Esta isla de Guinea Bissáu es uno de los últimos matriarcados del mundo

Guinea Bissáu

Adrián Roque

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En África aún existen lugares donde el colonialismo -disfrazado de modernidad- no ha barrido del todo las estructuras sociales tradicionales. Uno de los ejemplos más singulares está en Guinea Bissáu, en pleno océano Atlántico. Dicho país tiene un conjunto de islas separadas del continente por tres horas y media de navegación, sobrevive un sistema social raro en el mundo: un matriarcado.

El lugar tiene nombre propio —las Islas Bijagós— y un carácter que no se parece a nada. No solo es un entorno natural prácticamente virgen, sino también el hogar del pueblo Bijagó, una de las pocas comunidades que han mantenido una organización social donde la figura femenina es el centro.

El territorio es una mezcla de manglares, sabanas, bosques tropicales, lagunas y playas imposibles, declaradas Reserva de la Biosfera por la UNESCO. De las 88 islas que forman el archipiélago Bijagós, solo 18 están habitadas. Allí viven unas 33.000 personas que conservan un modo de vida animista, ligado a la tierra, a los ancianos y a sus divinidades protectoras. Ese equilibrio explica por qué este rincón del país es uno de los ejemplos vivos del matriarcado africano, un sistema que sorprende por su vigencia y por la naturalidad con la que se ejerce.

Islas Bijagós: vida en torno al matriarcado africano

En la isla de Orango Grande, una de las más conocidas del archipiélago Bijagós, el matriarcado no es una consigna teórica: organiza la vida cotidiana. Las mujeres administran la economía familiar, gestionan los cultivos, deciden sobre las cosechas y participan en rituales que marcan el paso de la infancia a la adultez. También son ellas quienes sostienen la vida espiritual de la comunidad, un elemento fundamental en un territorio donde el animismo sigue siendo la base de todo.

La aldea de Eticoga es un ejemplo claro. Muchas niñas se llaman Mariana en honor a una antropóloga que decidió vivir en la isla y acabar implicada en proyectos comunitarios esenciales: levantar una pequeña enfermería, ayudar en partos complicados, impulsar clases de idiomas y oficios, mejorar el acceso al agua con pozos o apoyar iniciativas de educación infantil. La comunidad, desde entonces, adoptó su nombre para agradecer una presencia que se integró en su día a día.

Para entender la dimensión del pueblo Bijagó, conviene recordar que sus estructuras sociales se organizan en clanes. Cada uno mantiene sus propios rituales, formas de iniciación y responsabilidades dentro del conjunto. El matriarcado no implica ausencia de hombres ni falta de participación: es un modo distinto de repartir autoridad, donde las mujeres tienen un peso determinante en la toma de decisiones y en los vínculos entre familias.

Un lugar de naturaleza y espiritualidad

El atractivo del archipiélago Bijagós no se limita a su singularidad social. La naturaleza funciona en paralelo como otra columna vertebral del territorio. Las islas están pobladas por hipopótamos marinos —considerados animales sagrados—, tortugas, manatíes, aves migratorias y una vegetación que cambia de un islote a otro.

Orango Grande es conocida por sus playas interminables y blancas, sus aguas tranquilas y la sensación de aislamiento absoluto que experimenta quien desembarca allí. Las construcciones tradicionales —cabañas circulares de adobe y techos de paja— conviven con estructuras pensadas para un turismo de bajo impacto, integrado en la arena y construido con materiales locales. Todo se elabora a mano: lámparas, tapices, vasijas, esculturas y tejidos con símbolos protectores.

El aislamiento forma parte de la experiencia. Para llegar desde España hay que volar a Lisboa y, desde allí, coger un vuelo directo a Bissáu. Después toca recorrer unos 30 kilómetros hasta el puerto de Quinhamel y embarcar hacia las islas. El trayecto no es rápido, pero es una frontera natural que ha permitido que el matriarcado africano de los Bijagós permanezca sin erosionarse por completo.

La vida espiritual, basada en divinidades propias, sigue siendo central. Cada isla tiene lugares considerados sagrados y vinculados a la protección de la comunidad. Muchas decisiones importantes pasan por la consulta de ancianos y ancianas responsables de custodiar el conocimiento ritual.

El legado cultural de sus mujeres

Quien conoce este territorio suele subrayar la misma idea: en las Islas Bijagós, la figura femenina no se reivindica; se asume. Las mujeres dirigen, administran, aconsejan y sostienen la continuidad del pueblo Bijagó desde hace generaciones. La planificación familiar, el cuidado comunitario y la transmisión de conocimientos forman parte de su papel central.

Esa forma de entender la vida explica por qué el matriarcado africano de este archipiélago se mantiene vivo, pese a la presión del mundo exterior. Las mujeres marcan el ritmo de la comunidad sin entrar en confrontación, desde una autoridad que no necesita imponerse para ser reconocida.

No es un sistema perfecto; es, sobre todo, un sistema propio. Uno que ha sobrevivido porque el entorno —aislado, rico en recursos y profundamente espiritual— lo ha protegido sin buscarlo.

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