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Por qué Ayuso no es Almeida

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante su comparecencia ante los medios de comunicación

Pablo Gómez Perpinyà

Portavoz de Más Madrid en la Asamblea de la Comunidad de Madrid —

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El pasado viernes, tras un discurso emocionante de Rita Maestre que logró conectar con el sentir de una gran parte de la sociedad, el alcalde de Madrid reconoció y agradeció la responsabilidad de la líder de la oposición a pesar de sus diferencias políticas. Solo 24 horas antes, su homóloga en la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, desconvocaba la reunión a la que se había comprometido con la oposición y se negaba a dar explicaciones sobre su gestión de la crisis del COVID-19. Un mismo partido que gobierna con idénticos socios en el Ayuntamiento y en la Comunidad y cuyos líderes, sin embargo, parecen seguir manuales opuestos; una contradicción aparente, un reparto de roles preestablecido, quizás caracteres opuestos o simplemente estilos comunicativos, algunos dirán incluso que divergencias políticas, pero por encima de todo diferenciados por sus preferencias y decisiones.

La mayor ventaja con la que cuenta normalmente un gobierno frente a su oposición es la capacidad de elegir el escenario en que se da la discusión política. El gobierno elige la mayor parte de los temas que están sometidos a debate, la forma en la que integran o rechazan las demandas de la oposición y, sobre todo, la relación que se establece con el resto de agentes políticos y sociales. De esta forma, mientras que Almeida optó por mantener un mínimo de diálogo, información y rendición de cuentas con la oposición, sin renunciar a sus capacidades como gobierno, Ayuso optó precisamente por lo contrario. Y no fue falta de astucia ni de altura política, que en ocasiones nos hemos limitado a analizar, sino una decisión estratégica de alguien que rápidamente dejó de entender la pandemia como una amenaza en términos políticos y buscó convertirla una oportunidad para, mediante la confrontación con el Gobierno de España, aumentar su influencia pública. Una operación muy cuestionable desde el punto de vista ético pero tremendamente eficaz de cara a sus objetivos.

Las decisiones de los gobiernos también están condicionadas por el pasado. La sombra de Manuela Carmena en el Ayuntamiento, de una forma de hacer política basada en el diálogo, en la cercanía y que llegó a ser enormemente popular, contrasta con la sombra de 25 años de gobiernos consecutivos del PP en la Comunidad de Madrid. Almeida se ve en la necesidad de incorporar a su repertorio formas de hacer política que no le son propias pero que ya están adheridas a piel de la ciudad de Madrid y con las que tiene que convivir; Ayuso, por el contrario, tiene como misión principal defender el fuerte, conservar firme y cohesionada la retaguardia tras la que se refugian las viejas redes del aguirrismo y del aznarismo y, por tanto, encuentra su virtud en el cierre y la confrontación.

Desgraciadamente una escena como la protagonizada por Maestre y Almeida en el Pleno del Ayuntamiento es difícilmente imaginable en la Comunidad en estos momentos. Para empezar porque Ayuso ha intentado bloquear por todos lo medios su comparecencia en la Asamblea porque cree firmemente que una actitud más dialogante sólo le separaría de su objetivo de polarización con Sánchez; y para seguir, porque la reactivación de la agenda política madrileña es un gran inconveniente para una presidenta que es la responsable política y administrativa de la gestión de los hospitales, las residencias, los colegios, las becas y muchas de las prestaciones públicas de las que dependen las vidas miles de familias madrileñas. Ayuso ha aprovechado el cierre de la Asamblea de Madrid y la concentración del foco mediático en su Gobierno para desprenderse de sus responsabilidades y achacar sus errores por elevación al Gobierno de España sin que nadie pudiera rebatirla públicamente. Y lo más grave, ha aprobado recortes sociales por la puerta de atrás como ha sucedido, por ejemplo, con las escuelas infantiles.

El PP está buscando recuperar el espacio de confort del que disfrutó durante la primera década del siglo XXI. Los grupos de interés que representa este partido necesitan un entorno institucional estable y que favorezca grandes operaciones como pudieron ser en su día la construcción de hospitales de gestión privada o las radiales. El PP logró este clima de impunidad sin duda gracias a la complicidad del Gobierno de España, primero con Aznar y luego con Rajoy, pero probablemente no habría sido posible sin un fuerte liderazgo regional como el de Alberto Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre. Una dupla mítica para el centro derecha con la que alcanzaron la máxima expansión de su imperio de la corrupción, que supo repartirse diferentes papeles ideológicos para ensanchar su base electoral.

El aire formalmente democratizante y de cierta lealtad institucional que embriaga a Almeida es demasiado débil como para condicionar a Ayuso y por eso el debate político en la Comunidad tendrá necesariamente el estilo y las formas elegidas por la presidenta. Pero no nos llevemos a engaños porque tanto los nuevos “gallardones” como las nuevas “aguirres” pretenden, igual que sus padres políticos, cargar sobre las espaldas de la gente sencilla y trabajadora la factura de esta crisis.

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