Escocia quiso ser imperio en Panamá, fracasó estrepitosamente y tuvo que rendirse ante Inglaterra

La ubicación en Darién ofrecía una conexión privilegiada entre océanos y mercados

Héctor Farrés

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Los mástiles se agitaban con el vaivén del viento caribeño y los cuerpos agotados bajaban a trompicones sobre una costa embarrada. Algunos soldados cavaban zanjas mientras otros arrastraban cajas podridas de víveres. El aire olía a humedad, pólvora y miedo. Al fondo, una bandera con la cruz de San Andrés ondeaba sobre un fuerte en ruinas que aún no había sido construido del todo. Aquella escena formaba parte del plan con el que Escocia pretendía convertirse en imperio a través de una colonia en el istmo de Panamá.

La empresa había arrancado con entusiasmo dos años antes, cuando la Compañía de Escocia logró reunir más de la mitad del capital nacional gracias a miles de pequeños inversores convencidos de que aquella aventura era la vía hacia el crecimiento económico y el orgullo nacional.

Entre los impulsores se encontraba William Paterson, un comerciante escocés que había hecho fortuna en América y que también había sido uno de los fundadores del Banco de Inglaterra. Su influencia resultó decisiva para que la propuesta tomara forma institucional y adquiriera una dimensión pública. Según recoge The Price of Scotland de Douglas Watt, el respaldo social y financiero fue tan amplio que la inversión llegó a representar aproximadamente el 25 % de la riqueza total del país.

El comerciante William Paterson, conocido por fundar el Banco de Inglaterra, logró que su idea adquiriera carácter público e institucional

La idea consistía en establecer una base comercial en Darién, una franja estratégica del istmo de Panamá que permitía conectar los océanos Atlántico y Pacífico. Se aspiraba a fundar allí una colonia llamada Caledonia que funcionara como centro de intercambio entre América, Asia y Europa.

El plan incluía libertad religiosa, comercio sin restricciones y autonomía política. Sin embargo, la zona elegida se encontraba bajo la órbita del Imperio español, lo que multiplicaba los riesgos militares y diplomáticos.

Los primeros barcos salieron del puerto de Leith en julio de 1698 con más de 1.200 personas a bordo. Llegaron a la costa panameña a finales de octubre, exhaustos, mal equipados y sin conocimiento real del terreno. Allí bautizaron su primer asentamiento en Caledonia como Nueva Edimburgo, construyeron un fuerte con lo que tenían a mano y comenzaron a plantar algunas cosechas.

Pero enseguida llegaron las lluvias, las enfermedades tropicales y las disputas internas. La comida escaseaba, los suministros eran defectuosos y el aislamiento respecto al exterior agravaba el deterioro físico y mental de los colonos.

Una nueva oleada llegó sin saber que solo quedaban ruinas y cadáveres entre la selva

Una segunda expedición, organizada desde Escocia sin saber el desastre de la primera, zarpó en noviembre de 1699 con otros 1.300 colonos. Cuando llegaron, se toparon con un asentamiento semidesierto, selva devorando las estructuras abandonadas y cadáveres aún sin enterrar.

A pesar de todo, decidieron quedarse y reorganizar la defensa del territorio. La decisión coincidió con el avance de tropas españolas desde Cartagena. El conflicto militar se intensificó y el pequeño destacamento escocés, mermado por la fiebre amarilla y la desnutrición, no pudo resistir los ataques.

En 1707, el Acta de Unión compensó a los inversores y selló la integración de Escocia en el Reino Unido

Según recoge Scotland’s Empire de T.M. Devine, de los dieciséis barcos que partieron hacia la colonia, solo uno consiguió regresar a Escocia. El resto se perdió por naufragios, ataques o abandono forzoso. Entre las víctimas estaban la esposa y el hijo de Paterson. La mayor parte de los supervivientes acabó como refugiados en Jamaica o dispersos por las costas americanas.

El fracaso de la colonia acabó favoreciendo la unión con Inglaterra

En paralelo, el fracaso tuvo un efecto devastador sobre la economía escocesa. Las pérdidas financieras arruinaron a buena parte de la clase comerciante y provocaron un colapso en la confianza institucional. La iniciativa también incomodó al rey Guillermo III, que estaba en negociaciones diplomáticas con España y percibió la ocupación de Darién como una amenaza para sus intereses. Como detallan Tony Claydon y A.M. Claydon en su obra William III, el monarca expresó su malestar diciendo que había sido “mal servido en Escocia”.

La consecuencia política fue aún más importante. Ante la bancarrota y el aislamiento, una parte del Parlamento escocés comenzó a ver en la unión con Inglaterra una vía para recuperar estabilidad. En 1707, el Acta de Unión permitió a los inversores recuperar parte del dinero perdido gracias a compensaciones pactadas. Así, el fracaso de Caledonia no solo truncó el sueño imperial de Escocia, sino que también allanó el camino para su integración en el Reino Unido.

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