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The Guardian en español

Que no os dé pena Theresa May: ha sido la peor primera ministra de la historia reciente

May dimitirá 7 de junio y seguirá en funciones mientras se elige nuevo líder

Owen Jones

Pareciera que, tras su lacrimógena despedida ayer, para muchos ha sido inevitable compadecerse por Theresa May. “¡La pobre tuvo muy mala suerte!”, exclamaron algunos, o “¿Es culpa suya que sus compañeros de partido sean unos trogloditas extremistas?”, y “No es su culpa que lo del Brexit sea un lío imposible de sacar adelante”. Hay que analizar la situación, sin embargo, mirando más allá: May ha hecho la peor gestión de gobierno desde Lord North en el siglo XVIII, cuando se independizaron las colonias norteamericanas.

Es cierto que a May no le han tocado situaciones sencillas. Pero lo que ha hecho ha sido echar gasolina y prenderle fuego a todo. Empezamos por el Brexit. Por el veneno que arrojaron contra migrantes y refugiados en la campaña oficial a favor de la salida del Reino Unido de la UE, una campaña construida por un Ministro del Interior que hizo circular autobuses con rótulos “Iros a vuestros países”, que difundió mentiras perniciosas como que no se puede expatriar a un inmigrante ilegal si tiene gato, o cuya gestión hizo que las personas refugiadas homosexuales se sintieran forzadas a filmarse teniendo relaciones sexuales para evitar la deportación. La única coherencia discernible de la ideología de May ha sido la de machacar a los migrantes.

Cuando se convirtió en primera ministra, ella y su camarilla de asesores —caracterizados por una soberbia y bravuconería que terminó por convertirse en arrogancia— ávidamente se propusieron arrebatar votos al UKIP en las elecciones de 2015 para conseguir una victoria conservadora como no se había visto en tres décadas. “No tener acuerdo es mejor que tener un mal acuerdo”, fue su mantra, colocando las expectativas a una altura inalcanzable y generando la sensación de que un Brexit desastroso podía ser algo respetable o incluso deseado: el descaro de May de citar a Nicholas Winton cuando dijo “compromiso no es una mala palabra” en su discurso de despedida.

Los aliados de May en los medios de comunicación demonizaron a la oposición envenenando la fuente del discurso político: la famosa portada de Daily Mail con el titular “Enemigos del Pueblo” fue escrita por James Slack, que poco después se convirtió en Secretario de Prensa del Gobierno. La gestión de May será recordada por generar un clima de confrontación política en el que términos como “traidor” o “saboteador” se convirtieron en comunes y corrientes. Ella también provocó, a sabiendas, una guerra cultural que amenaza con devorar Reino Unido: recordemos su famoso y demagógico discurso en el que pronunció la frase “Si te crees ciudadano del mundo, no eres ciudadano de ningún sitio”. Designó a Boris Johnson como Ministro de Asuntos Exteriores, generando antagonismo con una Unión Europea con la que debía negociar y reduciendo el papel de Reino Unido al hazmerreír.

Con objetivos puramente partidistas, repitió una y otra vez argumentos sobre la UE que no lograron generar más que confrontación. Su canciller Philip Hammond amenazó con que si Reino Unido no conseguía lo que quería, el Gobierno se adelantaría a la UE en la carrera hacia la desregulación y la bajada de impuestos. Algo que no solo dejaba entrever un compromiso por derogar los derechos y libertades que tanto le costaron conseguir al pueblo británico, sino que supuso de facto una declaración de guerra contra los que se suponía que eran nuestros socios. Sin embargo, a pesar de su demagogia y ridículos clichés vacíos sobre un “Brexit rojo, blanco y azul”, May no tenía ningún plan serio sino unos principios de negociación impracticables. Si no pudo llegar a un acuerdo con su propio partido, mucho menos con 27 gobiernos extranjeros.

Conteniendo las lágrimas, May finalizó su discurso con su “enorme e imperecedera gratitud por haber tenido la oportunidad de servir al país que amo”, pero el único compromiso que tuvo fue para con su partido. Prometió una y otra vez que no convocaría elecciones generales, pero cuando creyó que tenía la posibilidad de vencer a la oposición y convertir Reino Unido en un estado de partido único, incumplió su promesa. Su gobierno, condenado al fracaso, estuvo marcado por el engaño y la deshonestidad. Cuando los conservadores perdieron la mayoría, May se convirtió en una primera ministra zombi: y lamentablemente, como lo sabe cualquiera que sepa del género, los zombis pueden causar mucho daño y son muy difíciles de neutralizar.

Repitiendo exageradamente lo de que “no tener acuerdo es mejor que tener un mal acuerdo”, May condujo al Reino Unido a la previsible humillación de obtener un mal acuerdo. Y entonces no fue sorprendente que los fanáticos de su partido ayudaran a empujar al país hacia el precipicio: ella no paraba de lanzarles carne, y la voracidad de ellos crecía a medida que engordaban.

Pero no ha sido solo el Brexit, a un jefe de Gobierno hay que juzgarlo en función de sus propias promesas. Cuando asumió el poder, May declaró la guerra a “las ardientes injusticias” que —y en esto estuvo acertada— habían dado paso al Brexit. Pero después, durante los siguientes tres años, la pobreza infantil alcanzó niveles récord en las últimas tres décadas, la crisis de la vivienda no hizo más que empeorar y se lanzó un sistema crediticio universal que es un desastre y destruye la vida de la gente. El incendio en la torre Grenfell pasará a la historia como símbolo de un orden social construido por el conservadurismo que prioriza el dinero sobre la vida. El escándalo de la generación Windrush, que llevó a ciudadanos británicos a perder acceso a la sanidad, perder sus hogares e incluso ser deportados de su propio país, es una prueba de hacia dónde apuntaban las balas de las políticas antimigratorias de May. El aumento de las cifras de crímenes violentos es testimonio de las terribles consecuencias de la austeridad que promovió la propia May.

Y aunque Reino Unido se haya quedado más aislado que nunca, no olvidemos la política de Asuntos Exteriores de May: ya sea vendiéndole armas al sangriento régimen de Turquía o respaldando la dictadura en Arabia Saudí, que ha utilizado armas británicas contra Yemen asesinando miles de inocentes y generando el peor desastre humanitario del mundo. Si alguien quiere sentir compasión, que no piense en May, que piense en las víctimas.

Solo le concedo lo siguiente: con un Reino Unido en crisis, será muy fácil para el Partido Conservador culparla a ella de todo y usarla de chivo expiatorio. Pero, parafraseando a George Osborne –uno de los principales arquitectos del caos actual— esto lo han hecho en equipo. Todos han impuesto recortes que han socavado nuestra infraestructura social y alimentado el descontento y la furia. Todos han avivado el resentimiento contra las personas inmigrantes por las “ardientes injusticias” por las que su partido, y los ricos que le financian, eran responsables. Todos ellos han promovido una ideología que pone los mercados por delante de las necesidades y aspiraciones humanas.

La era May ha sido un caos y ahora comienza una aún peor. Hasta que Reino Unido no se libre de las garras del desintegrador Partido Conservador, la causa más cercana de todos nuestros males, el caos sólo continuará y empeorará. Vaya legado nos han dejado.

Traducido por Lucia Balducci

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