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El centro del mundo quizás no sea la estación de Perpiñán

Xavier Febrés

Un de los deportes rudos preferidos en muchas ciudades es la política municipal, en especial si se trata de comarcas en que la política nacional reviste un peso más escaso sobre el terreno y el ayuntamiento representa la primera empresa en puestos de trabajo. En Perpiñán, además, el cargo de alcalde ha sido dinástico. Paul Alduy lo fue de 1959 a 1993 y el hijo Jean-Paul Alduy de 1993 a 2009, para pasar entonces a presidir la aglomeración metropolitana.

El relevo generacional y el cambio de época llevaron al “hijo Alduy” a apostar por la relación de “Perpiñán la catalana” con Barcelona, dentro de la Euroregión y las nuevas comunicaciones que convertían la capital rosellonesa en puerta de paso continental de un área más amplia y dinámica. Barcelona no hizo el memnor caso a Jean-Paul Alduy y la delegación permanente del Ayuntamiento de Perpiñán en la capital catalana tuvo que cerrar las puertas.

Uno de los proyectos neurálgicos de Alduy era la repercusión de la llegada a Perpiñán del AVE o TGV Madrid-Barcelona-París, anunciada oficialmente para 2002 y que hoy sigue sin fecha de entrada en servicio. La nueva línea de pasajeros y mercancías situaba en principio a Perpiñán a 3 horas de Madrid, 50 minutos de Barcelona y 4 horas de París...

El alcalde instaló en la fachada del emblemático Castillet un monumental reloj electrónico de cuenta atrás que iba desgranando los días que faltaban para la llegada, oficialmente prevista entonces el 17 de febrero de 2009. Lo tuvo que retirar al cabo de unos meses, ante los continuos aplazamientos que aun persisten.

Inauguró asimismo una moderna estación ferroviaria junto la antigua para acoger al nuevo tren de alta velocidad, un complejo comercial y de oficinas que bautizó “Centre del món”, en catalán, recogiendo la conocida ocurrencia daliniana. Inaugurado en 2010, se halla en una clamorosa situación desértica, los despachos vacíos y algunos de los pocos comercios que abrieron con la puerta echada.

Los carteles promocionales de la operación proclamaban: “Llega el TGV. Perpiñán-Mediterráneo-Cataluña, primer espacio de desarrollo económico. 8 millones de habitantes! Implanten su empresa en el Centro del Universo”. Los carteles han desaparecido. Ahora no es seguro ni tan solo que la estación del TGV o AVE directo Madrid-Barcelona-Paris, cuando llegue, se sitúe donde la construyó Alduy y que la compañía ferroviaria estatal no decida colocarla en las afueras.

El otro ambicioso proyecto de Alduy se estrenó en 2011 también con división de opiniones. El faraónico Teatro del Archipel, encargado al arquitecto icono Jean Nouvel (el de la Torre Agbar barcelonesa), apuesta igualmente por la colaboración intercatalana, esperando atraer al público del sur que no llega. En definitiva, el pim-pam-pum contra la figura de Alduy se ha convertido más que nunca en deporte predilecto. Los detractores cuentan en Perpiñán que se habría intentado suicidar lanzándose desde lo alto de su ego, pero que aun no ha llegado al suelo. Es la imagen simplista de una ambición a bordo del TGV o AVE, que se sigue esperando como a Godot.

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