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El voto herido prefiere al leñador que mata lobos que cambiar el final de Caperucita

Una mano coloca una papeleta en una urna en una imagen de archivo.

Violeta Assiego

Las perfectas esposas votarán lo que les indiquen sus maridos, o al menos eso les harán creer a ellos. Es probable que no todas, pero una buena parte de estas, en un acto de discreta independencia, aprovechen que su voto es secreto para centrar la papeleta en la urna y de paso en este inquietante panorama político. Porque para ellas, una cosa es ir a jugar juntos al golf todos los domingos y otra, muy distinta, apuntarse al club de tiro en familia. Son perfectas, pero no tontas.

Por su parte, los perfectos maridos (que no tienen necesariamente esposas perfectas) elegirán a quien votar como han hecho siempre y se fijarán en lo que hacen ellas para reforzar o para chinchar. Si ella vota a Abascal allá que irá él sin dudar y para “exculparse”, cuando alguien le pregunte, dirá que se lo ha dicho su mujer; si ella opta por Casado es probable que le surjan dudas y que si se decanta al final por el PP cuente a los cuatro vientos que lo ha hecho por su experiencia de gobierno; y si, finalmente, su señora apuesta por Rivera, hará como hace con el afterwork, lo que le pida el cuerpo en cada momento. Pero ¿si ella vota PSOE o Podemos y lo confiesa? Él saldrá reforzado para mostrar su aversión hacia ese feminismo que tachará como responsable de todos los males y problemas pasados, presentes y futuros que tengan en su relación. En todo caso, él se encargará de salir del conflicto de intereses victorioso e impoluto.

Más allá de estos escenarios conyugales conservadores en los que raramente sus miembros votarán nada que se aleje mucho de la derecha y más allá (algo que si lo pensamos siempre ha sido así) hay muchos otros escenarios donde proliferan otros votantes que no sé si realmente son indecisos o claramente lo que quieren es ocultar lo que van a votar. Me refiero a esos votantes heridos, esos que nadie sabe, a ciencia cierta, si el próximo domingo van a usar su papeleta como arma arrojadiza de venganza o sencillamente se van a abstener esta vez a la espera de ver qué pasa para las siguientes elecciones.

Es ese, el voto del daño, el de quien quiere infligir el mismo dolor que siente que le han causado a él (sea real o figurado), el que más me preocupa. Puede ser conservador o no, puede ser de alguien nacido en España o no, puede ser de un hombre o de una mujer, puede ser de clase alta u obrera. Es ese, el voto herido, el más inquietante, porque en función de “su dolor” puede ser consecuencia del fracaso de un sistema de apoyo social que no lo ha sabido aliviar o equilibrar o de una victimización mal enfocada que busca venganza más que sanar la herida. En todo caso, el dolor que alimenta ese voto herido no es responsabilidad ni de la inmigración ni de Cataluña ni de las mujeres feministas ni siquiera de los progres ni los medios de comunicación. Es más no hay dolor propio que justifique hacer daño a los otros, puede contextualizarlo, pero nunca justificarlo. Y el voto herido claro que nos daña, en parte es lo que buscan quienes lo alientan.

En todo caso, está claro que ese voto herido no se cree los cuentos de los defensores de “de lo políticamente correcto y de los derechos” y que prefiere apoyar al leñador que mata al lobo para salvar a la niña desobediente porque el cuento siempre se ha contado así. Al voto herido le molesta que le cambien las historias y que progres y feministas digamos que podemos escribirla nosotras mismas, que incluso podemos cambiar el final de Caperucita. Llevamos meses gritando que no queremos vivir con miedo y así vamos a seguir haciéndolo a pesar de que sabemos que, se depositen o no en las urnas este 28 de abril, todavía son muchos los votos heridos que se siguen guardando en los bolsillos. El 29 nos tocará, como sociedad, ver cómo hacemos para que no se abran más heridas y curar aquellas que una vez se abrieron y que no tienen que ver con la ideología franquista, sino con una sociedad que se resiste a cambiar.

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