se trata de un problema mucho más común en las relaciones heterosexuales: la comunidad queer, según mi experiencia, es mucho más proactiva a la hora de hablar de estas cosas.
Creo que hay algo muy específico en los hechos subyacentes de la dinámica heterosexual –no desear a otras personas, fidelidad, etc.– que en combinación con los desequilibrios de género inherentes a gran parte del porno heterosexual hace que hablar del porno en las relaciones íntimas sea un puente especialmente difícil de cruzar. Si estás en una pareja hombre-mujer que aspira a la igualdad de género o algo parecido, la perspectiva de hablar de porno significa potencialmente tener que desmontar la idea de que lo que excita sexualmente a uno o a ambos es una dinámica de poder no igualitaria, o algo que una mitad de vosotros encuentra ofensivo o discriminatorio. Creo que profundizar en eso es afrontar la sensación de que quizá no conocías a tu pareja tan bien como creías, y es difícil para mucha gente. Para mí lo ha sido.
La única esperanza que tenemos de dar a nuestros hijos un enfoque realista y humano del sexo es a través de la conversación. El momento de superar el tabú como sociedad es ahora
En las conversaciones también aparece algo muy actual: la preocupación por la exposición de chicos y chicas al porno. Algunos de sus entrevistados dicen que probablemente el porno ha influido en su forma de ver el sexo y a las mujeres, pero también eran conscientes, ya de adolescentes, de que en el porno había teatralidad y espectáculo. ¿Hasta qué punto se puede abordar esta preocupación actual mientras sigamos viviendo con este tabú hacia el sexo y la educación sexual?
Vivimos en un mundo en el que la edad media a la que un niño ve porno en Internet por primera vez es de 11 años; para la mayoría de los niños, esto será antes del inicio de la pubertad y antes de tener experiencias sexuales propias. La realidad es que las expectativas de las generaciones más jóvenes sobre lo que es y puede ser el sexo van a estar moldeadas por el porno, nos guste a nosotros y a ellos o no. Conocemos también la forma en que los algoritmos se dirigen a los espectadores y los alimentan con contenidos cada vez más explícitos y violentos.
Cuando se habla con personas implicadas en la educación sexual, todas dicen que la única esperanza que tenemos de mitigar algunos de los efectos de este nivel de exposición sin precedentes y dar a nuestros hijos un enfoque realista y humano del sexo es a través de la conversación, ayudar a los niños a entender que el porno es una representación del sexo, que es emocionante y espectacular en muchos aspectos, pero es diferente a la intimidad real con otra persona. En ese sentido, creo que si alguna vez ha llegado el momento de superar el tabú como sociedad, es ahora.
En el libro dice que la mayoría del porno incluye explotación, ¿en qué sentido?
No estoy segura de decir eso exactamente en el libro, desde luego, no es algo sobre lo que quisiera generalizar hasta ese punto, porque, sinceramente, creo que es muy difícil que nosotros, como consumidores, lo sepamos. Lo que sí creo es que hay múltiples formas en las que el porno puede ser explotador, y esto se complica por el hecho de que gran parte del porno representa actividad sexual violenta o agresiva. Que el porno muestre violencia no significa que no sea consentido o que sea explotador para sus intérpretes, y también viceversa: sólo porque el contenido de una escena porno parezca inobjetable no podemos juzgar que las condiciones en las que se hizo fueron respetuosas, consentidas, etc. Los servicios de streaming han hecho que el porno sea prácticamente imposible de rastrear, por lo que incluso el porno amateur, que mucha gente prefiere porque parece más auténtico y sano, puede, por ejemplo, subirse a la red sin el consentimiento de una o varias personas. Así que todo esto tiene múltiples capas y, como consumidores, a menudo no podemos saber si ha habido explotación o no con solo mirar algo.
Muchos tipos de porno 'convencional' –y el sexo que lo emula– podrían tomar ejemplo del mundo kink en lo que respecta a las conversaciones sobre el consentimiento o el cuidado posterior
A menudo se critican las prácticas que aparecen en el porno, las hay de todo tipo e intensidad, pero ¿corremos el peligro de crear un estándar de lo que es buen y mal sexo en el que se señalen las prácticas no normativas?
Es una pregunta muy interesante, porque siento que esas prácticas son criticadas por ciertos grupos de personas, pero entre otros grupos, precisamente, esas prácticas alcanzan una especie de normatividad. En otras palabras, no estoy segura de estar de acuerdo con que exista un criterio único de lo que constituye el buen y el mal sexo. Pero sobre el tema de la normatividad, me interesa cómo se ven las prácticas más arriesgadas en el porno supuestamente mainstream en contraste con el tratamiento en el mundo BDSM y kink. Creo que ver las cosas como 'convencionales' puede ser una excusa para no tomar las precauciones adecuadas o no cuidar a las personas implicadas. De hecho, muchos tipos de porno 'convencional' –y el sexo que emula ese tipo de porno 'convencional'– podrían tomar ejemplo del mundo kink en lo que respecta a las conversaciones sobre el consentimiento, sobre el cuidado posterior, etcétera.
¿Qué ha aprendido sobre el porno, el sexo y las relaciones al realizar este proyecto?
Aunque suene cursi, este proyecto ha confirmado mi creencia de que hay pocas cosas que una conversación sincera no mejore. Tengo la tentación de decir que cuanto más miedo y recelo te da hablar de algo, más razones hay para intentarlo. Así es como pasamos de actuar pasivamente ante fuerzas externas, y a sentirnos culpables por ello, a empezar a verlo como un problema de toda la sociedad. No es que hablar pueda cambiarlo todo, en absoluto, pero creo que el camino hacia la acción tiene que empezar por ahí.