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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Las primeras imágenes del lince carroñeando alertan de nuevos peligros para la especie

Un lince ingiere carroña

Raúl Rejón

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Entre encinas y jarales, un venado muerto pasa horas tirado en los Montes de Toledo. Hasta la res abatida se aproxima un gran macho de lince ibérico. No busca conejos, sino que se acerca a la carne, la olisquea y, finalmente, come.

El cazador de conejos por antonomasia, el felino más amenazado, aprovecha los cadáveres de ciervos, jabalíes, corzos, muflones o gamos. En realidad, los linces son más carroñeros de lo que se creía. Y eso abre una nueva realidad para esta especie en peligro de extinción. “No nos lo esperábamos, sinceramente”, cuenta Jorge Tobajas, investigador de la Universidad de Córdoba y el Instituto de Recursos Cinegéticos.

El trabajo que Tobajas y otros científicos habían diseñado en el macizo toledano iba dirigido más bien a los buitres negros –otra especie bastante amenazada– “un programa diseñado para ver cómo influía la caza en estas aves”, relata el biólogo.

Pero lo que han descubierto y documentado –ya que cada pieza estaba vigilada por una cámara– es que el lince ibérico, un depredador superespecializado, carroñea de manera habitual. Una fuente extra de comida, una vía de superar épocas de escasez, pero, al mismo tiempo, una puerta abierta a nuevos peligros, como perecer envenenado.

“Nos salió un macho de lince sobre una de las piezas y nos pareció raro. Pero la cosa continuó y en zonas con abundancia de conejo donde puede cazarlos”, relata el investigador. “Hasta ahora se suponía que lo hacía, pero esto lo constata”.

17 linces viven en el paraje vigilado por Tobaja y sus compañeros. Una finca ganadera de reses bravas y coto de caza. Se trata de una de las extensiones elegidas para reintroducir la especie en Castilla-La Mancha y el primer hogar del lince viajero Kentaro, muerto en 2016 atropellado por un coche después de vagar más de 2.400 km por la península.

Casi toda la población de felinos del lugar comió carroña. El 70% consumió, al menos, una vez, “sobre todo los grandes machos”, explica la investigación. De hecho, los individuos no solo comieron sino que reclamaron el hallazgo como propio: marcaron los animales, escondieron restos y se revolcaron en ellos.

“Nuestras observaciones son las primeras del lince carroñeando activamente sobre ungulados y confirman los riesgos potenciales asociados”. Comer esta carne los expone a posibles enfermedades que porten esos animales o “podría facilitar el envenenamiento intencionado en los casos donde se den conflictos entre humanos y vida silvestre”.

Expansión

Los conflictos llegan, habitualmente, cuando los linces perturban actividades económicas: la caza comercial o la ganadería. Lo explica este mismo estudio: “A medida que la población de linces se expande, también se incrementan los problemas por daños a las cabañas, sobre todo ovejas y gallinas”.

Salvar al lince parece que le haya devuelto, al menos en parte, la etiqueta de alimaña que lo puso al borde del precipicio de la extinción. En 2002 la población no llegaba a 100 ejemplares. Casi 20 años después, en 2021, el censo registró 1.365 linces entre adultos, jóvenes y cachorros, según el último recuento. “Pese haber superado la situación más crítica sigue considerada oficialmente en peligro de extinción”, explica el Ministerio de Transición Ecológica.

El peligro del veneno “no debería ser una preocupación menor porque el envenenamiento todavía es una práctica extendida que amenaza a la especies”, afirman estos científicos. Entre 1992 y 2013 se documentaron más de 8.000 episodios de veneno con más de 18.000 animales muertos, según SEO-Birdlife y WWF, pero ambas organizaciones calculan que, en realidad, cayeron más de 185.000 animales en España,

Si los linces carroñean, basta con emponzoñar una res y esperar que acudan a ella para librarse de su presencia. No sería la primera vez que un ejemplar criado y reintroducido encuentra ese fin menoscabando la inversión multimillonaria de dinero público que se ha empleado en impedir que el Lynx pardinus desapareciera.

Además, también existe el peligro de que los linces ingieran cantidades de plomo mediante la carne en zonas donde haya actividad cinegética, “aunque eso exige un consumo más continuado”, matiza el biólogo Tobajas.

Estas observaciones han cambiado la imagen fija que se tenía de una de las especies más icónicas de la biodiversidad ibérica, “Nuestro hallazgo ha roto un poco el paradigma del lince. Sigue siendo especialista de conejos pero utiliza este otro recurso. No es solo el animal que sabe comer conejos, puede hacer otras cosas”, concluye Tobajas.

Pero, al mismo tiempo, el descubrimiento impone estudiar las implicaciones problemáticas que conlleva a la hora de preservar el patrimonio ya sea la exposición a patógenos, el plomo o el veneno. “Abre otras ventanas y puede tener también interacciones negativas”.

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