Los 300 pueblos que se inventó Franco para repoblar la España vaciada de posguerra
En España, hay pueblos que tienen siglos y siglos de historia. Es el caso de Brañosera, en Palencia, que se fundó en el año 824 y es conocido por ser el municipio más antiguo de nuestro país. O el de Besalú, en Girona, una villa de origen medieval que creció alrededor de la fortaleza del Castillo de Besalú, documentado desde el siglo X.
En la otra cara de la moneda, encontramos más de 300 pueblos que apenas tienen 60 años, como El Torno (Cádiz), Cartuja de los Monegros (Huesca) o Esquivel (Sevilla), entre otros. Estos pueblos recientes fueron puestos en pie por la dictadura franquista entre 1940 y 1970 como parte de su política de colonización.
La política de colonización fue un proyecto que se desarrolló bajo la asistencia del Instituto Nacional de Colonización (INC), una entidad que la dictadura creó tras la guerra civil para sacar adelante la política agraria franquista. El objetivo era aliviar las consecuencias que había dejado el conflicto militar y retener a las familias en el campo para que siguieran explotando las tierras.
Para conseguirlo, el gobierno de Franco impulsó la creación de lo que se conoció como pueblos de colonización, pueblos que se construyeron desde cero para alojar a miles de familias. Hablamos de alrededor de 55.000 familias que dejaron sus hogares para empezar una nueva vida en otro lugar. Para hacernos una idea, se considera la segunda gran migración interior del siglo XX en España.
Los nuevos pueblos fueron diseñados por arquitectos e ingenieros con un estilo arquitectónico sobrio, e incluían plaza central, iglesia, ayuntamiento, viviendas y escuelas. A día de hoy, muchos siguen funcionando y algunos incluso se han convertido en destinos de interés histórico, arquitectónico o etnográfico.
Los requisitos para vivir
Para convertirse en “colono” de estos nuevos pueblos, los interesados debían un único requisito oficial: no tener antecedentes. A priori, las familias se elegían por sorteo, simplemente había que apuntarse a una lista. Sin embargo, se cree que no todas las familias candidatas tenían las mismas oportunidades de ser elegidas.
Las familias numerosas, con hijos dispuestos a trabajar en el pueblo, y que se ajustasen al ideario franquista (católicos, leales al régimen, con buena conducta…) pudieron haber partido con ventaja. Por lo que sí estaban atravesadas todas las familias era por la necesidad: la mayoría provenía de zonas rurales empobrecidas sin perspectiva de mejora.
Aquellos que eran elegidos, recibían dos cosas: una casa en propiedad y un campo de labranza, es decir, un terreno que pasaba de ser secano a regadío y que permitiría a las familias ser autosuficientes. Esto se convirtió en una opción para muchos que, para entonces, seguían viviendo en barracas y no tenían acceso a unos mínimos, como tener baño propio o habitaciones separadas.
Aun así, los colonos no recibieron ningún regalo. Tanto la vivienda como la parcela eran un préstamo que tenían que pagar, tanto en metálico como en especie con un tercio de lo que cosechaban.
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