El tercer fundador de Apple: Ronald Wayne tenía miedo a las deudas y se deshizo de su parte por menos de lo que vale un iPhone

Ronald Wayne renunció a su parte de Apple por miedo a repetir fracasos anteriores y optó por asegurar su estabilidad personal a cambio de 800 dólares

Héctor Farrés

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Tenía casa, coche y un historial reciente de fracasos empresariales. Tenía también algo mucho más difícil de sostener en Silicon Valley: miedo. Ronald Wayne no se arriesgó a perderlo todo otra vez, y por eso vendió su 10% de Apple diez días después de firmar el acta fundacional.

A cambio, recibió 800 dólares, una cifra que no da para comprarse el último modelo de iPhone. Hoy, esa misma participación deshechada por no ver un futuro solvente valdría más que el PIB de varios países pequeños. Finalmente no hubo garaje ni lluvia de millones: solo un despacho donde alguien con demasiada experiencia decidió que prefería dormir tranquilo.

Lo que para Jobs y Wozniak era ilusión, para Wayne era una amenaza real

Para entonces, Steve Jobs y Steve Wozniak ya habían trazado el plan. Eran jóvenes, estaban sin un duro y querían fabricar 50 ordenadores Apple I para venderlos a crédito. El problema era que ningún banco iba a responder por ellos. Así que cuando Jobs consiguió que la distribuidora The Byte Shop aceptara la entrega a cuenta, Wayne empezó a hacer cálculos. Si el cliente no pagaba, los acreedores llamarían a su puerta. No a la de Jobs ni a la de Wozniak, que no tenían nada a su nombre. A la suya, que sí tenía bienes a su nombre.

Steve Wozniak y Steve Jobs sí apostaron por la empresa

Ese fue solo uno de los factores. El otro tenía raíces más profundas. Cuatro años antes había montado una empresa de máquinas tragaperras. Se hundió antes de cumplir doce meses. Años después reconocería que aquella experiencia le enseñó que las aventuras empresariales no eran lo suyo.

Aceptó su papel como árbitro entre los dos Steves al tener un carácter más conciliador que ellos, redactó el contrato de fundación y diseñó el primer logo, una ilustración compleja de Newton bajo un manzano. Pero no quiso más implicación.

Wayne había sido contratado en Atari como redactor técnico. Conocía a Jobs de allí y, aunque no dejó la empresa en ningún momento, aceptó sentarse con él y con Wozniak para darle forma a lo que acabaría siendo Apple. En ese primer acuerdo informal, Jobs y Wozniak se repartieron el 90% a partes iguales. El 10% restante era para Wayne, a modo de figura de confianza, alguien que pudiera mediar si surgían discrepancias. No duró ni dos semanas.

Ronald Wayne dibujó el primerísimo primer logo de Apple

Cuando firmó su salida, no pidió compensaciones ni participaciones futuras. Simplemente reclamó 800 dólares y un tiempo después, 1.500 más como pago simbólico. Nunca volvió a formar parte de la empresa. Según se recoge en varias entrevistas, recibió ofertas para reincorporarse más adelante, incluso cuando Apple ya cotizaba en bolsa. Siempre dijo que no. En una conversación con Cult of Mac, explicó que “tomé la decisión basándome en lo que se sabía entonces”.

Lo único que conserva es una copia del contrato que lo cambió todo

Desde que abandonó Apple siempre ha mantenido un estricto perfil bajo. Se trasladó a Nevada, donde vivió primero en Las Vegas y después en una pequeña localidad llamada Pahrump. Allí dedicó su tiempo a coleccionar monedas y sellos. Llegó a montar una tienda, pero tras sufrir varios robos prefirió trasladar el negocio a su casa. Nunca compró productos de Apple. Ni siquiera un iPhone. Su día a día se mantuvo siempre al margen del crecimiento meteórico de la empresa que ayudó a fundar.

Su único gesto de nostalgia está colgado en la pared. Se trata de una copia del documento original de fundación. La versión auténtica la vendió en los años 90 por 500 dólares a un coleccionista. En 2011, ese mismo papel se subastó por 1,3 millones. Aunque esa transacción sí llegó a lamentarla, no expresó nunca amargura por haber salido de Apple. Según explicó en una entrevista con Bloomberg, “había baches en el camino y yo no podía arriesgarme”.

Actualmente, a sus más de 90 años, sigue recibiendo peticiones de autógrafos por su diseño del primer logo. Aquel dibujo no convenció a Jobs, que lo consideró demasiado complejo. En 1977 encargó uno nuevo, que acabó sustituyéndolo para siempre. Wayne tampoco protestó. Él ya se había apartado de todo lo que tenía que ver con Apple. Y si hay algo que ha repetido durante décadas, es que duerme tranquilo desde entonces.

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