La isla de África donde ver hipopótamos de agua salada: una bestia que ha aprendido a nadar más allá de ríos
Hay lugares en África que parecen inventados. Sitios donde la naturaleza sigue reglas propias, donde los animales se adaptan como si nadie los hubiese avisado de que no podían hacerlo. Uno de esos lugares está en Guinea Bissáu, en pleno Atlántico, entre manglares, canales y aldeas que viven al ritmo de la marea. Allí, en el corazón del Parque Nacional de Orango, habitan los únicos hipopótamos de agua salada documentados en el mundo. Una población que ha aprendido a sobrevivir en ecosistemas costeros, desplazándose entre lagunas conectadas con el mar.
Lo que para cualquier guía de fauna sería una anomalía biológica, para el pueblo bijagó —habitante ancestral de este archipiélago— es parte de su cosmovisión. Estos animales no solo representan fuerza y fertilidad: son seres sagrados. Su presencia está ligada a rituales, a la memoria colectiva y a un respeto profundo por la tierra.
Un enclave único dentro de las islas Bijagós
El Parque Nacional de Orango forma parte del conjunto protegido de las islas Bijagós, declaradas Reserva de la Biosfera por la Unesco. Es una región tan aislada que llegar hasta ella forma parte del viaje. Primero hay que alcanzar Bissáu; después, navegar durante horas hacia el sur del archipiélago, donde las corrientes suavizan el agua y los manglares se extienden en todas direcciones.
Orango es, además, una de las islas más vinculadas a la identidad bijagó. Aquí las aldeas funcionan en torno a clanes, las ceremonias mantienen intactas sus raíces animistas y la relación con la fauna no se limita a lo práctico: forma parte del equilibrio espiritual. En ese contexto, entender a los hipopótamos de agua salada no es solo una cuestión de biología, sino también de cultura.
Estos hipopótamos se mueven por lagunas interiores que, en muchos momentos del año, se mezclan con agua marina. Han adaptado su comportamiento a un paisaje híbrido donde conviven palmeras, raíces aéreas y extensiones de arena blanca. Su rutina diaria transcurre entre zonas pantanosas, canales poco profundos y áreas donde el agua salobre se mezcla con la dulce. Son animales libres, discretos y raramente visibles, y esa dificultad forma parte de su encanto.
El desafío del avistamiento de hipopótamos
El avistamiento de hipopótamos en Orango no se parece a ningún safari africano. Aquí no hay embarcaciones que se acerquen al animal ni plataformas desde las que observarlo con comodidad. La única forma de llegar a ellos es a pie, guiado por expertos locales que conocen el terreno y saben leer el paisaje: huellas en el barro, canales recién removidos, restos de vegetación aplastada.
La caminata más emblemática conduce hasta las lagunas de Anor, un espacio de silencio casi absoluto donde el tiempo parece detenido. A diferencia de otras zonas del archipiélago, aquí no se permite el acceso en canoa ni en lancha. Todo depende de la paciencia del viajero y del respeto con que uno se comporte. No hay garantías de verlos: los hipopótamos de agua salada no son animales previsibles y su presencia depende de la hora, del clima y del nivel del agua.
Cuando aparecen, el impacto es inmediato. Sus cabezas asoman entre los manglares, avanzan con calma y vuelven a hundirse sin dejar apenas rastro. Los guías conocen bien la distancia que debe mantenerse para no alterar su comportamiento. La premisa es simple: observar sin interferir. Es la única forma de conservar un entorno que se mantiene virgen precisamente porque la intervención humana ha sido mínima.
El avistamiento de hipopótamos en Orango se ha convertido en una actividad que combina ecoturismo, aprendizaje cultural y conservación. Cada visita apoya indirectamente los proyectos locales que buscan mantener intacto este ecosistema frágil, donde conviven cocodrilos, aves migratorias, peces de manglar y una flora difícil de encontrar fuera de las islas Bijagós.
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