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Una lesbiana de libro

Segunda marcha por la la igualdad en Lima / Amnistía Internacional Perú

Gabriela Wiener

¿Dónde están las lesbianas? Todas sabemos que hasta hace no mucho era difícil encontrar una lesbiana en una historia, pero mucho más difícil era encontrar una buena historia con una lesbiana. Podía pasarme horas buscando algo que ver y pocas veces valía la pena. Pero están cambiando las cosas. Desde San Junípero ya nada ha vuelto a ser igual, y tener buenos personajes lésbicos empieza a ser requisito de cualquier serie que se precie de ser mínimamente realista. Pero nos faltaba el libro. Permafrost (Penguim Random House), de la poeta Eva Baltasar, podría serlo, aunque la novela, Premio Llibreter 2018, sea mucho más que una gran novela sobre una gran lesbiana.

Es imposible no conectar con la manera en que esa flipada de mucho cuidado que es la lesbiana protagonista, dice las cosas. No puedes seguir la historia sin pensar para tus adentros que después de leerla no vas a poder ser nunca más tibia, ni medias tintas, ni equidistante en nada. Porque lo que ella hace es la violación de una ley natural. De varias. Y de un destino trazado. El de su hermana, por ejemplo, que admite que si muriera jamás le dejaría a sus hijas a una lesbiana como ella: “la familia como eso que disipa la intensidad y te aleja del núcleo de las cosas, la familia como un magnífico disolvente”, escribe. Con un humor oscuro, la punki de Permafrost se presenta como una existencialista, una extranjera del mundo: lo que le emociona a muchos a ella no le emociona, quizá sí jugar con sus amantes a que sus vaginas son porcelana en la que colocar frutas para ser devoradas. Ella no quiere ser feliz, ni heterosexual, ni esposa, ni madre, ni llorar a sus muertos, ni amar a su familia, mucho menos amar a los gatos.

La suya es una subjetividad poética que mira el mundo y descubre que todo eso que nos contiene puede mirarse por primera vez, que todo eso puede decirse por primera vez. Esta novela es sobre eso que persigue el lenguaje sin alcanzarlo: “¿Cómo es estar con una mujer?”, le pregunta la hermana gilipollas a la protagonista y ella ensaya toda clase de respuestas. Esta es mi preferida: “¿Recuerdas aquella película de cuando éramos pequeñas? –empiezo–. Se titulaba La gran evasión. La vimos con papá al menos siete u ocho veces. Iba de unos aviadores americanos reclusos en un campo de prisioneros de la Alemania nazi. Conseguían excavar un túnel larguísimo que atravesaba todo el recinto del campo. Pero la noche de la evasión, cuando salían del túnel, se percataban de que les quedaban seis metros para llegar al bosque. ¡Habían errado en los cálculos seis metros! Luego no tenían más remedio que jugarse la vida recorriendo esa distancia expuestos a la mirada de los guardias. ¿Te acuerdas? ”No“, suelta con indiferencia. ”No importa, lo que quería decir es que estar con una mujer es como sacar la cabeza al exterior y descubrir que de verdad has excavado esos seis metros que quedaban“.

No solo en la historia, en la literatura y en todo el mundo heteronormado que conocemos como mundo, sino incluso dentro del propio colectivo gay, las lesbianas no han tenido los relatos ni la visibilidad que se merecen. Ni siquiera dentro del feminismo que ayudaron a construir desde sus orígenes. Hoy, que se quiere resucitar antiguas grescas y alimentar nuevos fantasmas entre el feminismo y el movimiento LGTBQI+, las lesbianas están más activas que nunca y podrían cumplir un papel mediador y también aglutinador de fuerzas milenarias. Precisamente ¿Dónde están las lesbianas?, se titula el manifiesto que el viernes pasado convocó a un grupo amplio de lesbianas en el centro de Madrid y que ha motivado que este 25N se unan para marchar organizadas dentro del Bloque Bollero. Así se saca la cabeza al exterior después de haber excavado los metros que faltaban, así se descongela el permafrost.

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