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Cuatro vicepresidencias y una tarjeta amarilla

Pedro Sánchez, tras ser investido presidente del Gobierno.

Esther Palomera

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Esto no es fútbol, aunque lo parezca por aquello de que sobre el terreno de juego a veces también hay competición, zancadillas, juego sucio y hasta tarjetas amarillas. Pedro Sánchez ha sacado la primera, lo que significa que el jugador -en este caso Pablo Iglesias- puede seguir el juego, pero si persiste en hacerlo al margen del reglamento y es amonestado por segunda vez, será expulsado del campo.

Lo extraño es que el presidente haya asumido la doble faceta de capitán y de árbitro, y que además el gesto lo haya exhibido antes incluso de comenzar el partido. Mal arranque sin duda para un gobierno de coalición al que la derecha en sus tres versiones ya ha puesto la proa antes de que se estrene en la mesa del Consejo de Ministros. Más madera y más munición para el adversario, sin duda.

Pablo Iglesias no sabía que el Gobierno de coalición tendría cuatro, y no tres vicepresidencias, tal y como había acordado con Sánchez durante las negociaciones en las que ambos pactaron el organigrama del Ejecutivo. Pero no ha dicho ni pío. La consigna que ha dado a los suyos es mantener la calma y no hacer una sola declaración al respecto para no dar argumentos a la derecha con los que atizar a la coalición progresista. Pero el malestar y la perplejidad son notables. Por la finta presidencial y porque Sánchez, que está en su derecho de diseñar el equipo a su libre albedrío, no tuviera a bien anunciárselo a su socio antes de que La Moncloa lo filtrase a los medios de comunicación.

Cuentan en el PSOE que tras la creación de una cuarta vicepresidencia, además de la relevancia que Sánchez quiere dar a la lucha contra el cambio climático y al reto demográfico elevando la cartera a rango de vicepresidencia, subyace el propósito de diluir a Pablo Iglesias y restarle protagonismo orgánico entre otras tres vicepresidencias, que serán ocupadas por Carmen Calvo, Nadia Calviño y Teresa Ribera. Sea como fuere, lo cierto es que la decisión ha pillado por sorpresa a los morados y además convierte en papel mojado el solemne protocolo de funcionamiento, coordinación y desarrollo que ambos partidos firmaron solemnemente el día anterior para acordar los desacuerdos y comprometerse a “mantener una estrategia de comunicación compartida”.

Y todo porque en La Moncloa preocupa que la personalidad de Iglesias, su fortaleza ideológica y su desenvoltura en los medios de comunicación, además de su calculada estrategia informativa, reste espacio a un presidente que si por algo se ha destacado en los últimos tiempos ha sido por sus cambios de discurso, sus continuas incomparecencias y su aversión a la prensa.

Mientras Sánchez calla desde que tuvo lugar la investidura el pasado martes, el secretario general de Unidas Podemos ha hecho dos entrevistas -una de ellas con este diario- y ha dado a conocer los nombres de sus ministros, algunos secretarios de Estado y hasta algún jefe de gabinete mientras que en La Moncloa permanece el habitual cerrojazo informativo.

La cuestionada estrategia de comunicación de los socialistas -que daría para varias entregas- en lo que respecta a la composición del nuevo gobierno pasa hasta ahora por un goteo de nombres y competencias de sus tres vicepresidencias y por la confirmación de que la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, será la próxima portavoz del Ejecutivo. El resto de titulares de cartera se conocerá, también con cuentagotas, a lo largo de las próximas horas, entre otras cosas porque este jueves algunos de los nombres en los que Sánchez había pensado para algunos ministerios, como es el caso de Justicia y Cultura, no han aceptado la oferta y le han obligado a hacer algunos ajustes.

En todo caso el mensaje de tan improvisada jornada -recuérdese que el primer compromiso era nombrar al gobierno de inmediato; después, reflexionar hasta el próximo lunes y ahora, una precipitada entrega a plazos- no tenía como receptores ni a la prensa ni a los ciudadanos, sino a sus socios de gobierno. Y no era otro más que: ante la duda, quien manda es el presidente. Lo dice la Constitución en su artículo 98.2 y no es baladí que se mencionara en el protocolo de coordinación y funcionamiento de la coalición progresista. “El presidente dirige la acción del Gobierno y coordina las funciones de los demás miembros del mismo (...)”. ¿Te has enterado, Pablo?, le faltó añadir.

Esto arranca con síntomas de una desconfianza que, en ocasiones esconde el temor a una decepción o una traición que lleva a marcar distancias. Mal comienzo para la obligada cohabitación de un gobierno bicolor.

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