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Una victoria más allá de la izquierda

La votación definitiva de la investidura comienza con el Sí de la socialista malagueña Dolores Narváez

Pablo Gómez Perpinyà

Portavoz de Más Madrid en la Asamblea de Madrid —

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La investidura de Sánchez ha confirmado que la lista de tareas y objetivos del nuevo gobierno progresista es inmensa. Lo es por el momento histórico en el que nos encontramos: inmersos en una crisis ecológica determinada por la escasez de recursos, el calentamiento global y el colapso del modelo productivo y de consumo de las últimas décadas; pero también lo es por la urgencia de afrontar cambios profundos en las instituciones, que ya se están dando en la sociedad. Es preciso poner en marcha políticas integrales y transversales que aúnen el ecologismo, el feminismo y la justicia social; hay que reconstruir el acuerdo territorial, no solo en su vertiente plurinacional, sino también en el equilibrio entre la España urbana y la vaciada y el pacto intergeneracional.

El escaso margen por el que Sánchez ha logrado ser investido presidente impone a la sociedad civil la misión de empujar al Gobierno cuando sea necesario para garantizar el avance en derechos y libertades. Ese empuje popular será el motor trasero de muchos cambios, dándole especial responsabilidad a la cuarta ola feminista que por decisión y méritos propios ha hecho suya la histórica bandera emancipadora de este país. El feminismo popular en las calles puso en la agenda de los políticos sus reivindicaciones y, de abajo a arriba, serán ellas quienes ahora las transformen en políticas públicas y piedra angular de la batalla cultural contra el pasado.

Sin embargo, siendo sinceros, hay que reconocer que en esta investidura el debate sobre el programa de gobierno ha sido eclipsado por la estrategia que han seguido PP, Vox y Cs buscando cuestionar la legitimidad del acuerdo que se sometía a la confianza del Congreso. Se ha hablado mucho de traiciones, divisiones y golpes de Estado y poco o nada de políticas concretas y de ello se pueden extraer al menos dos conclusiones: la primera, que las derechas no tienen una propuesta creativa o al menos positiva para España sobre la que poder discutir, sino que, al contrario, enarbolan un ideario deslavazado de ideas reactivas o negativas; y en segundo lugar, la confirmación de que las derechas mantienen una relación patrimonial con el poder político que les lleva con frecuencia a corromperse cuando están en el gobierno y a presionar, coaccionar y extorsionar cuando no cuentan con los votos suficientes para gobernar. Necesitan el gobierno para sobrevivir y, por ello, se arrogan el país en su conjunto, pretendiendo convertirlo en una gigantesca “empresa pantalla”, como han hecho cada vez que han tenido la ocasión. Así sucedió, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid en 2003, con el tamayazo que permitió a Esperanza Aguirre acceder a la Presidencia del Gobierno regional y que fue una condición de posibilidad para la puesta en marcha de las tramas Gürtel y Púnica. Y algunos lo han vuelto a intentar en 2020 buscando bloquear la investidura de Pedro Sánchez aunque quizás de una forma más airada y evidente que en ocasiones pasadas. Para la historia quedarán las llamadas telefónicas de Inés Arrimadas a dirigentes del PSOE para forzar su cambio de voto o las presiones denunciadas por el diputado de Teruel Existe. Quién sabe si esta falta de discreción ha sido la causa de la frustración de su plan o, por el contrario, la lealtad política, en esta ocasión, ha podido más que los maletines.

Sea como fuera, no podemos ni debemos normalizar este tipo de comportamientos porque sería un legado nefasto para las futuras generaciones. Por ello, se impone al nuevo gobierno, pero también al conjunto de las fuerzas democráticas y de progreso, una tarea que trasciende a todas las anteriores, que es de esas que puede ser calificada como “de época” porque afecta a la salud democrática de nuestro país y de nuestras instituciones. Necesitamos de una vez por todas una derecha homologable a las derechas liberales europeas, una derecha que respete la voluntad popular expresada en las urnas incluso cuando no les favorece y que esté dispuesta a coexistir bajo una misma bandera con sentimientos, identidades y voluntades diversas. La derrota del discurso de la división que han adoptado las tres derechas, debe ser traducida como una victoria que va más allá de la izquierda, una victoria de España y quizás también de un adormecido liberalismo español. La regeneración del campo conservador es una tarea de país, que no solo le corresponde a ellos, sino que implica en primer término al nuevo Gobierno: cuanto más valiente sea, cuanta más certeza ofrezca para el futuro de nuestra sociedad y menos se adormezca en su espacio de confort, más posibilidades tendrá de conectar con el país real, que supera con creces a quienes nos sentimos parte de tradiciones de izquierdas o derechas. Esa tensión entre lo que somos y lo que deseamos ser es fundamental para tomar un rumbo claro e inequívoco hacia un proyecto de país que base su unidad en la pluralidad, la justicia y la libertad. Y sobre esas bases, desde el reconocimiento de lo que hemos conseguido en los últimos 40 años y de los retos que tenemos por delante, hay un espacio amplio, sano y fraterno para la confrontación democrática entre ideas. Si el mayor éxito de Margaret Thatcher fue Tony Blair, el mayor triunfo cultural de este gobierno progresista debe ser una derecha liberal y europea. Porque solo lejos de los tamayazos, las cloacas policiales, los espionajes y el compadreo con el nuevo fascismo, se puede contribuir a la riqueza política del país.

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