Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Israel se prepara para una ofensiva en Rafah mientras el mundo mira a Irán
EH Bildu, una coalición que crece más allá de Sortu y del pasado de ETA
Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera

Giorgio Moroder, o la vuelta del padrino

Giorgio Moroder en su estudio de grabación, con un gran sintetizador Moog. Foto: giorgiomoroder.com

Patricia Godes

La contra chicletera fue un fenómeno musical veraniego y europeo que comenzó a tomar forma hacia 1969. Fue una ofensiva de canciones facilonas y ramplonas contra la creciente hegemonía de los géneros contraculturales y underground: lo que empezaba a llamarse rock y música progresiva.

La contra chicletera bebía del Oktoberfest, de la llamada sabrosura de Lys de la Francia colonial, y de las canciones más frivolonas de Paul McCartney. Se trataba originalmente de una tendencia holandesa y alemana que pronto se expandió por todo el globo. Se caracterizaba por sus músicas alegres, dicharacheras, pegadizas, insulsas y ratoneras, y sus títulos intencionadamente estúpidos: Couac Couac, Co-Co, Ra-Ta-Ta, Tickatoo, Adiolé, Roly Poly, Flip Flap, Ela Ela, Schabadaba Ding Ding, Scaba Badi Bidú, Chirpy Chirpy Cheep Cheep, Leap Up And Down (Wave Your Knickers In The Air), etc.

Pilar fundamental de la contra fue el italiano Giorgio, creador de hits que se adherían como toffees al cerebro del oyente. Unos inicios muy humildes para alguien que lograría integrarse en las aristocracias musicales. En la España del Bony Frío Psicohiélico fueron muy populares su Looky Looky, su Moody Trudy y su Son of My Father: una canción pop basada en una secuencia de sintetizador.

Detrás de su bigote tártaro estilo Sargent Pepper y de sus estribillos auto adhesivos, Giorgio Moroder se divertía experimentando con sintetizadores y efectos electrónicos. En 1975 edita Einzelgänger, álbum completamente electrónico donde toda la instrumentación había sido llevada a cabo por él mismo con sus sintetizadores.

Por entonces conoce a Donna Summer. Con ella graba una explícita pieza erótica, Love to love you baby, que tuvo gran acogida en las discotecas: escena en efervescencia dominada por negros, hispanos y gays. Cuando el fenómeno se hizo imparable, muchos viejos roqueros convencidos de la supremacía musical blanca y masculina estuvieron a punto de morir por combustión espontánea.

Poco después, Giorgio y Donna publican una canción que iba a cambiar el mundo: I Feel Love, tema basado en una celebérrima e imitadísima secuencia de Moog con eco. Era 1977 y no había vuelta atrás en la música de baile. Giorgio, convertido en productor de moda, tiene acceso a todos los adelantos en electrónica musical y es el autor del primer disco grabado utilizando únicamente secuenciadores en vez de músicos tocando (E=Mc2, 1979). Entonces no sabíamos lo mucho que se iba a abusar de esta fórmula y nos parecía genial. Empieza a llamarse vanguardia a la capacidad de adquirir nuevos aparatos.

En 1978, Alan Parker pide a Giorgio la banda sonora de El expreso de medianoche. Moroder se lanza a la tarea y, en uno de esos momentos en que parece que las fuerzas del universo se ponen en marcha para que a alguien le salga todo bien, el humilde italiano, antiguo padrino de la contra chicletera, gana un Oscar.

Con bandas sonoras como American Gigolo, Cat People, Scarface, Flashdance, etc. su nombre se convierte en clásico del cine y será un productor imprescindible en los 80: Sparks, Japan, Blondie, David Bowie, Freddie Mercury o Phil Oakey se vieron favorecidos con su inestimable ayuda. Tampoco olvidemos sus éxitos virales como What a Feelin' de Irene Cara (1983) o una de las más grandes canciones odiosas de la historia: Take My Breath Away de Berlin (1983). Merece la pena, sin embargo, recuperar sus dos excelentes álbumes con las Three Degrees: New Dimensions y 3D (1978 y 79), y, por supuesto, sus inmortales e innovadoras producciones de la primera etapa de Donna Summer.

Después de décadas de silencio, tiene lugar otra sorprendente confluencia astral cuando, en 2013, Daft Punk, el grupo del hijo de otro grande de la contra chicletera (Daniel Vangarde), incluye en su tercer álbum una pieza titulada Giorgio by Moroder. El nombre del italiano salta de nuevo a la palestra. Le invitan a pinchar en sitios modernos y los hipsters no paran de hablar de él. Inevitable que vuelva a dejarse el bigote y que, en abril de 2015, edite su primer álbum en 30 años: Déjà Vu.

En el nuevo álbum colaboran Kylie Minogue y Britney Spears junto con figuras menos quemadas como Sia y Charli XCX. Como viene siendo costumbre en la música comercial, las canciones vienen firmadas hasta por ocho o nueve autores a la vez, pero la innovación, versatilidad, imaginación e inspiración características de Giorgio se pierden en el proceso. Su facilidad inmensa para las melodías y estribillos que le hicieron grande a pesar de sus humildes comienzos, brilla por su ausencia. Déjà Vu repite venerables fórmulas y efectos que tienen alrededor de tres décadas de antigüedad y no se diferencia nada de lo que suena desde hace años en la radio comercial.

Un trabajo decepcionante de un artista que cambió el rumbo la música popular.

Etiquetas
stats