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The Guardian en español

Adiós, Theresa May, tu sucesor será aún peor que tú

Theresa May abandona su cargo de primer ministra el miércoles.

Gary Younge

Theresa May lamentó en su último gran discurso el crecimiento de las opciones políticas basadas en la cultura del absolutismo. La autocrítica nunca fue el fuerte de May y sus palabras de despedida, pronunciadas en el thinktank Chatham House, no iban a ser una excepción.

En un poco disimulado ataque contra la derecha que gana terreno en Reino Unido y el extranjero, May criticó “la incapacidad de combinar los principios con el pragmatismo… (que caracteriza a los que creen) que si expresas tu punto de vista lo suficientemente alto y durante el tiempo necesario, terminarás saliéndote con la tuya”. 

Lo dice la líder que se sacó de la manga un acuerdo sin consultarlo antes con el resto de partidos, la que se negó a negociarlo, la que en tres ocasiones lo presentó ante el Parlamento para perder en las tres, y la que, de estar en su mano, lo habría presentado una cuarta vez

Su discurso tuvo lugar la misma noche en la que sus dos posibles sucesores, Boris Johnson y Jeremy Hunt, se presentaron también por última vez ante el Partido Conservador como candidatos a presidirlo. Johnson, ya favorito, subió al escenario agitando un arenque que le había regalado, según dijo, el jefe de redacción de un periódico de alcance nacional.

“(El jefe de redacción) lo recibió de un ahumador de arenques de la Isla de Man”, explicó Johnson, “está muy enfadado porque tras décadas enviando arenques como este, los burócratas de Bruselas han aumentado enormemente los costes insistiendo en que cada arenque vaya acompañado de esto... ¡Una almohada de hielo de plástico!”, mostró.

El arenque, con el que pretendía simbolizar la excesiva regulación impuesta por la Unión Europea, terminó demostrando la proverbial falta de atención que Johnson presta a los detalles. La Isla de Man no está en la Unión Europea. Y si sus palabras fueran verdad, lo que la anécdota estaría ilustrando es cómo viviremos cuando nos hayamos ido y tengamos que ajustarnos a los reglamentos de la Unión Europea sin haber tenido ni voz ni voto en la redacción de nuevas normas. Pero ni siquiera era verdad lo que decía. La nueva norma de envasado de arenques ha sido impuesta por Reino Unido.

Con esa escena preparaba su salida del escenario un inepto líder conservador mientras otro, más teatral pero aún menos creíble, se preparaba para subir.

May lleva viviendo en tiempo prestado desde que perdió la mayoría en los Comunes con las elecciones de 2017. Ese tiempo se termina ahora. El miércoles se sentará por última vez en la mesa del Parlamento para la sesión de preguntas a la primera ministra. Cuando llegue la noche ya habrá dejado el cargo.

Sus deficiencias fueron muchas y sus errores, evidentes. Recordarlo es importante. Regodearse parece macabro.

May no merece compasión. Fue ella la que le dijo a Sylvester Marshall, atrapado en el escándalo Windrush —creado por May—, que necesitaba “demostrar su residencia” en el país cuando la NHS (Seguridad Social británica) le negó el tratamiento contra el cáncer después de llevar 44 años viviendo en Reino Unido.

Antes que como actos de crueldad, las valoraciones que consideran nefasto su mandato (es difícil imaginar que puedan haber otras) deberían interpretarse como karma. La pregunta que se debe hacer es cómo pudo permanecer tanto tiempo en el cargo una persona tan inepta, inadecuada, con tan poco carisma, autoridad o capacidad. 

May era incompetente pero sirvió para algo. Su partido la necesitaba. Cuando fue nombrada líder por primera vez, los conservadores esperaban que emulase el espíritu de Thatcher y consiguiera un buen acuerdo demostrando una firme resolución. Cuando convocó elecciones anticipadas, incluso fue aclamada por haber tenido la valentía de aprovechar la debilidad del Partido Laborista y hacer crecer la mayoría conservadora.

Ahora es difícil siquiera imaginarlo, pero tuvo un apoyo efusivo. Era una gran ayuda para su partido. El director del think tank conservador Policy Exchange, Dean Godson, dijo que May había pasado de defender sin entusiasmo la causa de los que quieren quedarse en la UE a convertirse en la “auténtica servidora de un nuevo pueblo soberano”. “Su tono ha capturado el espíritu de la época.... Su particular respetabilidad provinciana encaja con las necesidades de los que votaron por irse”, escribía Godson sobre May durante la que ahora es vista como una de las peores campañas electorales de la historia.

Convencidos de que un Partido Laborista dirigido por Jeremy Corbyn estaba destinado a fracasar, el sistema mediático fue cómplice de encontrar en May cualidades que no existían. Al parecer, cuanto más cerca estaban del poder, peor podían ver. “A la espera de la encuesta a pie de urna, repito mi pronóstico: los conservadores ganarán por una ventaja de entre 90 y 100 escaños”, tuiteaba Piers Morgan a las 21:53 horas de la noche electoral. “Los Tories podrían estar llegando a los 400 escaños”, escribía también en sus redes sociales el editor político de The Sun, Steve Hawkes, a las 21:57 horas. 

Y unos minutos más tarde, a las diez de la noche, nos enteramos de que lo más probable era que May perdiera directamente su mayoría. Incluso en ese momento siguió siendo útil para guardarle el sitio a los conservadores, alguien que mantenía la silla caliente mientras el partido encontraba otro candidato más aceptable y se aseguraba de que Corbyn no la ocupara. Pero no olvidemos que no se deshicieron de ella. No apareció nadie más aceptable. Fue ella la que renunció.

May era la mejor candidata para el cargo. La alternativa era Andrea Leadsom, que se acababa de enterar de que la crisis climática es real, con un voto que casi siempre fue contra las leyes por la igualdad y los derechos humanos, y defensora de que el Ministerio de Asuntos Exteriores se ocupe de los temas de islamofobia en el Partido Conservador.

May lo ha hecho mejor que su antecesor, David Cameron, pero eso no es mucho decir.

En temas legislativos no hizo gran cosa como primera ministra porque el Brexit se lo tragó todo. Y esto es un problema porque hay mucho por hacer, y mucho para revertir de lo que sí se hizo. Cameron había empeorado mucho las cosas: subiendo las tasas educativas, reduciendo ayudas estatales y obsesionándose con la austeridad durante el período en que los comedores sociales y sus usuarios crecían exponencialmente.

May no pudo salir del lío del Brexit pero fue Cameron quien lo creó convocando un referéndum, perdiéndolo y huyendo de la escena casi inmediatamente.

Es probable que el sucesor de May también sea peor. Johnson es mejor comunicador pero la desfachatez no es una estrategia y la ostentación no es un plan. Como ministro de Asuntos Exteriores, Johnson fue tanto un desastre como un lastre para el Gobierno y en el extranjero nadie lo toma en serio. No tiene un plan viable para conseguir un acuerdo diferente al de May ni para saber qué hacer si no hay acuerdo.

En este momento crítico, su contribución es hacer bromas y juegos de palabras. “Sea cual sea el acuerdo que negociemos, el suministro de glucosa está garantizado”, llegó a decir. “Y leche cuajada y suero de leche para hacer las barras Mars que necesitamos, porque donde hay voluntad hay suero de leche”, agregó en alusión a un juego de palabras en inglés.  

La multitud aplaudió a Johnson. Pero lo más probable es que la última en reírse sea la Unión Europea. El acuerdo con el que volvió May es probablemente lo mejor que puede conseguir un miembro del Partido Conservador. No fue el fracaso de una persona sino el de un partido y de un sistema. Ella era su mejor baza y lo hizo lo mejor que pudo. Ese es el problema. Por eso necesitamos elecciones.

Traducido por Francisco de Zárate

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