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Curso acelerado de escepticismo

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Jose A. Pérez Ledo

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La epidemia mediática del coronavirus ha devuelto a la actualidad el ecosistema de bulos en que vivimos inmersos. Noticias falsas, vídeos manipulados o descontextualizados, fotomontajes, deepfakes… Si los grupos de WhatsApp ya son de por sí insufribles, la presencia de uno o varios conspiranoicos pueden convertirlos en una auténtica pesadilla.

Nadie está a salvo de ser víctima de un bulo, creyéndolo y propagándolo. Sin embargo, hay una serie de herramientas propias del pensamiento escéptico que todo ciudadano puede y debe implementar.

Del mismo modo que existe un principio de autoridad por el cual el difunto Stephen Hawking estaba más legitimado para hablar de agujeros negros que el mejor arquitecto del mundo (salvo, quizá, Calatrava), deberíamos también concebir el fenómeno opuesto. El principio de ignorancia. Un Pritzker no habilita para pontificar sobre la velocidad de propagación de un virus ARN monocatenario. Tampoco un Goya, un Premio Planeta o una FP de Grado Medio por mucha salida laboral que tenga.

Que la información revelada en un WhatsApp no aparezca en absolutamente ningún periódico, televisión o radio del planeta Tierra también debería ser motivo de desconfianza. Especialmente si dicha información resulta escandalosa, como seis mil chinos cayéndose al suelo al mismo tiempo en un paso de cebra o un tipo con una sudadera de la NASA diciendo que la Tierra tiene forma de DINA-3 con una esquina doblada. Parece improbable que los directores de medios tan ideológicamente dispares como New York Times, Gara o ABC se pongan de acuerdo para ocultar la terrible conspiración que tu cuñado ha descubierto gracias al grupo que tiene con los del fulbito.

Conviene saber también que, si en un vídeo suena Mike Oldfield de fondo, cualquiera que sea el contenido, es falso. Siempre. Pocos dudan del talento de Oldfield, pero, por alguna razón, se ha acabado convirtiendo en el Mozart de los pirados. Ni siquiera Enya pudo arrebatarle el trono a pesar de que Natura puso sus CDs durante 20 años seguidos en todas sus tiendas.

Tampoco resultan muy fiables los vídeos locutados por Loquendo. Si bien la síntesis de voz es una tecnología con un enorme potencial, el hecho de que el autor del mensaje no pueda comprarse un micrófono o no quiera hacerlo, da una pista de su escaso compromiso con la conspiración que pretende difundir. Si descubres que Christine Lagarde es un lagarto o que el SIDA lo inventó la CIA para acabar con los negros, debes saber que en Amazon hay micrófonos con conexión USB por menos de 20 euros. Haz el esfuerzo.

Por último, conviene analizar la ortografía de los virales recibidos por WhatsApp, ya que, en la mayoría de los casos, revela importantes pistas sobre la autoría intelectual del mensaje. Que es escasa. “Ola, amijos, la OMS nos hengaña” demuestra que, incluso aunque lo haga, probablemente sea mejor estar en el bando de la OMS.

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