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La vida regresa a Jánovas, el pueblo que sobrevivió al pantano

Janovas celebró sus fiestas patronales.

Ana Rodríguez / Ana Rodríguez

Primero fue la escuela, reconvertida hoy en centro social. Después, un par de casas en obras y un horno de pan rehabilitado. Este verano, la primera cosecha de trigo en cuarenta años y, más recientemente, unas multitudinarias fiestas en honor a San Miguel, las que continúan removiendo conciencias. “Jánovas está vivo, no vamos a parar hasta que podamos volver”, así lo resume Oscar Espinosa, descendiente del pueblo que sobrevivió al pantano.

Óscar forma parte de un pequeño grupo de propietarios, hijos y nietos de los habitantes obligados a abandonar sus viviendas, que pretende impulsar el futuro de Jánovas. “Vamos despacio porque somos pocos, pero estamos allí todos los fines de semana trabajando para recuperar las casas y los campos. La intención de los vecinos es volver al pueblo y hacerlo habitable, pero para eso necesitan saber que tendrán los suministros básicos”, comenta. De eso se habló durante la jornada de fiesta, entre baile y baile. “”Tres o cuatro familias querrían restaurar sus casas si llegan inversiones“, asegura Óscar Espinosa.

La pelota está ahora en el tejado de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), que ya dispone del proyecto de traída de aguas al pueblo. “Estamos esperando que nos digan cuando empiezan las obras, y también las del suministro eléctrico. Solo así los vecinos verán que es posible volver a Jánovas”.  Mientras tanto, el pueblo sigue en ruinas y en un estado muy precario, “incluso peligroso para los que acudimos allí a trabajar en las casas”, apostilla.

Además del agua y la luz, otra necesidad básica para que la vida vuelva a Jánovas es construir un puente que facilite la entrada al pueblo. Este verano la CHE ha instalado un paso provisional que ha sido bien recibido por los vecinos. “El no tener que dar ese enorme rodeo para acceder al pueblo también ha contribuido a que viniera más gente a las fiestas de San Miguel”. Al patrón también se le han dado gracias por la cosecha, la primera que se obtiene en cuarenta años. “Hemos trabajado casi todo el invierno en desbrozar los campos para dejarlos como eran antes, tierras de labranza. Se han cultivado 80 hectáreas de trigo y todo lo cosechado se ha revertido en la reconstrucción del pueblo, explica Espinosa.

Las acciones reivindicativas de este grupo de vecinos, que integran además la Asociación de Agricultores, están dando algunos resultados. “La Diputación Provincial de Huesca (DPH) nos ha concedido una subvención de 45.000 euros para que podemos terminar la escuela, algo es algo”, comenta. Hasta este momento los materiales de obra los ha pagado la Asociación con ayuda popular. “Pusimos una hucha junto a la escuela explicando la historia del pueblo y el porqué de su estado actual y los turistas que vienen dejan donativos. Con esto hemos hecho frente también a algunos pagos”, explica. 

Además de la escuela se ha recuperado otro edificio común: el antiguo horno de pan. En torno a ambos giró la fiesta del pasado sábado, con una comida de hermandad y una verbena como platos fuertes, “cuatro décadas después se volvió a bailar en el pueblo, donde siempre se había hecho: en la planta baja de la escuela”, comenta.

Junto a vecinos y acompañantes, unas 300 personas en total, estuvieron los músicos de la Ronda de Boltaña. En su repertorio no faltó ese día ‘Habanera triste’, una canción compuesta para denunciar el drama de quienes tuvieron que abandonar su pueblo para hacer un pantano que nunca se construyó. ‘A Jánovas digo adiós, a Lavelilla y Lacort; adiós, barquitos hundidos, adiós…’, es parte del emotivo estribillo del tema.

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