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Una víctima de trata: “Cada vez que quería salir del club tenía que abonar 150 euros”

Fotograma del documental 'Chicas nuevas 24 horas' en el que aparece de lejos Sofía. / Imagen cedida por Mabel Lozano.

Laura Olías

“Me llamo Sofía, tengo 17 años. Soy de Atyra, Paraguay. De pequeña... trabajaba desde los tres años”, así se presenta Sofía, desde un punto de Madrid, ciudad en la que acabó retenida, encerrada en el sótano de su tía, que quería obligarla a prostituirse. “Yo quería venir a trabajar, pero no en eso”, cuenta en el documental 'Chicas nuevas 24 horas', dirigido por Mabel Lozano, que explica a través del testimonio de víctimas y expertos cómo funcionan las redes de trata de personas con fines de explotación sexual.

Sofía relata con voz pausada su vida antes de venir a España, antes de convertirse en presa de su propia familia. Tiene cinco hermanos y proviene de una familia de escasos recursos. Aunque quería estudiar, sabía que tenía que ayudar en casa. Su madre preguntó a su tía si sabía de algún empleo y ella le propuso venir a España a trabajar. El cebo: “No había controles, se podía entrar fácil y se ganaba mucho dinero”.

En una de las primeras escenas del documental, la voz de un hombre inunda un mercado repleto de mujeres de todas las edades. “Se necesitan dos señoritas mayores de edad para regentar un restaurante...”, repite un hilo metalizado. Puede ser un oferta de trabajo real o el señuelo de una pesadilla que atrapa a alrededor de 4,5 millones de personas, principalmente mujeres y niñas, víctimas cada año de la trata con fines de explotación sexual, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

En España, desde que en 2013 comenzó la actual campaña contra las mafias de la explotación sexual, la Policía Nacional ha identificado a 20.000 víctimas de estos delitos y ha conseguido que un millar de mujeres hayan rehecho su vida fuera de la prostitución con la ayuda de varias ONG, según los datos de la Policía que hizo públicos el pasado junio sobre el balance de su actuación contra la explotación sexual.

El documental intenta reflejar que la trata de personas está presente en lugares por los que pasamos a diario, esquinas, carretaras y pubs. Como el kilómetro 102 de la carretera Madre de Dios, en Perú. Allí, donde se levantan los campamentos mineros para la búsqueda de oro, muchos locales tiene la silueta de mujeres dibujada en las fachadas a modo de bienvenida. “Los mineros, como tienen miedo a contraer enfermedades piden sexo con menores de edad”, cuenta el portavoz de la Asociación Huarayo, que ayuda a menores víctimas de trata.

Hasta este punto fue trasladada Yandy, una joven de 15 años que, entre susurros relata sus últimos días como niña. Buscaba trabajo porque sus padres, agricultores, necesitaban ayuda y se suponía que iba a trabajar en un restaurante, como ayudante de cocina. Con esa voz aguda, de niña, cuenta a cámara experiencias que desearía no haber protagonizado nunca, con hombres a los que jamás pensó que conocería cuando dejó su hogar.

Las cadenas de una deuda de miles de euros

Como Sofía y Yandy, muchas chicas jóvenes caen en la trata de personas a través de familiares y conocidos, muchas veces, mujeres. Ana Ramona, en Bogotá (Colombia), fue engañada por una clienta de su pequeña peluquería. También quería ganar dinero para ayudar a su familia. La conocida, una tratante, le habló de una agencia que le prestaba el dinero necesario para viajar a Panamá a cambio de la hipoteca de la casa. 1.000 dólares que la ataron de pies y manos cuando la explotaron sexualmente. En el caso de Sofía, la deuda fue de 2.000 euros, que no ha pagado y no le permiten regresar a su hogar por miedo a represalias.

Teresa Martínez, fiscal de la Unidad de Trata de Paraguay, explica en el largometraje que estas agencias son parte de una cadena de actores, desde los países de origen a los destinos de explotación, que se alimentan económicamente de una sustancia prima: la mujer.

El documental, que en la actualidad está en las salas de Latinoamérica, se estrenará ante el público en España el 3 de septiembre en Cineteca Matadero (Madrid). El largometraje forma parte de un proyecto multimedia –con una página web, la novela 'Puta no soy' (de Charo Izquierdo) y una exposición en Murcia– con el objetivo de abrir los ojos a la población sobre “la esclavitud del siglo XXI”, cuenta a eldiario.es su directora, Mabel Lozano. “Que no está en los países pobres como mucha gente piensa. En España también hay menores y chicas que pasan con pasaportes falsos. Están aquí, en nuestra plazas, en nuestros clubes. Estamos frente a frente con la más vergonzosa de todas las esclavitudes”.

Estela, procedente de Paraguay, también acabó en España, en un club de Alicante donde la red que la había captado obligaba a las mujeres a prostituirse. El dinero, además de la violencia, mantiene sus labios cerrados: “Para poder salir el algún momento del club había que abonar 150 euros”. Las comidas y la estancia diaria suponían otros 60 euros.

Sofía estuvo a punto de convertirse en una prostituta a la fuerza. “A mi prima le obligaron a ejercer la prostitución. Un día llegó llorando, sangrando, y me contó que se había acostado con 40 hombres. No quería hacer ese trabajo porque la maltrataban, le pegaban. Ella no quería esa cosa para mí”, cuenta. Su prima logró escapar y pedir auxilio a la madre de la joven, que indicó a la Policía en España su paradero y pudo ser rescatada.

Sobre la legalización de la prostitución

“Las víctimas de la trata son las víctimas del silencio”, repite en varias ocasiones Mabel Lozano, que lucha contra esta lacra desde hace 10 años. “Es el tercer negocio más lucrativo, tras el narcotráfico y la venta de armas”, dice, por lo que hay muchos actores con la intención de girar la mirada ante el delito. 

Sobre el debate acerca de la legalización de la prostitución (como propone Ciudadanos), Lozano es recelosa. Insiste en que la prostitución no es lo mismo que la trata de personas, “pero hay un porcentaje muy alto de mujeres que trabajan en ello que son víctimas de trata y explotación sexual. Están ahí, es un problema de derechos humanos que hay que afrontar, no hablo de las mujeres que lo hacen libremente”.

Lozano indica que “según la asociación Apram, el 80% de las mujeres que ejercen la prostitución son víctimas de trata. Hay que decirles eso a los clientes, estoy segura de que muchos no lo saben”. Para los prostituyentes también va dirigida esta película, porque repite: “Sin demanda no hay negocio”.

Otras voces, como el colectivo Hetaira, rebajan la incidencia de la trata en la prostitución y luchan por normalizar y reconocer la prostitución que se ejerce de manera voluntaria.

Mabel Lozano recuerda un punto: las victimas de trata no tienen la oportunidad de levantarse y protestar en contra de las intenciones de legalizar. “No tienen voz”.

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