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Vicent reivindica a los periodistas literarios en “Los últimos mohicanos”

Vicent reivindica a los periodistas literarios en "Los últimos mohicanos"

EFE

Madrid —

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Manuel Vicent maneja las palabras y las metáforas como un prestidigitador, como deja ver en todas columnas periodísticas, un quehacer que le une a grandes nombres del siglo XX que plasmaron su escritura artística en los periódicos, a los que admira y que acaba de reunir en “Los últimos mohicanos”.

Blasco Ibáñez, Camba, Gómez de la Serna, Chaves Nogales, D'Ors, Azorín, González Ruano, Ortega y Gasset, Unamuno, Corpus Barga, Azorín, Umbral, Haro Tecglen o Vázquez Montalban, son algunos de los 21 escritores a los que retrata Manuel Vicent en su libro “Los últimos Mohicanos”, un homenaje a los mejores periodistas literarios, que se completa con las ilustraciones de Fernando Vicente.

“Son escritores que dieron todo en los periódicos, que aunque luego hicieran libros y dejaran su pensamiento en ellos, escribieron para dar lo mejor en el periodismo literario”, explica a Efe el escritor valenciano.

Escritores que acudían en la mayoría de los casos al periodismo “para comer, como auxilio social. Escribían libros para ennoblecerse pero para remediar la cocina tenían que acudir a la columna, al pensamiento en papel”, dice Vicent.

“Estos son los últimos estertores -precisa- de una forma de escribir y pensar; en mi opinión, antes la conexión era entre la mente y el papel, a través de la pluma, a través del río de tinta, como la sangre en las venas, y ahora la estructura mediática que es digital provoca otra forma de pensar”.

Para el autor de títulos tan simbólicos como “Son de mar” (Premio Alfaguara, 1999) “verás el cielo abierto” o “Madie muere en la víspera”, “el pensamiento se adapta ahora a esa rapidez que requiere el medio, al pensamiento superficial y licuado como torrente rápido, pero muy superficial y nada profundo”.

“El ser humano se adapta rápido a las nuevas corrientes -sostiene el autor-. Hoy asistimos a una explosión de la historia. Estos medios globales de comunicación están dinamitando la información. Ante la información venía de arriba, de quien tenía el poder y ahora es horizontal y viene desde abajo, cualquiera con su móvil puede fotografiar, por ejemplo un buen asalto, y mandarlo instantáneamente a las esferas”.

“Estamos asistiendo a una explosión de la historia y hacer previsiones es ridículo, pero la imagen es la sangre de nuestra cultura”, recalca.

El tiempo se detiene en las palabras de estos periodistas literarios porque todo se leía y masticaba de forma más lenta. Se media cada palabra, cada adjetivo, cada dardo y las palabras de incalculable valor, se metían en la piel de los lectores.

“No hay que ser apocalíptico -ataja Vicent- porque hoy tenemos menos problemas que soluciones, pero sí que es verdad que hoy se piensa con los dedos, la gente solo lee los titulares porque hay prisa, y pensamos en imágenes, pero esa destrucción puede ser maravillosa, no hay que ser apocalíptico, insisto”, añade con humor e ironía.

Todos los periodistas literarios que recoge Vicent en este libro están muertos. Esa es la primera premisa que se ha marcado el autor. “Hay periodistas y columnistas muy buenos pero no quiero hablar de nadie de la actualidad porque se me quedaría alguno fuera, les falta que se cumpla el deber de morirse para estar en el libro”, añade.

De González Ruano escribe “He aquí un literato que no dejó de sangrar tinta por los dedos de la mano derecha desde que, a inicios del siglo XX, decidió ser alguien en este oficio a costa de cualquier sacrificio, provocación, bajeza, desplante, golfería o escándalo, sin detenerse, incluso, en la vera del código penal...”.

Una idea bastante común a la muchos de estos autores que, por otra parte, eran todos muy permeables al poder de su tiempo y cambiaban de ideología con facilidad.

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