Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

De utopías, heterotopias y la urgencia de nuevas cartografías de la esperanza

Economistas Sin Fronteras

Carmen Valor —

Desde que Thomas More acuñara el neologismo Utopía en su obra homónima, combinando los términos griegos “outopia” (el no-lugar) y “eutopia” (el buen lugar), el pensamiento utópico ha sido caracterizado como la creencia de que todo buen lugar es un no-lugar. De este modo, la narrativa utópica se nos muestra con una carga profundamente irónica, precisamente porque parece negarse a sí misma, y por tanto como un instrumento carente de valor para transformar la realidad social.

A pesar de ello, nos recuerda Levitas que el pensamiento político occidental, no solo las ideologías emancipadoras sino también las más reaccionarias, ha sido especialmente utópico. Gran parte del potencial político de las utopías reside en su capacidad para movilizarnos a través de la transgresión del imaginario dominante que ha sido naturalizado dentro de unas coordenadas culturales determinadas.

En este contexto, el contenido ficticio e irrealizable de la utopía no ha de entenderse como políticamente inocuo. Más bien al contrario: la producción de utopías emerge como la construcción de un horizonte mental colectivo, un horizonte cuya capacidad para dirigir nuestros pasos descansa cardinalmente sobre su facilidad para escurrirse y alejarse de nosotros a medida que avanzamos hacia él, como diría Galeano.

Una de las grandes carencias del término utopía es que hace un excesivo hincapié en los aspectos simbólicos y cognitivos del pensamiento utópico, obviando así su dimensión práctica y material. Por ello, Foucault prefirió embarcarse en el estudio del pensamiento utópico a través del concepto de heterotopias - literalmente “los lugares distintos” - para llamar la atención sobre aquellos espacios reales en los que es posible imaginar y poner en práctica una forma de ser y de hacer transgresora.

Las heterotopias son utopías en acción, incompletas, parciales, inacabadas. Pero al contrario que las utopías, no son mundos idílicos que pretenden existir fuera del propio sistema del que buscan emanciparse. Emergen en los espacios liminales, lugares que se crean en las grietas del sistema, y es debido a esto que su existencia va inevitablemente ligada a un gran número de contradicciones, tensiones y paradojas. Huelga decir que estas últimas no niegan, sino que reafirman, la existencia de la heterotopia.

Así, de esta guisa, las heterotopias se nos ofrecen como aquellos espacios de resistencia, paréntesis en el sistema cuyo objetivo es la experimentación colectiva con nuevas formas de ser y de vivir bajo condiciones no hegemónicas.

Aunque no se lo crean hay muchas heterotopias, muchos espacios de resistencia, de experimentación, de reinvención. Pensaba dedicar estas líneas a hablar de algunos de ellos, como la comunidad creada en El Pumarejo y otras monedas sociales, las ecoaldeas, los huertos urbanos, las comunidades de consumo y tantas otras.

Pero llegó el verano, los congresos, y me puse a leer todos los artículos, tesis y libros que acumulo durante el año. Y decidí que mejor iba a dedicar este espacio a rendir homenaje a otras heterotopias, los espacios de resistencia dentro de la academia. Porque realmente creo que no somos consciente de su valor ni de su repercusión.

Me refiero a los espacios de resistencia que generan, habitan y mantienen aquellas asociaciones que tienen como misión estudiar cómo transformar el sistema en uno más humano. Los que discuten cómo podemos vivir de una manera más conectada con la Naturaleza. Los que impulsan la Economía de la Felicidad o del Bien Común. Los que analizan cómo deberían ser los mercados para que no nos destruyan sino que nos empoderen. Estoy pensando también en los que estudian a los grupos que han creado otras heterotopias. A los que se fijan en la persona como persona y dan cuenta de su relato, por su valor intrínseco.

Dentro de la academia, las heterotopias dan cobijo a los que, y lo digo no por dramatizar sino porque a lo mejor el lector no lo sabe, se han quedado solos en sus departamentos, o peor, aislados, por haber elegido este tema. A los que tienen que soportar el ceño fruncido de este o aquel, porque han elegido no estudiar las cosas que traen dinero. A los que escriben infatigablemente, y muchos en revistas JCR, con la mirada puesta en la transformación. A los que tratan de llevar la crítica al aula con un auditorio en contra. A los que siempre piensan que han hecho poco.

Pero si las heterotopias son sobre hacer, ¿cómo puedes decir que este puñado de académicos lo son, si solo piensan y escriben?

Teoría y práctica son el verso y el reverso en la construcción de la realidad social. Por ello las teorías que elaboramos desde las ciencias sociales no son descriptivas, son performativas: definen los límites de lo posible, informan la práctica, la marcan. Y si no miren donde estamos: estos lodos vinieron de unos cuantos académicos que el destino juntó en Chicago y que trasladaron al pensamiento político-económico una visión del ser humano como maximizador de utilidad, egoísta, movido por la avaricia, traidor de causas comunes. ¡Y encima dijeron que era bueno que fuera así!

Así que nadie puede discutir lo importante que es ampliar las heterotopias de resistencia que existen en la academia, crear nuevas donde no las haya, defender las que están siendo amenazadas. Porque aunque a veces se lo parezca, teorizar no es plasmar en un papel elucubraciones mentales o felices ideas. Y ya. Teorizar es poner negro sobre blanco un modelo de mundo. Y otros se agarrarán a ese modelo para ponerlo en práctica.

Y no podemos olvidar que las heterotopias, también las académicas, son laboratorios, espacios donde se experimenta, se prueban soluciones que usando los ingredientes que tenemos creen un modelo radicalmente diferente. Y esto no es fácil.

Por eso, no se pueden tomar como libros de recetas, soluciones rápidas. Los que no entienden esto les acusan de “ineficientes”, de plantear “imposibles”, de ser unos “colgados”. En las heterotopias se hace un trabajo más complicado: “crear redes de significados y de conexiones entre la gente, articular un sentido de comunidad y de identidad que allana el camino de la acción colectiva”, dicen Chatzidakis y sus colegas.

La capacidad transformadora de las heterotopias no descansa solamente en su dimensión mental, sino principalmente en los aspectos emocionales y prácticos que permiten conectar la capacidad de imaginar un mundo mejor con los espacios y acciones que lo hacen posible. Por ello si esperanza y acción transformadora deben caminar de la mano, tenemos que empezar a pensar en las heterotopias académicas como cartografías de la esperanza.

Desde aquí quiero agradecer a los que crean estas heterotopias, porque me dan soporte intelectual, me emocionan las historias que cuentan, me hacen caer en la cuenta, y me dan las ganas de continuar. Tenemos que celebrar las heterotopias, estas y otras. Nombrarlas. Localizarlas en el mapa. Apoyarlas. Meternos en ellas. Seguirlas. Difundirlas.

Y así a lo mejor llega un día que quienes tienen que crear “espacios de resistencia” serán ellos.

* Aunque hable en primera persona, hay que considerar coautor de este artículo a Javier Lloveras.

Etiquetas
stats