Un registro geológico confirma que los mayas vivieron ocho sequías extremas, incluida una de trece años
Una sequía de trece años tiene fuerza suficiente para quebrar cualquier sistema agrícola. El agua almacenada en embalses se agota antes de lo previsto y los depósitos subterráneos pierden capacidad de sostener a una población creciente. Los canales que antes garantizaban la fertilidad de las tierras dejan de cumplir su función y el abastecimiento se convierte en un importante dolor de cabeza.
La producción agrícola se reduce y con ella tambalean las estructuras políticas que dependen de ese suministro. Así se entiende que las sequías extremas marcaran el rumbo de la civilización maya en el período conocido como Clásico Terminal.
Las estalagmitas de Yucatán revelaron ocho grandes sequías entre los siglos IX y XI
El equipo internacional que publicó su trabajo en la revista Science Advances analizó estalagmitas de una cueva en Yucatán y logró identificar ocho sequías entre los años 871 y 1021 d.C., incluida una que se prolongó durante trece años. La técnica se basó en estudiar los isótopos de oxígeno presentes en las capas minerales, que actúan como un registro preciso de las variaciones de lluvia en la temporada húmeda.
Estos resultados ofrecieron una reconstrucción inédita del clima año por año, lo que permitió correlacionar la disminución de las precipitaciones con cambios visibles en la actividad maya.
Los investigadores destacaron que, a diferencia de estudios basados en sedimentos lacustres, las estalagmitas aportan un nivel de detalle que antes no estaba disponible. Según explicaron en su trabajo, los estratos de la piedra conservan información anual que refleja si las lluvias se interrumpieron o se intensificaron.
De esta forma, se constató que las etapas de sequía coincidían con periodos en los que la construcción de monumentos fechados y la actividad política registrada en inscripciones disminuía de manera notable.
Los datos climáticos encajan con la caída del poder político maya
El arqueólogo Daniel H. James, autor principal del estudio y miembro del Departamento de Ciencias de la Tierra de Cambridge, subrayó en Science Advances que la investigación abre nuevas vías para entender el colapso de esta civilización. James señaló que “han surgido múltiples teorías sobre la causa del colapso, como cambios en las rutas comerciales, guerras o sequías severas, basadas en la evidencia arqueológica que dejaron los mayas”. Con esta afirmación ponía de relieve que el cruce de datos arqueológicos con pruebas climáticas cuantificables aporta un contexto más sólido para explicar aquel proceso histórico.
La consecuencia más inmediata de esas sequías fue la reducción de los recursos alimentarios, ya que la producción de maíz y otros cultivos básicos dependía del régimen de lluvias. Las ciudades, densamente pobladas, vieron cómo sus sistemas de almacenamiento quedaban sobrepasados por periodos que se prolongaban más allá de lo que sus técnicas podían resolver. Este estrés ambiental habría contribuido a que muchas urbes del sur quedaran abandonadas y la población se desplazara hacia el norte.
Los registros epigráficos coinciden con los datos climáticos. La interrupción en la erección de monumentos con inscripciones fechadas, algo habitual hasta entonces, coincide con las etapas de sequía que marcaron la decadencia de la organización política y ritual de las ciudades mayas.
Tal y como apuntó James en la revista, “conocer la precipitación media anual no revela tanto como saber cómo fue cada temporada de lluvias”. Esta matización ilustra cómo los detalles climáticos concretos explican la diferencia entre una sociedad en expansión y otra en retroceso.
La investigación no solo aporta información sobre la magnitud de la sequía de trece años, sino también sobre siete episodios más cortos de al menos tres años cada uno. Estos periodos, acumulados en apenas siglo y medio, explican la fragilidad de un sistema que dependía estrechamente del agua para mantener sus ciudades y redes de intercambio. Con ello se establece un vínculo directo entre los datos geológicos y el retroceso paulatino de las principales urbes del sur.
Las futuras investigaciones combinarán más cuevas con restos arqueológicos concretos
El siguiente paso, según el propio equipo, será ampliar el número de cuevas estudiadas y relacionar los resultados con evidencias arqueológicas concretas de cada yacimiento. Este esfuerzo permitirá precisar cómo se encadenaron las decisiones políticas, las migraciones hacia el norte y el abandono de monumentos. En ese horizonte se encuentra la posibilidad de entender mejor la sucesión de colapsos regionales que terminaron por transformar la geografía cultural de Mesoamérica.
Más allá del hallazgo puntual, el estudio de Cambridge muestra cómo técnicas aplicadas a formaciones geológicas permiten comprender procesos históricos recientes. En esa combinación entre ciencia del clima y arqueología se halla la oportunidad de seguir desentrañando qué llevó a una de las civilizaciones más influyentes de América a perder fuerza en un tiempo relativamente corto. Y quizá lo más sugerente es que las rocas de una cueva, con su goteo mineral incesante, guarden todavía tantas respuestas sobre la fragilidad de un mundo que parecía eterno.
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