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La ofensiva machista se intensifica

Campaña ultra contra el feminismo

Rosa María Artal

A la niña, de 8 años, le escuece cuando tiene que “hacer pipí”. Y no es por una infección de orina. En el centro de salud cuenta que papa le mete los dedos en la vagina cuando la baña con jabón.  Ocurrió en julio, tras pasar 15 días de vacaciones con su padre. Aquí, el testimonio horrorizado de la madre en Radio Zaragoza. La niña no quiere volver a estar con él.  Pero los tribunales de justicia mantienen el régimen de visitas. Varios informes confirman las agresiones del padre, condenado por malos tratos a la madre. El tema ha pasado prácticamente desapercibido. Debe parecer normal, quizás por habitual, que un hombre abuse sexualmente de su hija pequeña, tras haber maltratado a su madre, según condena judicial.

Casi mil mujeres han sido asesinadas por la violencia machista desde que hay estadísticas ( 2003 ). Por ser mujeres. Por ser consideradas por  los hombres que les quitaron la vida “sus mujeres”. Y 27 menores, en algunos casos hijos de ellos, para castigar así a “sus mujeres”.  Han muerto a palos, a cuchilladas, a hachazos, degolladas, arrojadas por la ventana. Es el final de una cadena que se inicia con controles e imposiciones, y sigue con todo tipo de agresiones y abusos, con violaciones, de uno en uno y en grupo. Pero al machismo feroz no le inquieta, niega los hechos, les da vuelta, altera estadistas.  Le sobra la verdad.

No se puede razonar con quien no quiere ver. Sus fieras mentes están ocupadas por el rencor de haber sido cuestionado su papel supremacista. Incluyamos aquí a mujeres que dan la razón a este machismo. Es el caso, sin ir más lejos, de Isabel Díaz-Ayuso, la candidata por el PP a la Comunidad de Madrid. Y otras varias de su partido y del resto de la triple derecha. Todos, ellos y ellas, utilizan un léxico fuerte, como grito de sinrazón: dictadura, feminismo radical. Desde su radical machismo que quieren imponer a la fuerza. Sí funciona mejor romper la equidistancia  que la misoginia actual utiliza cuando sitúa al mismo nivel, como extremos, feminismo y machismo. Es el mismo sistema que emplean para lavar el fascismo que muchos de ellos practican, equiparándolo a ideologías progresistas. Hacen falta apenas dos dedos de frente para verlo, pero algunos no los tienen o no los usan.

El machismo se agiganta como reacción a los millones de mujeres que en todo el mundo se han cansado de aguantar. Desde la América mínima de Trump a los países árabes que sojuzgan a las mujeres al límite, pasando por la España que no erradicó el franquismo. La ultraderecha en expansión tiene mucho que ver con eso. Con el roto económico que hace al capitalismo en sí –recuerden a Arrimadas rechazando la huelga feminista del 8M de 2018 a la que se apuntaría una vez conocido su éxito-. Y con los propios sentimientos atávicos de superioridad de los machos que no han dado el paso de ser hombres integrales.

Créanme que para mí es agotador el continuo resurgimiento de estos mastuerzos. Duele desde el fondo de la infancia de esa España franquista que de tal forma se ensañó con las mujeres, al día de hoy que otra vez pretende campar por sus fueros. A estas alturas ya se sabe que nunca se puede bajar la guardia.  Desde la racionalidad no es fácil entender que se cuestione lo evidente.  Que los hombres no son superiores, ni lo son las mujeres. Nadie debe dominar a nadie.  Nadie realmente valioso se impone a otro.

Solo desde la estupidez suprema, trufada de sucias intenciones, se pueden lanzar los consejos que Pablo Casado, PP en vena, dedica a las mujeres.  La causa se encuentra, sin duda, en ese sector de la sociedad española tan dramáticamente maleducado, aunque escriba best-sellers. Embrutecido de franquismo y, por tanto, de autoritarismo y sumisión. Complementándose, o en fatídico sadomasoquismo.  

“Machismo con faldas” se ha atrevido a proferir el Pontífice de la Iglesia Católica que pasaba por progresista, mientras los Obispos españoles, en permanente ostentación de su ideología retrógrada, anuncian que no investigarán los casos de abusos sexuales, al menos por propia iniciativa. Todo machismo tiene un trágico componente de desviación sexual acomplejada, voluntaria, consciente y responsable.

El machismo ha sido un factor fundamental del voto a la ultraderecha en Andalucía. Vox convoca  una manifestación dos días después del 8M –en alguna parte del territorio que no seré yo quien lo publicite- contra el “feminismo maquinador y supremacista”. Y sigue insistiendo en acciones parlamentarias de lucha contra las políticas de igualdad.

Inflados de fervor machista -y de los ingresos y exenciones fiscales facilitadas por el gobierno de Rajoy que el PSOE anuló este pasado febrero-, una agrupación ultraderechista y ultracatólica saca a las calles un autobús contra las que llama Feminazis apoyado con la imagen de Hitler. En Alemania hubieran dormido en los calabozos. Apela, por escrito, a sus políticos de referencia: Casado, Rivera, Abascal.  Para que se deroguen las leyes de violencia de género. En ello están para “reformarlas” al gusto.

El machismo se combate con educación y apertura de miras. El fascismo se quita leyendo y enterándose de lo que se lee.  Las medidas de gobierno progresistas ayudan a construir y visibilizar  igualdad.  –y este viernes hemos visto algunas, sacadas adelante por PSOE y Unidos Podemos. como pueden ver en los enlaces-. 

Apenas en una semana #8M, huelga feminista. Reivindicación de la igualdad, de los derechos. De la sensatez, del coraje. El machismo aún no sabe qué es tener a las mujeres del siglo XXI enfrente. Las urnas esperan para aventarlo de la vida pública. En caso contrario, lo siguiente sería un remedo de El cuento de la criada.

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