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Cosas que no creerías ver en el interior de un Ford

Materiales utilizados en el nuevo Ford Fiesta.

Pedro Umbert

En los orígenes del automóvil producido en serie, el diseño de un habitáculo de coche venía a reproducir las maneras de decorar los hogares del momento. En el interior de un Ford T, que se fabricó entre 1908 y 1927, los pocos elementos que lo componían estaban dispuestos a la manera de un pequeño salón, con su silloncito estilo canapé colocado, eso sí, sobre el depósito de gasolina.

Naturalmente, hace mucho que el interiorismo dispone de una  idiosincrasia propia en la industria del automóvil. Un siglo después del Tin Lizzie, Ford cuenta con una división denominada Diseño Interior Global, encabezada por el holandés Amko Leenarts, que entre otros muchos desafíos tiene el de producir modelos que agraden a clientes de gustos tan opuestos como pueden ser un sueco y un coreano.

Leenarts esgrime dos argumentos fundamentales para defender la relevancia de su labor. El primero es la conocida máxima de los diseñadores de coches que dice: “Te enamoras del exterior, pero te casas con el interior” del vehículo. El segundo consiste en la convicción de que “la gente decide en tres minutos si un producto le gusta o no”. Una vez dictada sentencia, poco se puede hacer para cambiarla.

En realidad, entre el posible comprador y el coche solo funciona el amor a primera vista. Leenarts, de paso por Madrid para presentar el interior del nuevo Fiesta, explica: “Desde el momento en que entras, estableces conexiones con el olor, el tacto de las superficies o el sonido de la puerta al cerrarse”. Si no hay feeling desde el principio, la relación no prosperará.

Una legión de trabajadores se devana los sesos para acertar no solo con la utilización que el usuario va a hacer del vehículo, sino también con todo aquello que demanda desde el punto de vista emocional. Además de diseñadores se precisan psicólogos e ingenieros de los llamados equipos de armonía, encargados de garantizar que cada nuevo modelo ofrezca una experiencia de uso natural y ergonómica.

Si en el Ford T bastaba con que el volante estuviera delante del conductor, para diseñar el interior del Fiesta es determinante ubicar cada elemento en su posición precisa. ¿Cómo se logra eso? La biométrica tiene en esto mucho que decir, y más concretamente la tecnología de seguimiento ocular por su capacidad para estudiar los recorridos visuales del usuario y dibujar así un mapa con los puntos donde más tiempo se detiene la mirada.

En el eye tracking se emplean cámaras de alta velocidad capaces de rastrear tres parámetros: el movimiento de los globos oculares, la dilatación de la pupila y el parpadeo. Con toda esa información es posible afinar el emplazamiento de mandos y controles de modo que la vista del conductor no se desvíe de la carretera, que es donde tiene que estar.  

Por si todo esto no fuera lo bastante complejo, los equipos capitaneados por Leenarts deben recurrir poco menos que a la adivinación para satisfacer con un solo diseño gustos tan dispares como los de un europeo y un asiático. Lo que aquí es premium –colores apagados, tonos mate– allá es vulgar; lo que allí entusiasma, como un salpicadero brillante, horripila en el Viejo Continente. En este punto, la tecnología que necesitan los hombres de Ford apunta a la bola de cristal.

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