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Los irresponsables

Rajoy y Rivera sellan el acuerdo. Foto: PP.

Javier Aroca

Estoy en la frontera. Es el último día antes de volver. En un kiosko de madera que anuncia la venta de papas y helados, la cerveza helada se cotiza. Se han inventado un artilugio para que los vasos no vuelen pero las papas fritas hay que vigilarlas especialmente; se echa de menos un arnés para anclarse de la cintura a la barra, pero aquí el bien a proteger es la cerveza, tú puedes volar, sujétate como puedas. Suena el Cigala. La letra dice: “se me olvidó que te olvidé”. Pensé que solo yo me había percatado. Pero no, el mensaje cantado provocó el debate entre los fronterizos. Dos grupos, como siempre: unos creían al autor aquejado de un Alzheimer avanzado; los otros proponían la sana costumbre de cambiar de proveedor con frecuencia. La verdad es que la letra tiene migas. Reinando, reinando, llegó el aviso de la inminencia de una perola de fideos con caballa. Ante tal amenaza, me di a la fuga, porque hay que empezar a trabajar y soy muy responsable. Al menos, eso  creía.

No dejaba de pensar en la letra. Me salvó lo de la doble negación. Si dos negaciones es una afirmación, deduzco, dos olvidos son un recuerdo. Me olvidé que me había olvidado de Felipe González y hasta de la clave de mi tableta. Pero me olvidé de mi olvido, hay que volver, después de unos días desconectado. Recordé lo de la responsabilidad: el líder de la nueva derecha es un muchacho muy responsable porque va a investir a Rajoy, afirma el terapeuta y gurú socialista.

La semana que entra no habrá un debate entre la izquierda y la derecha, no, será entre responsables e irresponsables. Así se ha escrito y prescrito como regla de la nueva estética y mobiliario parlamentario. Desde la Revolución francesa, los parlamentos se dividían entre la derecha y la izquierda. El origen tiene que ver con un debate sobre la soberanía nacional. Los que querían conservar los privilegios se situaron a la derecha; los que querían cambiar, y arrojarse a la lucha contra la desigualdad, a la izquierda. Una distinción siempre en crisis, de hecho, se da con frecuencia un cierto camaleonismo con tufos electorales, sobre todo ante las dificultades identitarias de la izquierda; esa zoopolítica nos ha llevado a lo de los de arriba y los de abajo, y si es cerca de la playa del hemiciclo, cerca del banco azul, la presidencia y las cámaras de televisión, mejor;  hace unos años, la izquierda, perdida y abducida, trató de superar la idea, no se puso en el centro- que  pienso que no existe- , sino pretendió superarse con sus terceras vías. La derecha no parece estar aquejada de estos males, lo tiene claro. Así nos va.

Desde ya, a partir del inane acuerdo entre la paleo y la neoderecha, los responsables serán los que aseguren que todo siga igual, la economía, los recortes, el servilismo a los poderes económicos y financieros europeos, la corrupción, cuya extirpación pretende encabezarla un señor que no ha dado aún explicaciones de las propias y que lidera un partido, estimado como asociación para delinquir por la justicia, pendiente de sentarse en el  banquillo. Los irresponsables son los que quieren que esto cambie. Los que le dicen, no y no, a más de lo mismo y creen que puede haber una vida sana, responsable y patriótica sin Rajoy y los suyos . Hay un punto intermedio: los abstencionistas, no sé si con la nariz tapada o a pulmón. La nueva terapéutica del poder considera responsables a los que así actúen.

Respetar la Constitución, su artículo 99, la propia filosofía democrática se ha convertido para los poderes económicos, y mediáticos a su servicio, de España en un ejercicio insano de irresponsabilidad. No hay alternativas a lo que hay, o eso o el caos, o unas elecciones en día intimidatorio para el compromiso ciudadano. Somos, los que pensamos diferente, todos unos irresponsables.

Norberto Bobbio escribió ya hace tiempo una obra importante sobre la izquierda y la derecha. Los de arriba y los de abajo, progresistas y conservadores, responsables e irresponsables en acuñacion felipina. Para Bobbio, la distinción no está superada, la desigualdad social es una aberración. En todo caso, la izquierda siempre tendrá un desafío en pos de la igualdad. Ponerse al lado de los desiguales, contra la corrupción, enemiga mortal de la democracia, querer que esto cambie, nunca puede ser una irresponsabilidad.

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