Si las narices de los tiburones no sirven para respirar, ¿qué función tienen exactamente?
Una gota de sangre diluida en 10.000 millones de partes de agua basta para alertarlo. No necesita ver, ni escuchar, ni moverse. Solo con eso, el tiburón ya sabe que algo vivo se ha herido. La estructura de su cuerpo está pensada para que todo funcione al servicio de una única tarea: cazar.
Ningún otro animal ha separado tan bien cada sistema sensorial para cumplir funciones independientes y especializadas. Ese nivel de ajuste lo convierte en el depredador total perfectamente diseñado.
Respirar y oler al mismo tiempo es una ventaja que los mamíferos no tienen
La separación funcional entre respiración y olfato explica parte de su eficiencia. En lugar de compartir conductos como hacen los mamíferos, los tiburones utilizan exclusivamente las branquias para extraer oxígeno del agua. Lo hacen mediante un sistema de intercambio a contracorriente que maximiza el paso de gases, gracias al contacto constante entre el agua que entra por la boca y los filamentos branquiales.
El oxígeno fluye en una dirección y la sangre en otra, lo que mejora el rendimiento del intercambio. Este diseño respiratorio les permite captar el oxígeno necesario incluso en movimiento, sin necesidad de detenerse a inhalar.
La función olfativa queda completamente a cargo de las narinas. Estas aberturas, situadas bajo el hocico, no están conectadas con las branquias ni con la garganta. En su interior se alojan cámaras cubiertas de pliegues sensoriales repletos de quimiorreceptores, cuya única misión es detectar moléculas disueltas en el agua.
La información entra por una parte de la narina y sale por otra, lo que mantiene en actividad constante a los receptores. Algunas especies son capaces de reaccionar a concentraciones ínfimas, por debajo de una parte por 10.000 millones, según detalla el Instituto Smithsonian.
Además de captar presas, este olfato les sirve para desplazarse con orientación. No se trata solo de seguir un rastro químico, sino de comparar la intensidad del olor entre ambas narinas para determinar la dirección de la fuente. Esta capacidad, conocida como olfacción estéreo, funciona como una brújula biológica.
El tiburón ajusta su trayectoria conforme analiza diferencias mínimas de concentración, y en ese proceso, sus movimientos en zigzag cobran sentido funcional. En el caso de especies como el tiburón martillo, la distancia entre las narinas amplía el rango de comparación y mejora aún más esta estrategia.
La navegación también puede apoyarse en señales químicas a gran escala. Un estudio publicado por Current Biology en 2021 mostró que algunos ejemplares de tiburón tigre lograron recorrer cientos de kilómetros siguiendo gradientes de olor en mar abierto. La hipótesis de los investigadores es que detectan cambios sutiles en la composición del agua generados por corrientes, masas biológicas o procesos geológicos, lo que les permite mantener una ruta sin necesidad de referencias visuales.
Pero el olfato es solo una parte del conjunto. El sistema sensorial del tiburón incluye la línea lateral, que capta vibraciones y cambios de presión en el entorno; la audición, sensible a sonidos de baja frecuencia emitidos por animales heridos; la visión adaptada a entornos con poca luz; y la electrorrecepción, un mecanismo único que les permite identificar los campos eléctricos generados por los músculos de sus presas. Esta última función depende de unas estructuras llamadas Ampollas de Lorenzini, repartidas por el hocico en forma de pequeños poros.
La boca del tiburón no solo muerde, también analiza químicamente lo que ha atrapado
Todo eso se coordina con el gusto y el tacto en los momentos finales de la caza. El tiburón puede morder a un animal sin tragárselo de inmediato. Gracias a los sensores químicos situados en la boca, analiza si lo que ha atrapado le conviene como alimento. Este comportamiento ha sido documentado en estudios de campo por biólogos marinos de la Universidad de Hawaii, que observaron cómo algunos ejemplares descartaban rápidamente presas que no les resultaban útiles desde el primer mordisco.
Lo relevante del caso es que la especialización de cada sistema no entorpece a los demás. Las branquias cumplen su función respiratoria de forma autónoma, sin necesidad de compartir espacio con la función olfativa. Las narinas operan de manera independiente, dedicadas por completo a captar estímulos químicos. Y el cerebro del tiburón procesa todo ese flujo de información con eficacia, priorizando datos según el contexto, sin que una señal bloquee a otra.
Este diseño funcional, sin solapamientos ni interferencias, es el resultado de millones de años de evolución orientada a la supervivencia. Lejos de buscar simplicidad, la biología del tiburón ha alcanzado un nivel de especialización que responde a la eficiencia pura. Eso es lo que le ha permitido convertirse en uno de los cazadores más eficaces que habitan los océanos.
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