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El segundo entierro de Franco remueve en El Pardo los últimos restos del franquismo más ultra

Un grupo de manifestantes con imágenes de Franco reza ante el cementerio de Mingorrubio durante el segundo entierro del dictador.

Belén Remacha

Acababan de cantar todos juntos el Cara al sol y de rezar “por España” y por el dictador, pero entre algunos cundía la sensación de que el momento no había pasado. Eran las cuatro y media de la tarde del 24 de octubre de 2019 y la mayoría de franquistas reunidos con ese fin en las puertas del cementerio de Mingorrubio habían dado por disuelto su encuentro. “Hemos llegado por lo menos hasta aquí”, le decía un señor con bigote a una señora con los ojos vidriosos, ambos entre el grupo que se resistía a abandonar el lugar. “Ya vendremos otro día, en un mes o mes y medio”, terminaba de consolar a la mujer, que había conocido esa misma mañana.

El panteón de la familia Franco, donde reposaban desde hacía un par de horas los restos del genocida, quedaba a apenas a unos metros. A los fascistas les separaban de él la verja y la policía. Eran esos últimos manifestantes, unas decenas, los que más habían aguantado el día. Por lo menos 200 personas en total habían intentado desde las 10 de la mañana aproximarse lo máximo posible a este segundo entierro de Francisco Franco. Se celebraba 43 años, 11 meses y un día después del primero, que fue en el Valle de los Caídos.

Han acudido más seguidores a Mingorrubio (El Pardo), donde lo inhumaban, que a Cuelgamuros, de donde lo exhumaban. La mayoría ha intentado ahí mantener un perfil bajo durante la jornada, aunque en un instante de máxima tensión un individuo ha agredido a una reportera de Antena 3. Otros ratos han insistido con “Marlaska, maricón”, han entonado más veces el Cara al sol o, al ver algo parecido a un águila a lo lejos, se han emocionado porque “míralo, ahí está”.

Hasta las cuatro de la tarde los defensores del franquismo se habían quedado a 1.000 metros del cementerio, la policía solo dejaba pasar más allá de ese cordón a personas acreditadas. Era porque la Delegación del Gobierno no había dado permisos para convocar concentraciones alrededor del funeral, motivo por el cual la Fundación Franco había desconvocado la que había publicitado días atrás. Pero otras organizaciones ultras habían mantenido las suyas, y otros –algunos vecinos de Mingorrubio– habían venido hasta este barrio a las afueras de Madrid por su cuenta.

A esos 1.000 metros, por esa prohibición, todos han visto llegar el helicóptero que trasladaba el cadáver: para recibirlo, unos cuantos “Pedro Sánchez, hijo de puta” a modo de coro. Luego, cuando las puertas del cementerio ya estaban cerradas y la familia de Franco celebraba el funeral en la intimidad con la presencia de la ministra de Justicia en funciones, Dolores Delgado, a la zona ha llegado la noticia de que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid anulaba esa denegación de permisos del Gobierno. A partir de entonces es cuando han podido acudir, en procesión, en dirección al cementerio.

Primero se han quedado a pocos cientos de metros del complejo. Ahí, en la carretera que daba acceso, han despedido a una muy agradecida familia Franco, que se ha parado a saludar, con gritos de “no estáis solos”. En ese recorrido se han quejado de la prensa y han rezado –les lideraba un cura– por el dictador y “por el Ejército, por si un día tiene que defender a la verdadera España”. Luego ya han alcanzado la verja donde han cantado, repetido el saludo fascista y dejado coronas de flores a pocos metros del panteón.

El momento cumbre, Tejero

Hasta esa hora, el mayor apogeo de la jornada para ellos había sido la llegada, a media mañana y con el cadáver de Franco todavía en el Valle, del ex teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, autor del intento de golpe de Estado de 1981. Su hijo religioso, Ramón, era el encargado de oficiar la misa por el dictador. Tejero padre ha bajado del coche que lo traía escoltado por la policía y tampoco ha podido subir hasta el camposanto, solo podían acceder los familiares, pero ha sido bienvenido entre vítores a él mismo y a Franco. Se ha quedado en las inmediaciones hasta el mediodía, algo apartado y protegido.

A pesar de que la exhumación suponía una victoria del Gobierno sobre la familia Franco, que ha intentado hasta la última vía judicial para evitar que se produjera, los descendientes han podido exhibir ciertos símbolos y rendir honor al dictador. La jornada ha dejado claro que los grupos franquistas más ultra no llegan a reunir a más de un par de centenares de personas. Así había sido habitual en las últimas concentraciones del mismo tono, como la de protesta del 10 de octubre ante la sede del PSOE en la calle de Ferraz.

Entre los de este 24 de octubre abundaban, como también es habitual, los jubilados, pero había varios jóvenes que hasta se hacían selfies al finalizar con las coronas de flores y el panteón de fondo. Para las cinco ya todos habían asumido que el acto había concluido. Pero ya le advertía el señor de bigote a la señora de ojos vidriosos: saben dónde tienen que volver.

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