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Diabólico Twitter

España es uno de los países del mundo en los que más se controla lo que se tuitea

Elisa Beni

“Facebook podía ser el mayor medio de comunicación del mundo pero no tenía las pesadas responsabilidades del New York Times”

Marta Peirano. El enemigo conoce el sistema

Tengo un amigo que se precia de vivir en un beatus ille particular, apartado del mundanal ruido de la tecnología y las redes sociales. Es un hombre inteligente y culto pero una especie de amish del que reconozco que en ocasiones hacemos burla, que no mofa ni befa, ante sus narices por lo anacrónica que nos resulta su fijación. Mas puede que lleve razón y le va a hacer su coña particular leer esto que hoy relato.

Parto de lo particular para llegar a la categoría. No me interesa tanto lo que me afecta cuanto lo que me trasciende. Apareció hace un tiempo una captura de pantalla de un supuesto tuit mío que es falso y que yo jamás escribí. Es más, un tuit que yo jamás podría haber escrito, tal es su dislate. Hace un par de días varias cuentas volvieron a reutilizarlo y a usarlo hasta conseguir un ataque perfectamente viral en el que se intenta poner en solfa no sólo mi profesionalidad sino mi imagen personal y mi propia deontología. Lo que pretende el ataque es cuestionar que yo sea adecuada para ser contratada por las televisiones para hacer mi trabajo. Ridiculizar mi defensa de los derechos humanos. Un burdo trabajo de boicot. Por eso digo que no es esto lo que me preocupa, a fin de cuentas yo tengo la fortuna de trabajar en medios regidos por personas con cabeza y con sentido crítico que saben perfectamente lo que opino, es más, que diferencia perfectamente mi crítica a la criminalización de los menores no acompañados de otros sesgos. Así que no, no me preocupa que la ultraderecha intente manipular esa opinión crítica con su campaña de criminalización. No, aquí la cuestión es otra y puede afectarnos a todos y tener su relevancia legal.

La cuestión fundamental es que se ha falsificado la captura de un tuit que pasa por mío pero que yo jamás escribí. No está en mi TL, es obvio, puesto que nunca existió pero ante esto argumentan las hordas -orquestadas por la ultraderecha, eso es obvio- que lo habré borrado. Así que ahí tenemos el panorama. La probatio diabolica. Algo que jamás has escrito y que no aparece pero que si no aparece no es porque no haya sido escrito, dicen, sino porque lo has borrado. No lo he borrado porque jamás lo escribí. No importa. El texto va y “zigzaguea”, en definición del Supremo, por las redes por más que lo desmientas. No puedes probar que no lo hiciste y si no lo hiciste, pudiste hacerlo. Ese es ya el colmo del retorcimiento. Manipulo tu pensamiento, lo falsifico, y si lo niegas aún puedo afirmar que podrías haber escrito lo que yo digo que escribiste porque se adecua a la manipulación de tu pensamiento que yo hago.

Probatio diabolica. Esto puede sucedernos a cualquiera. A cualquier periodista, personaje público o político o a cualquier particular. ¿Cómo demuestras que no hiciste algo que no hiciste? Las capturas de los tuits pueden estar manipuladas. Con mucho tino lo explicaba en las redes el periodista Matthew Bennett. Se puede conseguir a través de la función inspect del navegador. Así, como ejemplo, Bennett ha capturado varios tuits con todos los ingredientes para ser míos -mi foto de perfil, mi adveración de cuenta, etc- en los que afirma fingir que soy yo. Si aparece el pantallazo pero no la URL todo es posible, incluso “cambiar las respuestas haciendo que @elisabeni insulte a algún usuario cuando no lo hizo en realidad, y también cambiar la fecha y la hora del tuit en cuestión. Todos los elementos visibles se pueden manipular. Si sólo aparece el pantallazo la liamos”, explica en su cuenta.

Todo esto nos abre un campo lleno de minas a los usuarios pero también a los tribunales de Justicia. Es cierto que el Tribunal Supremo determinó que en las conversaciones de mensajería instantánea no puede presumirse la veracidad: “la comunicación bidireccional mediante cualquiera de los múltiples sistemas de mensajería instantánea debe ser abordado con todas las cautelas. La posibilidad de una manipulación de los archivos digitales (...) forma parte de la realidad de las cosas”, en sentencia 300/2015 ponencia de Marchena reconfirmada por otra de 2017 con ponencia de Sánchez Melgar. Obsérvese que se habla de los chats de mensajería pero no de Twitter. En las condenas por tuits, como los de Strawberry, en ningún momento se cuestiona que tales tuits puedan haber sido manipulados. ¿Cómo hacerlo si muchos acabamos de descubrir con qué soltura se pueden crear falsos tuits y aportarlos como pantallazos? ¿No estábamos guardando los pantallazos de los insultos, las calumnias y las injurias que cada día se profieren en Twitter para aportarlos a los procedimientos? ¿Cómo vamos ahora a probar que son ciertos y que existían en los TL? Dicen los expertos que es preciso capturar la URL además del tuit para poder establecer a posteriori la existencia del citado texto. Eso o una pericial o un certificado de Twitter sobre si tal tuit existió y fue borrado o no existió nunca.

Y aquí llegamos a la madre del cordero: ¿qué hará y cómo reaccionará Twitter a estas cuestiones? ¿Realizarán las certificaciones o alegará que sus servidores están fuera de España y deben ser otros jueces los que autoricen la certificación? De momento, no se ha dignado hacer nada respecto a un falso tuit que me atribuyen y que se sigue retuiteando impunemente sin que los reportes que he realizado hayan servido para nada. Esta es la madre de todas las cuestiones: Twitter es un territorio sin ley. Más aún, Twitter es un territorio que promulga su ley. Y no es el único.

Hace tiempo que otro buen amigo, que tampoco está en las redes pero que es un experto en tecnológicas me inquiría: ¿Cómo es posible que nadie se dé cuenta de que hay cinco o seis empresas tecnológicas que han convertido su sistema de negocio en ley y a la que nadie es capaz de pedir ni responsabilidades ni transparencia sobre su forma de actuar? ¿Qué otras empresas en el mundo pueden permitirse eso? ¿Qué medios de comunicación?

Esta es la realidad. Una empresa, ninguna otra cosa es Twitter, nos ha convertido en sus fuentes de negocio y a la vez en sus rehenes. Me dirán que la solución es la que propugna mi primer amigo, o sea, irnos y permanecer al margen. Eso no sirve para el resto. Yo puedo permanecer al margen de las compañías de telefonía o incluso de los productos financieros y no por eso el Estado va a renunciar a su capacidad legislativa ni a su capacidad inspectora ni coercitiva. En el caso de las compañías que mantienen redes sociales, sí. Y esas redes son usadas por los que ostentan el poder político y por los representantes del pueblo en el legislativo y a todos nos imponen su peculiar y oscuros sistema de “autocontrol” y su falta de colaboración con los sistemas judiciales.

Somos indispensables para su producto -nos venden y venden nuestros datos- y a la vez estamos sometidos a su tiranía que supera al individuo para convertirse en una burla de las normas a las que el resto de empresas deben someterse. Este es el estado de la cuestión. Saben que existen falseamientos, suplantaciones de personalidad, y no hacen nada con los reportes y saben que, según los expertos, hay mafias reportando cuentas que no han hecho nada y a las que se les cierra sin apelación ni miramientos.

Insisto en que cualquiera podemos vernos en una historia así. A mí me importa poco porque quienes me llaman para darme trabajo saben perfectamente discernir en esta selva y conocen de primera mano mi pensamiento, que nunca he ocultado, pero hemos visto a otros perder trabajos y arruinar su vida por una campaña viral. ¿Qué pasa si es falsa? ¿Cómo demostrarán que nunca pusieron ese tuit que se les atribuye? ¿Querrá Twitter certificarlo?

Quizá debiéramos empezar a exigir. Son una empresa. Ganan dinero con nosotros. Quizá debiéramos hacerles una huelga para que empiecen a ser un terreno que forma parte de un Estado de Derecho y no una ciudad sin ley.

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