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El mercado persa de Díaz Ayuso

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en una imagen de archivo.

Antonio Maestre

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Los misterios de París es un folletín decimonónico de Eugene Sue que Friedrich Engels y Karl Marx criticaron en su obra La Sagrada Familia. En él, una marquesa aspirante a ser esposa del Príncipe de Gerolstein se indigna cuando su amado expresa que la caridad con la que se ocupa no es más que un acto frívolo de entretenimiento. Una crítica que los autores del Manifiesto Comunista elaboran con mayor precisión, porque saben que los pobres son necesarios para que sus privilegios sigan presentes. Servir y entretener aceptando dádivas.

Decían Engels y Marx que la miseria humana en la obra de Sue tenía su razón de ser, su absoluta condición de depravación le empujaba a aceptar la limosna y eso la convertía en útil. Era entonces cuando servía a la aristocracia, que gracias al acto caritativo dotaba de significado y razón de ser a los pobres. Servían como diversión servida en actos de suscripción pública, banquetes de beneficiencia, conciertos y bailes. La pobreza se convertía en necesaria porque hacía que los ricos pudieran entretenerse con sus actividades caritativas. Para entender el mercado persa de la aspirante a marquesa de Madrid hay que comprender que no existe mal que no pueda ser útil para los ricos. Aunque sea a través de marketing caritativo servido para paliar un sistema sanitario parasitado por ellos mismos. Mueren muchos, sufren muchos, pero una donación ínfima de sus ingentes riquezas publicitada y agradecida por la máxima dirigente de la Comunidad de Madrid es una campaña publicitaria que vale mucho más que unas mascarillas o un poco de ropa de cama.

Isabel Díaz Ayuso, asesorada por su etílico condenado, sabe que en esta crisis se está jugando la posibilidad de que se esfume para siempre el lucrativo negocio de la sanidad pública. Después de que pase será muy difícil para los Lasquettys y Burgueños del PP de Madrid trocear y vender la sanidad pública. Lo van a intentar, pero maquillándolo, ocultándolo a la opinión pública, que se ha dado cuenta de que lo más valioso que tenemos es una sanidad de calidad, universal y gratuita. Por eso lo tendrán más difícil. La estrategia de precarización de los servicios asistenciales para obligar a la ciudadanía a contratar un seguro privado por las ingentes listas de espera surgida tras el fracaso de las privatizaciones masivas que sacó a las calles a la marea blanca se antoja imposible tras el fin de la crisis. Pero persistirán, por eso Ayuso ha convertido su gestión en la crisis en un bazar de nombres para avalar la colaboración público-privada. Porque cada ronda de aplausos a las ocho de la tarde es un golpe mortal a la privatización sanitaria.

Esa es la razón primordial que ha convertido el perfil de Twitter de Isabel Díaz Ayuso en un bazar de agradecimientos a todos aquellos para los que trabaja. Uno de los agradecimientos ha sido para Marta Álvarez, hija y heredera del emporio El Corte Inglés, junto a su hermana y su primo Dimas Gimeno. La muerte de Isidoro Álvarez en 2014 provocó que la herencia para Marta Álvarez y su hermana estuviera bonificada en un 99% al ser familiares directos. Una herencia estimada en 10.000 millones de euros y que para su primo y familiares ha supuesto una deuda con la hacienda pública de más de 100 millones de euros. Marta Álvarez se ha ahorrado todo ese dinero, y mucho más, porque heredaron más, gracias a la política fiscal para ricos del PP de Isabel Díaz Ayuso. Ahora, la sierva plebeya que tuitea desde un aparthotel, le agradece públicamente que haya donado ropa de cama para los hospitales y encima lave así su imagen pública. ¿Se entiende el cambalache?

Hay algo que se esconde detrás de este servilismo arrastrado de Díaz Ayuso con los ricos benefactores, aparte de la propia consciencia de que solo puede mantenerse en el poder sirviendo a los poderosos. Es la necesidad de la presidenta de ser aceptada por ellos. No es baladí que se sepa que Rocío Monasterio la trata como al servicio, porque así se comporta con los de su clase, y los ricos y aristócratas huelen a la legua a quienes quieren aparentar ser como ellos, pero solo se arrastran para parecerlo.

Miguel de Unamuno llamaba “liberales manchesterianos” a los que entendían la justicia social como un ejercicio de beneficiencia de los pudientes. Si Marx y Engels parecen muy radicales, siempre se puede tomar nota de José Luis López Aranguren, que decía que apelando a la caridad y a la buena voluntad una sociedad no podía ir muy lejos. El filósofo creía necesario un “enérgico y eficaz intervencionismo del Estado, una moral social en el sentido de que el sujeto de esa reforma moral estructural tiene que ser la sociedad, a través de los poderes que libremente se dé a sí misma”.

El altruismo es anónimo. No se ayuda para ser loado, no se dona para leerse en columnas de honra y boato. Una donación no es donación si se hace pública, es solo marketing. Una campaña de publicidad que ayuda a quien sirve bonificando el impuesto de donaciones y sucesiones en un 99% es simple simbiosis. Donar parte de lo que se debe es solo una manera pulcra de descalzarse para que los súbditos le limpien sus pies a lametazos.

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