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The Guardian en español

Más política y menos tecnocracia: a Europa puede venirle bien un Parlamento fragmentado

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en Bruselas.

Jon Henley

Desde Ámsterdam hasta Atenas, tanto en Suecia como en España, las últimas elecciones nacionales ya dibujaron un panorama político segmentado. Los partidos grandes perdían poder y los pequeños lo ganaban. Un fenómeno, la fragmentación, que desde este domingo también ha alcanzado el Parlamento Europeo.

Uno de los temas más candentes de estas elecciones ha sido el ascenso de los partidos de extrema derecha, empeñados en hacer saltar por los aires décadas de consenso entre el centro-derecha y el centro-izquierda europeos y en quitar competencias a las instituciones europeas para devolver soberanía a los Estados miembros.

Eso es lo que busca el vicepresidente italiano Matteo Salvini, de la ultraderechista Liga, con una posible alianza entre partidos nacionalistas como la Agrupación Nacional de la francesa Marine Le Pen, la Alternativa para Alemania, el Partido de la Libertad de Austria, el Partido Popular Danés y el Partido de los Finlandeses (antes conocido como el de los Verdaderos Finlandeses).

En su órdago contra la Unión, Salvini ha ampliado el grupo clásico de euroescépticos de derecha y le ha sumado miembros de otros dos: los nacionalistas conservadores y las fuerzas radicales de izquierda. Con ellos, los políticos que quieren menos Europa tienen un tercio de los 751 escaños en Bruselas.

Esto ha provocado titulares sobre un terremoto de euroescepticismo que estaría barriendo el Parlamento Europeo, pero lo cierto es que no estamos ante la irrupción de Donald Trump en la Casa Blanca ni ante un Brexit que ha dinamitado la política británica. En Bruselas, las fuerzas pro europeas siguen disfrutando de una mayoría cómoda.

En los últimos años, el Parlamento Europeo ha adquirido importantes poderes adicionales y desempeña un papel crucial en el proceso legislativo de la UE. Es cierto que ahora encontrará más dificultades para sacar sus propuestas adelante, pero esto no es algo que se debe exclusivamente al avance de los populistas.

Desde que en 1979 se celebraron las primeras elecciones europeas, el grupo de centro-derecha y el de centro-izquierda han dirigido el Parlamento, en consonancia con los gobiernos nacionales en la mayoría de los países de la Unión. Sin embargo, el declive constante del centro político en toda Europa ha provocado que menos de un 40% de los electores viva en países gobernados por estos partidos.

En estados miembros importantes como Italia, Grecia, Polonia y Francia, el Gobierno está en manos de formaciones que no pertenecen ni al Partido Popular Europeo (PPE) ni a los Socialistas y Demócratas (S&D). Por eso no es de extrañar que los grupos de centro hayan perdido escaños en Bruselas (87 en total) ni que, por primera vez, se queden sin la mayoría que antes sumaban entre los dos.

Los que han crecido son los demócratas liberales (42 escaños, debido principalmente a La République en Marche de Emmanuel Macron), los verdes (19 escaños), y los nacionalistas (58 escaños, en su mayor parte, gracias a la Liga de Salvini).

El nuevo escenario es el de un Parlamento más fragmentado que nunca. La aparición de nacionalistas, soberanistas y euroescépticos es un reflejo de esa división, con grandes diferencias ideológicas y políticas incluso dentro del campo “menos UE”.

El partido nacionalista Ley y Justicia de Polonia, así como el de extrema derecha Demócratas Suecos, rechazan la alianza de Salvini porque desconfían de la simpatía que el italiano ha demostrado por el presidente de Rusia, Vladimir Putin.

En materia económica, los ultra liberales Alternativa para Alemania y el Partido Popular Danés defienden el libre mercado, mientras que Le Pen se opone a la “globalización descontrolada” y quiere aumentar el gasto público.

Respecto al tema migratorio, Salvini defiende un sistema de cuotas que obligue al reparto de solicitantes de asilo entre todos los estados miembro para aliviar la presión demográfica sobre los países de la “primera línea” del sur, pero las democracias autoritarias del este (y muchas otras) no quieren saber nada del tema.

Las mayorías claras que el Parlamento solía conseguir para aprobar leyes europeas parecen poco probables ahora. Habrá más coaliciones ad hoc entre grupos diferentes y eso, muy probablemente, complicará la toma de decisiones en áreas clave como el presupuesto europeo, los controles fronterizos y las medidas contra el cambio climático.

Para complicar aún más las cosas, el Partido Popular Europeo (PPE) tiene difícil buscar el apoyo de partidos a su derecha. En Bruselas es impensable una alianza entre centro derecha y extrema derecha similar a la que hasta hace poco gobernó Austria. Entre otras cosas, porque dividiría aún más al PPE, cuya unidad ya está en cuestión por la deriva autoritaria del líder húngaro, Viktor Orbán.

No todo el mundo piensa que la fragmentación es necesariamente mala. Según Agata Gostyńska-Jakubowska y Leonard Schuette, del grupo de reflexión 'Centro para la Reforma Europea', “un parlamento europeo dividido puede hacer más problemático y conflictivo la toma de decisiones pero también puede representar una gran ayuda para la democracia europea. Que haya más lucha política en el nivel de la Unión podría aumentar el interés del público en las elecciones al Parlamento, y eso sería saludable para la UE”.

Para el holandés y respetado historiador de la UE Luuk van Middelaar, la “oposición correcta” que ejercen Salvini y Orbán podría reforzar al Parlamento Europeo, teniendo en cuenta que los dos políticos han elegido participar en el debate en vez de limitarse a denunciar desde fuera para disparar su popularidad y los fondos de sus partidos.

Entrevistado por el portal EUobserver, van Middelaar explicó que el Parlamento Europeo se ha caracterizado hasta ahora por el afán de “despolitizar” los debates todo lo posible. En su opinión, reducirlos a meras soluciones técnicas o de procedimiento ha creado en la Unión un problema de credibilidad. Por eso, un debate político más genuino podría terminar fortaleciendo al Parlamento: “Representaría de una manera más creíble a todo el espectro de la opinión pública en la Unión Europea”, afirma. 

Las mayorías serán más complicadas y tendrán que ser analizadas caso a caso, pero la ventaja sigue estando, claramente, en el lado de los pro europeos. Quizá esta conclusión sea menos llamativa que titular con terremotos de populismo haciendo temblar los cimientos de la UE pero, por lo que puede obtenerse de los resultados, este ha sido el resultado de las elecciones.

Traducido por Francisco de Zárate

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