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En el reino de la indecencia

Carlos Elordi

Una vez más la derecha política y mediática española está tratando de que una mentira flagrante se convierta en una verdad oficial. Deprisa y corriendo se han montado una patraña en torno a la muerte, trágica sin duda, de Rita Barberá. Y cada hora que pasa avanzan más por ese camino. Ahora quieren cargarse el pacto anti-corrupción que firmaron con Ciudadanos para llevar a Rajoy a La Moncloa. Menos de un mes después de la investidura. Callándose ante todo eso o, peor, sumándose sin rechistar al minuto de silencio ordenado por el PP, el PSOE confirma su inanidad ante tales desmanes. Para lo único que han salido a la palestra es para denunciar en tonos durísimos que Unidos Podemos no secundara esa iniciativa. Como si eso fuera pecado.

“Nos van a echar la culpa a nosotros”, debió de decirle alguien a Rajoy en la temprana mañana del miércoles, nada más saber del fallecimiento de la exalcaldesa. O quién sabe si él mismo lo dedujo solito. Porque sabía que muchos en su partido y en su entorno, y no digamos en Valencia, no le habían perdonado que echara a Rita del PP, que cediera por su propio interés en algo en lo que no debía haber cedido nunca, según los principios que rigen en ese mundo. Y que encima alardeara de ello durante semanas.

Debió pensar que si no hacía algo, y rápido, ese descontento le podía hacer mucho daño. Rajoy y los suyos siempre han tenido mucho miedo a la derecha el partido. Y sobre la marcha se les ocurrió lo del minuto de silencio. Que tenía que hacerse ya mismo, sólo cuatro horas después de que los forenses certificaran el deceso. ¿Por qué no esperar al menos un día, para debatir pausadamente la cuestión con los demás partidos? Porque la cosa se les podía escapar de las manos, porque José María Aznar, Esperanza Aguirre o alguno de los poderosos amigos valencianos de Rita Barberá podían salir a la palestra y dejarles muy mal parados. Había que adelantarse a todos ellos.

Y además los dirigentes del PP debieron pensar que no iban tener que hacer muchos esfuerzos para convencer a la mayoría del Parlamento que se necesitaba para dar ese paso. Que Ciudadanos no se iba a oponer, que el PSOE no estaba para hacer machadas, que los nacionalistas iban a preferir batallar en otros terrenos. Quedaba Unidos Podemos. Debieron de concluir que si estos tragaban, bien. Y que si no, ya les darían toda la caña que fuera precisa. Puede que no imaginaran que el PSOE, con el inefable Patxi López a la cabeza, les iba a hacer parte de ese trabajo.

El sacrilegio que habían cometido los de Pablo Iglesias centró la atención de los medios durante buena parte de la mañana del miércoles. Y muy pronto estuvo claro cuál era la directriz ideológica que había impartido La Moncloa para tratar ese asunto, que se había convertido en el crucial del momento, desplazando cualquier otro apunte, sobre todo a las críticas a Rajoy que se expresaron en los ambientes del PP, entre ellos el de Aznar.

Como Pablo Iglesias había dicho que su partido no había estado dispuesto a participar en un homenaje a alguien que estaba involucrada en la corrupción, se impartió la consigna de que el minuto de silencio no era un homenaje, sino un acto de respeto. Y los del PP y sus corifeos siguen diciéndolo como si fuera verdad. El diccionario de la Real Academia define así el homenaje: “Acto o serie de actos que se celebran en honor de alguien o de algo. Sumisión, veneración, respeto hacia alguien o algo”. ¿Podía ser otra cosa un minuto de silencio con el parlamento puesto en pie?

Pero la cosa estaba hecha, había salido bien y se podía tirar hacia delante por el mismo camino. Ahogadas las voces críticas de la derecha, que para eso estaban los medios afines, se dio el paso siguiente. El que venía a decir, más o menos, que Rita Barberá no había hecho nada malo. Que lo del blanqueo de mil euros era una tontería. Que había sido objeto de una cacería por parte de jueces y policías. Que eso hubiera llevado nada más y nada menos que a expulsarla del PP no figuraba en la versión oficial.

Sobre la marcha, Rajoy y los suyos debieron de darse cuenta de que la cosa estaba saliéndoles tan bien que podían conseguir un efecto adicional imprevisto: el de dejar atrás el estigma de la corrupción. Porque quien se atreviera a denunciar que algo de eso estaba pasando corría el riesgo de que le acusaran de haber matado a Rita Barberá o quién sabe a quién más.

Llegó entonces el entierro. Que iba a ser íntimo. Pero al que acudió, adueñándose de la imagen del acto, buena parte de la jefatura del PP . Y acompañados, con la aquiescencia o no de esta, era igual, nada más y nada menos que por Ana Mato, José Manuel Soria y Juan Cotino, uno de los cerebros grises del PP valenciano. Tres personajes que también se habían resistido a que los echaran y que ahora se reivindicaban sin que nadie protestara.

Y el viernes el portavoz parlamentario Rafael Hernando salió diciendo que había que “darle una vuelta” al pacto anticorrupción con Ciudadanos. Horas después el ministro portavoz Méndez de Vigo dijo lo mismo. Que no podía destituirse a quien únicamente estuviera imputado. Justamente lo que habían aceptado hace menos de un mes.

La crónica de la mentira concluye ahí. Provisionalmente, desde luego. Puede que el PP de nuevos pasos o se conforme con lo conseguido. Que no es poco. Haber convertido en víctima y en heroína a la máxima dirigente política de la que, con Madrid y Barcelona, es una de las capitales españolas de la corrupción es un éxito notable. Las causas contra la corrupción del PP han sufrido un golpe psicológico importante. Habrá que ver cómo reaccionan tras eso los jueces implicados y el poder judicial.

¿Se equivocó Unidos Podemos al no sumarse a una patraña tan mal intencionada? No. Alguien tenía que hacerlo. Se puede debatir si la línea adoptada por Pablo Iglesias, la de la búsqueda de un perfil realmente alternativo, que, entre otras cosas, no se ande con contemplaciones hacia lo políticamente correcto, es bueno o malo para su futuro. Parece que de eso se ocupará el “Vistalegre 2”. Pero para tomar posición ante lo del minuto de silencio habría también que preguntarse qué piensa la gente que apoya a Unidos Podemos de esa decisión.

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